Colo Colo tiene el plantel cerrado. Así lo ha proclamado públicamente Blanco y Negro. Las llegadas de Óscar Opazo y Pablo Parra buscaron darle en el gusto a Gustavo Quinteros con los requerimientos que había establecido de cara al segundo semestre, en el que los albos solo se enfocarán en el frente nacional, considerando que quedaron eliminados, sucesivamente, en la Copa Libertadores y en la Copa Sudamericana. Tampoco hubo grandes misterios. El retorno del Torta desde Racing y el arribo del mediocampista desde el Puebla, de México, trascendieron rápidamente. A ambos se les pudo advertir desde que ingresaron al aeropuerto internacional de Pudahuel antes de someterse a los chequeos médicos que antecedieron a sus respectivos fichajes y a que quedaran a disposición del cuerpo técnico albo.

La situación es diametralmente opuesta lo que ocurría hace dos décadas. En rigor, hace 21 años. En la escena, el actor principal es Jorge Vergara Núñez, el ex dirigente del Cacique que falleció este jueves. En 1992, los albos instauraron la Noche Alba, jornada en que presentaban masivamente al plantel y, por supuesto, a sus nuevos integrantes. La idea la había importado el Guatón desde España, donde había visto una ceremonia similar del Atlético de Madrid.

El misterio como ingrediente

El envión de la histórica campaña que habían cumplido en la temporada anterior, cuando levantaron la Copa Libertadores y sellaron el tricampeonato eran motivo suficiente para que más de 60 mil fanáticos del Cacique repletaran el Monumental para ver un entrenamiento, aunque matizado por un evento artístico que, en rigor, poco les importaba. Ese 13 de enero, los protagonistas fueron Claudio Borghi, Aníbal González, Hugo Rubio y el uruguayo Mario Rebollo. Además, fueron anunciados John Ahumada y Pedro Arancibia, provenientes de Unión La Calera, quienes pasaron inadvertidos en la ceremonia y en el resto de la temporada.

Años después, el Bichi recordaría cómo se mantuvo el misterio. “Llegué a un hotel en el centro de Santiago y estuve dos días encerrado. No me dejaron salir del hotel e incluso un mozo me había reconocido, pero le advirtieron de no decir nada. Después me metieron a una camioneta con vidrios polarizados”, dijo en una entrevista a la radio ADN.

La tónica se mantendría en los años siguientes, con el añadido de que, frente al sigilo con que se manejaban las contrataciones, la prensa de la época especulaba con una serie de nombres. Para hacerse una idea, la lista la encabezó Diego Maradona. “Tuve contactos con Colo Colo. Y pudo haber sido. Me hubiese gustado”, declaró, años después, el ídolo argentino, con lo que solo consiguió agrandar el mito. Enzo Francescoli y Carlos Valderrama también fueron relacionados con el Cacique. Ninguno vistió la camiseta del equipo popular, aunque no fueron pocos los que aseguraron haberlos visto en el aeropuerto de Pudahuel.

Emerson Pereira, en una visita que le realizó al plantel de Colo Colo en Brasil.

El cocinero

A comienzos de 1996, Colo Colo necesitaba con urgencia recuperar el protagonismo. Los años anteriores los había dominado la U, que se había quedado con los títulos de 1994 y 1995, en estrechas luchas con Universidad Católica. Los albos apostaron con fuerza. Para esa campaña, reclutaron a los argentinos Javier Alonso y Francis Ferrero, a los chilenos José Luis Sierra, Juan Carlos González, Moisés Ávila y Ricardo Rojas (quien finalmente no jugó por los albos, aunque esa es una historia aparte). Además, se produjo el emotivo retorno de Marcelo Barticciotto (quien había estado el año anterior en la UC, donde les anotó a los albos el denominado Gol Triste, y recibió una de las mayores ovaciones que se recuerden en Macul) y el arribo del brasileño Emerson Pereira.

El volante, proveniente del Sao Paulo es, de hecho, el eje de la incidencia más sabrosa de esa versión y, probablemente, de todas las que se realizaron. En la víspera de la presentación, Jorge Vergara Núñez, el ejecutor de la jornada, que había copiado de experiencias españolas, como las del Real Madrid y el Atlético de Madrid, invitó a un grupo de periodistas a su casa, a cenar.

El servicio fue completo y hasta incluyó la presencia de un diligente garzón. Ataviado como tal, Emerson, quien luego se transformaría en una pieza fundamental de un mediocampo de ensueño, que agrupó, en su mejor versión, también a Marcelo Espina, Sierra y Barticciotto, atendió a cada uno de los comensales sin que ninguno se diera cuenta de que se trataba de una de las próximas estrellas del Cacique. “Es uno de los tantos inventos del Guatón. Lo expliqué en uno de mis libros. A Emerson nunca lo vimos. Él se puso en la foto por detrás nuestro. Y después lo vimos de espaldas preparando ensaladas. Es más, un servidor y Hugo Marcone, bromeamos con que era un refuerzo. El hijo, el Coke, dijo ‘te pillaron, papá'. Después, repartió la foto por las casetas. Por eso digo que hizo pasar un mal rato a los colegas. Nosotros pagamos cuotas. Cuando se dio cuenta de que había hecho pasar un mal rato a los colegas, Vergara organizó un segundo asado”, acota Luis Urrutia O’Nell. “A Vergara lo bauticé Orson Welles, como el genio del mal, pero después me demostró que era apenas un ladrón de gallinas, un pillo de siete suelas. Está lleno de mitos”, sentencia.

El ciclo fue especialmente virtuoso para el equipo popular, pues, con Gustavo Benítez como técnico, sumó títulos ese año y en los dos siguientes, con la salvedad de que el Apertura de 1997 se lo adjudicó Universidad Católica, aunque el segundo torneo de ese año también lo celebraron en Macul. El aporte de Emerson Pereira fue crucial. Hasta hoy, no se olvida su estilo galano, muy distinto del mediocampista defensivo convencional.

Sigue en El Deportivo