Lo de Bélgica es un suceso por donde se le mire. La sorprendente selección, considerada como la generación dorada del país, logró meterse por segunda vez en su historia en las semifinales de la Copa del Mundo, dejando en el camino a Brasil, el gran favorito, desatando una verdadero boom entre sus habitantes, uniéndolos como nunca antes.

Porque pese a considerarse una de las naciones más cosmopolitas de Europa Occidental, siendo Bruselas, su capital, la sede del Parlamento Europeo, y poseyendo tres idiomas oficiales (flamenco -u holandés-, francés y alemán, que sólo habla el 1% de la población), el concepto de nación para sus habitantes es algo a lo que muy pocos aún adscriben.

Marcada por la rivalidad entre Flandes y Valonia, ahora, con los Diablos Rojos entre los cuatro mejores equipos del mundo, todas esas pugnas se han diluído temporalmente y están siendo reemplazadas por una unidad que sólo el deporte, y en especial el fútbol, puede conseguir.

Y todo partió por este equipo. Tal como su sociedad, la selección belga estuvo durante años divida de acuerdo con la procedencia de sus jugadores. En los almuerzos, por ejemplo, una mesa era ocupada por los que hablaban flamenco y otra por los valones francófonos, manteniendo esa discordia nacional sin mayor cuestionamiento.

Ahora, en cambio, la revolución partió por romper ese paradigma y la decisión fue entablar un idioma único como equipo: el inglés.

De la mano del español Roberto Martínez, de larga carrera en Inglaterra, la determinación de establecer una lingua franca llegó casi como una necesidad, sirviendo para establecer los cimientos de unión a través de algo tan fundamental como el lenguaje. Y es que, además, el equipo posee una enorme ascendencia extranjera, con raíces en el Congo (Kompany, Lukaku, Tielemans, Boyata y Batshuay), Malí (Dembélé), Albania (Januzaj), Marruecos (Fellaini y Chadli), Martinica (Witsel) y España (Carrasco).

Con todos estos antecedentes, pensar en chovinismos parece algo ridículo.

Pero se mantienen. Principalmente en el norte (con mayor riqueza, históricamente y que cuenta con el 60% de la población del país), con los partidos separatistas y nacionalistas liderados por la Nueva Alianza Flamenca, que forma parte de la actual coalición de gobierno. Por eso es que ahora todos luchan por llegar a la final. Además del buen juego que han mostrado en este Mundial, los Diablos Rojos se sienten favoritos.

"Hemos eliminado al gran favorito y nos recuperamos ante Japón; Ahora toca Francia, un rival quizás más difícil que Brasil, un equipo muy fuerte en la organización y si no pasamos será una decepción", aseguró ayer Thomas Vermaelen.

Con una Europa que se sacude por los nacionalismos, Bélgica, profundamente separada por su historia (como Estado surgió en 1830), ahora parece dar una lección. Otra vez el fútbol es el que comienza la revolución. Fue Francia en 1998, uniendo a árabes, africanos subsaharianos y franceses. Ahora son otros, pero podrían hacer lo mismo.