Era joven Tomás González. Tenía 18 años y una vez que se realizó una Copa del Mundo de gimnasia en Chile, específicamente en La Serena 2004, el local se lució y asombró a todos. Era, sin duda, el futuro de la gimnasia nacional.
Presente y futuro, tal vez, porque poco supo de grandes logros Chile en esta disciplina hasta que la Máquina comenzó a cosechar logros: cinco medallas de oro en el circuito mundial, otras tres en Juegos Odesur, más varias en sudamericanos y ser el primer gimnasta chileno en unos Juegos Olímpicos (con dos cuartos lugares conseguidos) cierran sus alegrías. Hasta la FIG le puso su nombre a un ejercicio. Puros honores, pero faltaba uno.
En medio, González sufría. Por la muerte de su mentor, el ruso Yevgeny Belov; con la dirigencia de su federación, que lo hacía a un lado de competencias internacionales (el único con opciones); con su quiebre con el cubano Yoel Gutiérrez, quien lo llevó a lo más alto; por ir a copas sin jueces chilenos y, últimamente, por las lesiones. Por todo eso, merecía alguna alegría.
Ayer, en el piso del Polideportivo Villa El Salvador, Tomás tuvo lo que buscaba, lo que nunca se le había dado: un oro panamericano.
La competencia era dura. El chileno había pasado a la final con el cuarto mejor puntaje (13.900), pero si se le restaba la pena por haberse salido de la zona, se calculaba que era el mejor. Un ejercicio mental que requería de calculadora, pero Tomás la echó a la basura.
Cómo no, si la felicidad aparecía en su rostro después de cada diagonal, incluso tras la última, la más complicada. Tomás González, el penúltimo en salir a competencia, no tuvo fallas. Tal vez una, sí, en la última caída, pero terminó siendo un detalle en una rutina casi perfecta, que lo dejó con una sonrisa que poco se le había visto en el último tiempo, por todo aquello, por las recientes lesiones y por los cuestionamientos a su cargo paralelo como presidente de su federación. En ese cargo, seguro, se alegró también de las otras finalistas chilenas del día: Makarena Pinto, cuarta, y Franchesca Santi, octava, en salto.
Dedicación
"Hace unos años ni tenía seguro llegar aquí. El trabajo responsable y con dedicación siempre tiene buenos resultados. A veces esto es un poco ingrato, pero se dio. Me sentí bien psicológicamente, muy fuerte en comparación con mis contrincantes, que obviamente son más jóvenes, y eso es algo que me juega a favor", declaró, feliz, González.
Sonrisa y orgullo mientras se cantaba el himno chileno en el podio limeño. El único gimnasta chileno de la historia en subir a un podio de Juegos Panamericanos es desde ayer el primero en conocer el oro. Un impulso que, a los 33 años, espera que lo lleve a Tokio, que lo deje en Santiago 2023. Y con una sonrisa, como antes.