Cada vez que un futbolista chileno está complicado en el extranjero, se echa mano a la historia de Iván Zamorano en el Real Madrid cuando asumió Jorge Valdano a mediados de 1994. Esa donde el técnico argentino le dijo a Bam Bam que era el quinto extranjero, que no lo tenía considerado y que se buscara otro club. Y el cabro de Maipú decidió dar vuelta la decisión: entrenó muy duro y en silencio, fue el mejor compañero, se esforzó como ninguno, aprovechó cada oportunidad y terminó no solo como titular, sino que fue campeón de liga, goleador del campeonato y electo por la prensa como el mejor jugador de la temporada 94-95. Ni Esopo o Samaniego, con sus tortugas, cigarras, liebres u hormigas, podrían haber escrito una historia tan explícita de superación personal con una moraleja tan aleccionadora.

Cuando Arturo Vidal llegó al Barcelona, no pocos pusieron sobre la mesa la historia de Zamorano y Valdano. En un plantel plagado de estrellas, emergentes y en declive, que lo ganó todo y donde ni Claudio Bravo ni Alexis Sánchez pudieron consolidarse del todo, la tarea para el todocampista chileno era complicada. Pero, claro, un jugador que siempre triunfó, que en un momento estuvo entre los tres mejores volantes del mundo, que no se achicó en la Juventus o el Bayern Múnich, tenía todas las armas para imponerse y ganarse un lugar en el equipo titular. Incluso la prensa catalana, poco complaciente con los recién llegados, le dio un margen grande de esperanza, pues Vidal iba a aportar de lo que ellos carecían por momentos: temperamento.

Pero no ha sido tal. Por su forma de jugar exuberante poco alineada con el ordenado toque culé y la ruda competencia en el camarín, Vidal casi no ha jugado, contando con pocas oportunidades y apenas entrando en los segundos tiempos, bien avanzados los partidos, para asegurar el resultado. Apenas ha sumado 117 minutos en estos meses.

Y el chileno se lo tomó mal. Tras cada desaire del entrenador, no ha podido con su genio y ha deslizado quejas, guiños y malas caras en las redes sociales (hasta habló de Judas en un tuit después borrado). Es que nunca le había tocado la malaria, ni siquiera cuando estuvo lesionado de la rodilla, con su respectiva operación o cuando chocó curado en la Copa América, donde hasta la Presidenta Bachelet acudió a su rescate. Vidal siempre zafó tranquilo los problemas y salió por la puerta grande. Después de tantos años de éxitos no es raro pensar que se sienta invencible.

El tema es que en Barcelona se han tomado muy mal estos desplantes mediáticos. Y el propio manager del club, Pep Segura. Como buen relacionador público, valoró las ganas y voluntad de Vidal de jugar en el club, pero, inmediatamente, aclaró que "tiene que tener respeto por sus compañeros" al hacer público su enojo.

Está claro que lo de Barcelona no ha sido lo que esperaba Vidal, pero recién está empezando y queda mucho espacio para imponerse. Alegar por Instagram o Twitter, como lo ha hecho en las últimas semanas, poco le aporta para lograr su objetivo. Acá, más que nunca aplica la vieja historia de Zamorano en el Real Madrid. Agachar la cabeza y hablar en la cancha. Y no ponerle oreja a los complacientes y paranoicos, los que ya han levantado una supuesta conspiración de Messi y Suárez contra el chileno. Usted los conoce, son los mismos que decían que Prosinecki no le daba pases a Zamorano, o, más recientemente, que Luis Enrique le tenía mala a Claudio Bravo y por eso ponía a Ter Stegen en la Champions.