La pista de Schindler
La edición número 101 de la ronda italiana arranca mañana en Jerusalén. Un lugar escogido para honrar la memoria de Gino Bartali, el ciclista italiano que entre 1943 y 1944 ayudó en secreto a cerca de 800 judíos a huir del Holocausto.
Cuesta entender por qué de todas las conquistas que logró, Gino Bartali decidió llevarse la más importante a la tumba. Había ganado dos Tours y tres Giros, había evitado incluso una guerra, pero el día en que la muerte vino a buscarlo, el 5 de mayo de 2000, a su casa de siempre, en Ponte a Ema, el irrepetible ciclista italiano prefirió morir como había vivido siempre, guardando silencio. Un silencio que encerraba una historia tan maravillosa que habría costado esfuerzo creerla.
El secreto de Bartali terminó por ver la luz tres años después de su deceso. Y ahora el Giro, en su edición número 101, ha decidido rendirle tributo situando, por primera vez en su historia, el punto de partida de la prueba lejos de territorio europeo. En Jerusalén, la tierra prometida de los al menos 800 judíos a los que Bartali ayudó a huir, como integrante de una red clandestina que operaba en la Toscana falsificando fotografías y documentos de pasaportes, en pleno apogeo de la II Guerra Mundial.
Nacido el 18 de julio de 1914 en el seno de una humilde familia campesina de Ponte a Ema, Bartali descubrió su oficio en el taller de bicicletas donde se desempeñaba de ayudante. En 1936 logró adjudicarse su primera gran vuelta, el Giro, pero la traumática muerte de su hermano Giulio en una carrera, a punto estuvo de motivar su retirada del ciclismo. En 1937 volvió a competir, conquistando su segundo Giro, pero no sería hasta el estallido definitivo del fascismo en Europa, que su figura comenzó a ganar real popularidad.
Por petición expresa de Mussolini, que vio en el deporte una poderosísima herramienta de propaganda, Bartali renunció al Giro del 38 para centrar todos sus esfuerzos en el Tour. Y terminó saliendo campeón de los Campos Elíseos. El estallido de la guerra, sin embargo, un año más tarde, lastró su progresión.
Fue durante esos cinco años que Il Ginettaccio se volcó en la ayuda de la evacuación de judíos, trasladando de convento en convento la documentación falsificada -oculta en el cuadro de su bicicleta- por los caminos de la Toscana que tan bien conocía. Nadie sospechaba de quien apodaban como el Ciclista del Fascismo. Una etiqueta que fue su mejor coartada.
En 1946, Bartali logró su tercer Giro; y dos años más tarde, en el 48, su último Tour, el más recordado, cuando en la ascensión al mítico Izoard fue capaz de recuperar 20 de los 21 minutos de ventaja que le llevaba el líder (Bobet). Cuentan que su victoria evitó una guerra civil.
Su rivalidad legendaria con su compatriota Fausto Coppi ("se ha muerto la mitad de mí", dijo tras su muerte) fue mítica en un deporte que -entre mañana y el 27 de mayo- le rendirá un sentido homenaje. Bartali fue nombrado en 2013 Justo entre las Naciones por el pueblo de Israel.
Será el Giro de Froome (que compite pese a su positivo en la Vuelta 2017), Dumoulin o Aru, pero también el de Bartali, el Schindler de la bicicleta que combatió el fascismo con silenciosas pedaladas.
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