La pelota hueva
Por casualidad salió el recuerdo: 1990, final de la Copa Tito Moreno de fútbol amateur, se enfrentaron Caupolicán del Monte contra Juventud Tricolor de la población José María Caro en el estadio Municipal de Talagante. Me tocó hacer la crónica del partido para la página de fútbol de los barriosque publicaba La Tercera todos los jueves. Ganó el equipo de la José María Caro. Su capitán, un defensa central muy flaco, chasca pichanguera crespa y nariz aguileña, no retengo el nombre, tuvo su momento de gloria compartiendo con Marco Cornez y algún piloto de Turismo Carretera en las remotas Charlas del Pit Barcon que remataba la semana deportiva en la sección deportiva de este diario.
El fútbol de los barrios desapareció a los pocos años de los diarios de circulación nacional y hoy apenas se menciona en los sacrificados y agonizantes medios regionales. Un entramado infinito, el universo de la ANFA, donde se entremezclan miles de barrios, historias, nombres y jugadores. Canchas de tierra, pelotas huevas, colores que no combinan en las camisetas, la mesa coja del turno, nivelada con una tapa de botella, quien exige los carneses a los jugadores antes de empezar la brega.
Estos clubes, algunos centenarios, no sólo desparecieron de los medios, su importancia también fue acorralada en los barrios por la delincuencia y el narco. Ya no es una excepción que algún partido termine a balazos o con heridos y muertos. La esencia del fútbol amateur, jugar por placer y vocación, también ha ido perdiendo. Y, sin embargo, queda un remanente que se niega a la extinción.
La Pandemia del Covid-19 y sus consecuencias catastróficas para la economía, sobre todo en sectores populares, han desenterrado un tesoro escondido: los clubes de barrio. Ahí donde el estado no llega, o lo hace a destiempo como un central tronco, estas humildes entidades han tenido la capacidad de organizarse de manera eficiente, rápida y generosa, sin cuoteos ni clientismos políticos, para entregar cientos de miles platos de comida y apoyo a gente completamente desamparada. En muchas partes los clubes de barrio le han arrebatado el control del tejido social al narco en esta larga cuarentena. Sin disparos, porque tienen un arma invencible: historia y credibilidad.
Incontables clubes en todos los rincones de este país anguloso y en todos los ángulos de este país arrinconado, citando a Enrique Lihn, con sus canchas cerradas y sus camisetas tan desteñidas como limpias bien guardadas, han cumplido una labor deslumbrante y fundamental. Recordándonos que hay un Chile profundo y escondido. Un Chile muy bueno, tal vez, la mejor versión de lo nuestro.
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