Es curioso que con 31 años Primoz Roglic sea considerado parte de la nueva camada de ciclistas que dominará esta década. Pero lo es. El esloveno, que ayer se coronó bicampeón de La Vuelta a España, lleva apenas ocho años pedaleando, pero al poco rodar se transformó en uno de los más brillantes del mundo.
Nació en la ex Yugoslavia, en la localidad minera de Zagorje ob Savi. Allí, desde pequeño se especializó en el salto de esquí, disciplina en la que consiguió junto al equipo juvenil de Eslovenia el título mundial en 2007. Pero una lesión terminó sacándolo de aquella arriesgada disciplina, pero no de la alta competencia.
Su reinvención le costó 5.000 euros. Para dedicarse al ciclismo, primero de forma amateur, Roglic trabajó en un supermercado todo 2011, para comprar su primera bicicleta de carreras. Valió la pena, pues desde allí solo sumó aplausos.
Tras destacar en las pruebas amateur eslovenas, el equipo Adria Mobil quiso contar con sus servicios, pero su paso fue breve, pues en 2015 el Lotto Jumbo (actual Jumbo Visma) lo captó. Tras dos años de sumar experiencia, su irrupción en la elite del pedal llegó rápido. Fue en el Giro de Italia 2016, cuando ganó una contrarreloj de 40 km. y se proclamó campeón nacional en esa modalidad.
Así, continuó embalando triunfos año tras año. En 2017 se hizo de una etapa en el Tour de Francia, la Vuelta al Algarve, dos etapas de la Vuelta al País Vasco y la plata mundial de contrarreloj. En 2019, lo mismo: vuelve a ganar en el Tour, la general de Romandía y País Vasco. Así de lanzado se proclamó ganador de su primera grande en La Vuelta a España de 2019, su primera grande.
Muchos le han criticado por su frialdad o falta de sorpresas a la hora de correr, pero lo cierto es que calcula cada movimiento al dedillo. Embala en busca de todas las bonificaciones posibles, contrarrelojea como pocos, resiste lo necesario en la montaña y tiene una fuerza mental única.
Tanto así, que ese atributo es casi más importante que sus cualidades como corredor. Lo demostró estas últimas tres semanas en España, al conseguir olvidar la derrota en el Tour de Francia -disputado hace apenas siete semanas- frente a su compatriota y fanático, el joven Tadej Pogacar. Algunos de los más grandes, como Laurent Fignon, nunca se recuperaron después de perder en el último segundo un Tour que creían ganado.
Roglic este año no pudo vestirse de amarillo, pero sí instaló su nombre entre los mejores del mundo. Tiene 31 años, pero disfruta de la bicicleta como un niño. Es parte de la nueva camada, aunque el más longevo.