Pelé y Diego Maradona marcaron épocas en el fútbol. Cada uno simboliza la suya. De hecho, hasta antes de la irrupción de Lionel Messi, entre ambos se repartían la consideración de mejor futbolista de todos los tiempos. La elección depende de un montón de factores y, a decir verdad, ni la FIFA la pudo zanjar. En diciembre de 2000, un sondeo especializado llevó a la entidad que rige al fútbol a nivel mundial consagró al brasileño. Sin embargo, el voto popular se puso del lado del transandino. La discusión es, en efecto, eterna. Y, en rigor, no tiene conclusión. Al menos, no una absoluta.
Entre ambos, la relación estuvo llena de vaivenes. Naturalmente, provenientes del deseo de uno y otro de imponer su presencia. O Rei siempre se asumió como el mejor futbolista que haya existido jamás y solía hacerlo sentir. El incipiente Maradona fue ungido como su sucesor y mientras mantuvo esa condición el vínculo fue cordial, al punto de que el brasileño lo recibió en su casa, le cantó y le enseñó algunas notas de guitarra y hasta le entregó significativos presentes. El problema comenzó a darse cuando el Diez dio el salto, se consagró en México 86 y, derechamente, entró a discutirle el trono. Al brasileño se le movió el piso.
De cualquier forma, el brasileño siempre procuró mantener el vínculo. Y hacerlo desde la superioridad. Una producción de El Gráfico fue la que los juntó en 1979. Maradona no escondió su orgullo ni su admiración. Al conocer a Pelé no estaba cumpliendo un sueño solo personal. Era, también, el deseo de su padre homónimo. El joven Diego, efectivamente, lo miraba hacia arriba, con genuina admiración. “El físico es tu herramienta de trabajo. Por lo que puedo ver, tienes muy buen físico. Cuídalo. En la vida hay tiempo para todo, incluso siendo jugador. Hay tiempo para salir, para tomar una copa (..) Pero todo hazlo con equilibrio”, le aconsejó el triple campeón mundial.
Pelé siempre le guardó afecto a Maradona. Cuando el argentino dejó de existir, en noviembre de 2020, no vaciló al reflejar su dolor. “Que noticia triste. Perdí un gran amigo y el mundo perdió una leyenda”, escribió, con pesar, en sus redes sociales. “Aún hay mucho por decir, pero por ahora, que Dios dé fuerza a los familiares”, añadió, reservándose cualquier análisis para un momento más propicio. En los 90, cuando Maradona ya estaba complicado por las drogas, Pelé quiso llevarlo al Santos como un intento de ayudarlo a salir de ese flagelo. Sin embargo, el intento no fructificó.
El homenaje y La Noche del 10
Hubo más ocasiones en las que aparecieron juntos, al margen de los actos oficiales. En 2001, a Maradona le organizaron un tributo en La Bombonera. El astro se negó terminantemente a que fuese denominado como su despedida. “Yo nunca me voy a ir del fútbol”, sentenciaba. El estadio de Boca Juniors estaba repleto de incondicionales del argentino quien era, naturalmente, el centro de atención y de devoción. Pelé asistió y se ubicó en uno de los palcos del recinto. Desde esa localidad, tuvo que escuchar un cántico hiriente. “Brasilero, brasilero, qué amargado se te ve. Maradona es más grande, es más grande que Pelé”, corearon los cerca de 60 mil fanáticos. A Pelé se le vio alzar una mano en señal de saludo. Probablemente, porque no entendió plenamente el mensaje. O por mera diplomacia. O, quizás, porque sabiendo que estaba en territorio ‘enemigo’ asumía que meterse en líos no era lo más aconsejable.
Hubo otra. En 2005, Maradona tenía un programa estelar que rompía todas las marcas en la televisión argentina. El nombre no podía ser otro que La Noche del 10. Por ahí desfilaron distintas personalidades de todos los ámbitos. Una de ellas fue el futbolista que brilló en el Santos y en la selección brasileña. Otra vez, como a fines de la década del 70, el encuentro fue ameno. Hubo entrevista, volvieron a cantar juntos y hasta demostraron sus habilidades futbolísticas pasándose el balón con sus cabezas. “Si me permitís tutearte, que no es lo mismo que putearte, te voy a pedir que hagamos un cabeza”, le planteó como invitación más que desafío. Ambos lo disfrutaron y rieron. El balón los unió. Hubo, incluso, un simbólico intercambio de camisetas.
Con el tiempo, en todo caso, se conoció que no había sido fácil convencer al brasileño. Y la razón era obvia: la relación entre ambos era áspera. Tuvo que mediar un viaje de un productor a Sao Paulo para conseguir la certeza. “Parecía que el mundo se había congelado. Ahí estábamos con Pelé, Guillermo, dos amigos de Pelé, Pepe y Pepito, todos quietos mirando el teléfono… Era como si estuviéramos esperando que Diego pateara un penal, que podía ser un gol al ángulo o ir directo a la tribuna… Y ahí entró la voz de Diego: ‘Hola, Negro querido, ¿cómo estás? ¿Vas a venir? ¡Te quiero ver!’. Con eso, se aflojó todo. Y Diego y Pelé se pusieron a hablar de manera muy divertida y amistosa”, recordó Coco Fernández, quien propició el contacto a Clarín, en 2020. En ese mismo tono se dio el diálogo ante las cámaras.
¿Qué los separó?
La razón del quiebre ha generado diversas teorías. Hay quienes creen firmemente que fue el premio de la FIFA, que distinguía al Mejor Jugador del Siglo XX el que terminó por romper la armonía. Pelé estuvo dispuesto incluso a compartir el protagonismo en la ceremonia, otra vez desde la perspectiva de que el gran honor le pertenecía, y hasta quiso invitar al transandino al escenario. Fracasó en el intento, pues Maradona, enfadado, ya se había ido del lugar. Igualmente, esa teoría se cae si, cronológicamente, se revisan los gestos posteriores.
En efecto, la comparación es lo que siempre los enfrentó. “A veces nos encontrábamos y pese a que no tuviéramos una relación muy cercana, bromeábamos. Él me decía ‘cuidado porque dicen que yo soy mejor que tú’. Y yo le decía ‘puedes ser mejor, pero yo marco con la derecha, con la zurda, de cabeza, y tú no’, y reíamos”, recordó el brasileño, en una entrevista a la RAI. “Siempre bromeábamos sobre quién era mejor, pero para Dios todos somos iguales”, intentó zanjar.
Maradona también procuró hacerlo. “Mi madre piensa que soy yo, y su madre piensa que es él”, sentenció en una oportunidad. Ninguno estaba dispuesto a ceder.