La contextura corporal no correspondía a quienes suelen ocupar ese uniforme. El pelo largo, que arregló con una cola de caballo que apuntaba hacia el cielo en 45 grados, mucho menos. Sobre el abrasivo pasto sintético del estadio Miguel Alarcón, en Cauquenes, no fue un hombre, sino una mujer, quien se plantó en el centro para dirigir el partido. Ataviada de celeste y negro, María Belén Carvajal (35) se convirtió, en el preciso instante en que hizo sonar su silbato, en la primera mujer en arbitrar un partido profesional de varones en la historia del fútbol chileno.
Su presencia no pasó inadvertida entre los espectadores, aunque no fueron más que murmullos los que recorrieron las gradas. Una pregunta que todos se hacían, pero que nadie sabía responder. Aquellos ajenos a la noticia, anunciada durante la semana, tuvieron que captar por sí solos de qué se trataba. No hubo felicitaciones. Aplausos, para qué decir. Que una mujer estuviese pitando faltas por primera vez en el balompié profesional criollo, que se tratase de un día histórico y que ese pueblo, a casi 400 kilómetros al sur de Santiago, fuera el elegido para atestiguarlo, no los conmovió. Muy por el contrario, se les olvidó rápidamente.
La irrupción que significa la inclusión de juezas al fútbol masculino altera hasta los más mínimos detalles. Cualesquiera que sean las costumbres que florecen entre un cuarteto de árbitros, con una mujer se ven interrumpidas, al menos por un momento. Antes del compromiso, cuando era tiempo de cambiarse de ropa, sus asistentes Diego Flores y Cristian Cerda le cedieron el camarín. Luego fue el turno de ellos. Posteriormente, todos juntos para la charla técnica.
Desde allí no emergió ruido alguno. Ausencia de música por completo. A solicitudes de la televisión para notas especiales, negativa contundente. No hablarían ni ella ni sus compañeros. Ley mordaza desde la ANFP.
Pero la exposición llegó aunque lo quisiera o no. A las 17.00 saltó al campo y las cámaras se abalanzaron sobre ella. Ni se inmutó. Comenzó su calentamiento en el ecuador de la cancha, entera de negro. Teniendo en cuenta el sofocante calor de la tarde y el caucho quemando bajo sus pies, no fue la decisión más acertada. Eso sí, fue el único error de la jornada.
"Tienes que estar tranquila", le dijo uno de los jueces de línea. "Sí, ustedes manéjense como quieran", respondió ella. Cuando llegó la hora de revisar las redes de ambos arcos, la jueza que representará a Chile en el próximo Mundial femenino quedó sola en el círculo central. Pero no se detuvo a reflexionar. No hubo espacio para la contemplación, para levantar la cabeza y mirar a su alrededor. Siguió realizando piques diagonales para luego retornar al camarín, siempre amurallada por sus asistentes.
El trabajo físico eliminó cualquier tensión, si es que la hubo. La música se hizo paso y las risas también. "Soplan nuevos vientos / No es fácil cambiar el mundo". La canción que sonaba en aquel instante, Creedence, de John De Sohn, iba acorde a la revolución que significa su participación.
"Ya, vamos", exclamó. Era el momento de volver al campo para su primer partido. "Éxito, mucho éxito", le desearon. Cambió la polera negra por la celeste y se dirigió, balón en brazos, al campo. La hora había llegado.
A las cinco y media en punto, Belén hizo sonar su pito. Casi al unísono, la pequeña barra de Independiente de Cauquenes gritó "mijita rica, mijita rica". Solo era un grupo de no más de diez personas que en el diminuto recinto se escuchó como de cien.
Las canciones de apoyo las intercalaban, de vez en cuando, con "guachitas" hacia ella. Se mantuvo imperturbable. A los 12' cobró su primera falta. Abel Herrera, de Colchagua, reclamó casi con miedo. Se ubicó detrás de ella, realizando ademanes casi imperceptibles, sin saber cómo hablarle. Diego González, pocos minutos más tarde, se aproximó con la misma timidez.
Con el paso del tiempo, los jugadores se acostumbraron a su presencia. Un cobro suyo en la mitad de la cancha obtuvo como respuesta un sonoro y extenso "no", que la árbitra acalló de inmediato con una mirada. La barra local, por supuesto, no tardó en hacerse presente. "Ya po', güachita, cobre ahí". "No le aguante, yo la defiendo". "Ya po', polola mía", vociferaban desde la galería.
Sin embargo, pronto viviría la peor cara de la igualdad. No aquella que busca entregarle las mismas oportunidades que a sus pares masculinos. No. Sufrió la imparcialidad del insulto, ese que trasciende género, raza, edad o condición social. Dama o varón, para aquel grupo de barristas, Carvajal era un personaje que debía ser recriminado si es que los perjudicaba.
Sucedió en un fuera de juego que cortaba una clara ocasión de peligro para Cauquenes. "Árbitro, conchetumadre", exclamó el grupo, envalentonado por el bombo y el alcohol. "Se te desabrocharon los sostenes", llegaron a decir, algo que incluso para algunos fue demasiado. "Oye, si está arbitrando bien la loca". Ante esos comentarios deleznables, Carvajal hizo oídos sordos.
En el entretiempo, antes de comenzar el complemento, se permitió preguntar por el resultado parcial entre River y Boca: "¿Cómo va la cosa?". Pero enfocarse en su tarea era primordial. Le quedaría un segundo tiempo en el que las sutilezas se acabarían, en el que los jugadores perderían cualquier tipo de comprensión.
Fue claro cuando mostró una seguidilla de amarillas al cuadro visitante. "Llevas dos faltas ya", le advirtió a Esteban Amestica, quien le aplaudió en la cara. Amarilla. Uno de sus compañeros se acercó a reclamar. Otra amonestación. Como si lo hubiese adivinado, la consideración para con ella había terminado y no podía mostrar debilidad.
A falta de 15 minutos mostró su primera roja como árbitra profesional: Kevin Rojas, de Cauquenes, debió partir por doble tarjeta. No protestó.
Pese al hombre menos, Cauquenes continuó dominando. Carvajal continuó amenazando a los jugadores para que se comportaran, hasta que Felipe Mansilla no aguantó más: "No se te puede decir nada a vo'. ¿Qué te creís? Qué te creís?". Fue lo último. Silbato final, primer partido terminado y una experiencia inolvidable, concluída.
María Belén Carvajal dejó un recuento de cuatro amarillas y una roja en su primera aventura como árbitra central del fútbol profesional chileno. Álvaro Torres, a los 55', le entregó la satisfacción de señalar el primer gol bajo su mandato. Un 1-0 final que queda como anécdota entre dos equipos que no se jugaban nada. Ella, en cambio, le da el puntapié inicial a una carrera que ya, pase lo que pase, la deja como pionera.