Era la selección más débil de las 32 que tomaban parte en el certamen planetario, o lo que es lo mismo, la peor posicionada de todas en el ranking FIFA (70). Un combinado en el que 21 de sus 23 seleccionados procedían además de equipos del torneo local y que nunca, en sus tres participaciones anteriores en la Copa del Mundo desde la desintegración de la URSS, había conseguido superar la fase de grupos. Un perfecto anfitrión, en resumen, para un sinnúmero de huéspedes de lujo.
Pero hoy, exactamente una semana después del arranque de su Mundial, algo parece haber cambiado en el seno del país más extenso del globo. A 101 años del estallido de su revolución, la nueva Rusia de Cherchesov parece decidida a protagonizar una auténtica subversión futbolística. Y las cosas no podrían haber comenzado de mejor forma.
Y es que con las victorias sobre a Arabia Saudita (5-0) y Egipto (3-1) en sus dos primeras presentaciones ante su público, han garantizado su presencia en octavos de final por primera vez desde la caída del Muro. Un hito que, con la excepción de la Eurocopa de 2008 (en que liderados por Pavlyuchenko y Arshavin y dirigidos por Guus Hiddink consiguieron alcanzar un meritorio cuarto puesto) jamás habían protagonizado.
Pero más allá del fondo del asunto, lo verdaderamente llamativo están siendo las formas, la contundencia con la que -en un Mundial marcado, precisamente, por la escasa diferencia existente entre grandes y chicos- está logrando resolver sus partidos el combinado anfitrión. Porque Rusia, la selección más goleadora del Mundial, acumula ya ocho tantos en dos partidos, seis más de los firmados en los mismos duelos y ante los mismos rivales por Uruguay, con quien peleará la próxima semana por el liderato final del grupo.
La armonía de un plantel que combina a la perfección la juventud (encarnada en la figura de Golovin, 22 años, por quien suspiran ya el Barça y la Juve) con la veteranía de la incombustible guardia encabezada por Ignashevich (38), Zirkhov (34), Samedov (34) o Akinfeev (32), asoma como una de la claves de un éxito sorprendente, pero en absoluto repentino.
Y es que más allá de la deslumbrante explosión del mediapunta Golovin (quien en el partido inaugural participó en los cuatro primeros goles de su equipo y acabó firmando, de tiro libre, el quinto), el resto de los grandes nombres propios de la selección dueña de casa no son, en rigor, unos aparecidos.
Denis Chéryshev, por ejemplo, goleador por partida triple en el Mundial, tiene 27 años y un presente cargado de irregularidad en el Villarreal tras surgir de la cantera madridista. Gazinsky (sólido volante del Krasnodar de 28) nunca ha salido del país y comparte equipo con Smolov (también 28) un atacante dos veces goleador de la Primera División rusa. Completa la nómina de sensaciones el gigante Dzyuba (29 años, dos goles, 1,95 metros y contrato en vigor con el Arsenal Tula), un obrero del área, silencioso, como toda esta Rusia. Una selección que, ya sin su goleador histórico, Kerzhakov, retirado en 2016, pero con argumentos futbolísticos de sobra y toda la ilusión del mundo, quiere obrar en casa su primera revolución futbolística.