Nadie en el humilde pueblo de Maipo se imaginaba que ese chiquillo embarrado que cursaba quinto año en el liceo A-131 podría llegar tan lejos.
Ni siquiera sus amigos del paradero Los Magnolios, quienes siguen disfrutando de la sencillez de Mauricio Isla, quien tras recorrer el mundo del fútbol por Italia, Francia, Inglaterra, Turquía, Brasil o Argentina; nunca se olvidó de cuáles eran sus orígenes.
El mismo talentoso futbolista que, a sus 35 años, es el nuevo fichaje de Colo Colo. A pesar de ser hincha reconocido de Universidad de Chile, tal como se translucía en la foto del chico en el living de su abuela, el vigente lateral derecho se decantó por el único equipo que está vivo en la Copa Libertadores, el Campeonato Nacional y la Copa Chile.
“Mi vuelta a Chile también es por mi hija. Después de la Copa América quería estar en uno de los dos lados donde están ellas, una en Estados Unidos y otra acá. A la edad que tengo quiero disfrutar mis últimos años felices. Estoy contento, he tenido el agrado de jugar en buenos clubes y jugar los últimos años en el mejor equipo de Chile es muy importante”, dijo el exfutbolista de Independiente de Argentina en su presentación.
Pero no fue la única razón. En la misma conferencia de prensa, el maipino aclaró que su familia simpatiza con el equipo blanco. En ese escenario, la decisión siempre estuvo cerca, a pesar de las diatribas cruzadas que protagonizó con el presidente del club, Aníbal Mosa, días antes de concretar el acuerdo.
“La mayoría de mi familia son colocolinos, así que da un plus de alegría, pero también de responsabilidad. Pero lo mejor es que están contentos”, afirmó en su arribo.
Asimismo, agregó que “cuando estuve en la Sub 20 tras el Sudamericano. Mi representante me comentó que el Bichi Borghi me quería en Colo Colo, yo trabajaba con una empresa y no estaba vendido a Udinese”.
Fútbol y familia
Desde que irrumpió en las categorías inferiores de las selecciones, siempre fue una persona de convicciones. De discursos frontales y profundamente cercano a los suyos, los pilares de su carrera.
“Aunque llegue lejos siempre tendré los mismos amigos”, relataba orgulloso en junio de 2007, cuando le marcó dos veces a Nigeria en Montreal, para poner al equipo de José Sulantay en la semifinal del Mundial Sub 20 de Canadá.
En ese entonces, en entrevista con La Tercera, agradecía a todos quienes lo ayudaron a crecer con el fútbol. Recordaba a su abuelita, con quien vivía y a la inspectora del liceo quien lo ayudaba. La misma que fue vital para que llegara desde Buin a las instalaciones de Universidad Católica y que hoy es uno de los temas patentes en su firma por el equipo de Macul.
El Huaso dio sus primeros pasos en Maipo, localidad cercana a Buin. Desde niño vivió con María Arredondo, su abuela materna, una de las grandes responsables de que “El Mauro”, campeón escolar de cueca en su colegio, haya llegado tan lejos en el fútbol.
Su madre, María Isla vivía a tres casas de ahí. Junto con una tía trabajaban como cocineras en el Liceo A-131 de Buin, donde el jugador estudió hasta segundo medio para luego hacer el tercero en las cadetes de los cruzados.
Pero su historia deportiva comienza años antes. Tenía 10 cuando jugó cuatro partidos en el Huracán de Maipo, suficiente edad para que Alfredo Garcés, el gran veedor del equipo de la franja, llevara a la UC al nuevo delantero estrella.
Para eso lo llevaron, para hacer goles, como los dos que marcó ante la potencia africana en ese histórico duelo de cuartos de final, antes del tercer puesto que esa generación consiguió en Toronto. Desde pequeño, condiciones le sobraban. Tras un año en las inferiores cruzadas se convirtió en líbero.
Una hermosa promesa
Sin embargo, llegar a entrenar hasta San Carlos de Apoquindo no era fácil. Desde Buin, 50 kilómetros de la capital, viajaba en micro tres veces a la semana junto a su abuela, quien le llevaba la colación que habitualmente era pan con mantequilla, jugo y una fruta.
Pero a veces, faltaba dinero para el pasaje. Así lo recordaba el mismo jugador 17 años atrás, cuando aún no firmaba en Udinese de Italia, su primera estación en el exterior sin haber jugado un solo minuto en la máxima categoría del fútbol chileno.
“Entonces la señora Quenita, que era inspectora en el liceo, me decía ‘cómo no vas a ir a entrenar’, y me daba plata para la micro. Ella era fanática de Colo Colo”, recordaba Isla con mucha emoción, muy lejos en Norteamérica.
Por eso sintió mucho el deceso de la inspectora mientras él estaba en el Sudamericano de Paraguay, en enero de 2007. Tras su regreso a Chile, el entonces incipiente futbolista tomó una decisión que cumplió 17 años después.
“Cuando volví del torneo le prometí a sus familiares que alguna vez jugaría por Colo Colo. Incluso lleve una camiseta a su lecho de muerte en Buin”, afirmó en 2007 en Toronto.