De no haber conocido nunca un cuadrilátero, la vida de Miguel González sería hoy, seguramente, muy distinta. Y es que aunque cueste esfuerzo creerlo, al mejor libra por libra del pugilismo nacional, el boxeo le salvó la vida. O le mostró, al menos, un camino alternativo, algo así como una vía de escape diferente.

Radicado en Argentina durante los primeros años de su vida, la traumática separación de sus padres obligó al boxeador a tener que crecer de golpe, antes de tiempo. Lo hizo en Renca, bajo el cuidado de su abuela, y en un entorno en donde ser adolescente no es, muchas veces, todo lo fácil que debiera. Flirteó con el tráfico de drogas, pagó caras sus malas juntas y tras ser dado de alta en el hospital luego de recibir una puñalada, descubrió el Club México, su refugio, su guarida. Y empezó a boxear.

A los 14 años Miguel González dejó de ser simplemente Miguel González para convertirse en el Aguja. Hoy, 15 después, el renquino es el mejor boxeador latinoamericano en peso súper mosca, el campeón latino de la Asociación Mundial de Boxeo (WBA, World Boxing Association), pese a los múltiples intentos librados por arrebatarle el cinturón.

2018 ha sido otro año glorioso para el Aguja. En marzo logró un inédito segundo lugar en el ranking mundial de la WBA, y hoy es tercero en su categoría, lo que lo ha llevado incluso a ser postulado como posible contrincante por el título mundial.

Su historial como profesional, 29 victorias y una sola derrota, habla por sí mismo. El Aguja no ha dejado de ganar peleas.