La Roja tiene memoria
Enfrentar a una selección de Japón plagada de futbolistas Sub 23 traía aparejado para Chile un doble riesgo. Primero porque la diferencia individual en favor de la Roja lo hacía amplio favorito y no había margen de error. Pero al mismo tiempo estaba la trampa de que cualquier traspié sería duramente enrostrado, especialmente en contra de Reinaldo Rueda.
Por eso el 4-0 supuso una enorme cuota de alivio para todos. Se superó con éxito la tensión que representa el estreno en una Copa América y sobre todo quedó la sensación de que el equipo por varios pasajes recuperó la memoria. La generación de espacios en ataque, las constantes triangulaciones por los costados para provocar la aparición por sorpresa de los lateriales y fundamentalmente, la vuelta al gol de Sánchez y Vargas, son buenas señales para Rueda, que ahora sí parece tener la tranquilidad que necesita todo técnico.
En Sao Paulo, reapareció el fuego sagrado de un conjunto que venía apagado en la cancha, todavía viviendo el luto de no haber clasificado al Mundial de Rusia. De la mano de los históricos, pero también con algunas caras nuevas, reflejado en Erick Pulgar, que lentamente comienza a sacarse la mochila que representa tener que convivir permanentemente con el fantasma de Marcelo Díaz.
Aunque hubo momentos en que Chile sintió el esfuerzo físico, especialmente después del segundo gol, el partido siempre estuvo en los pies de Vidal y de Aránguiz, el mejor de Chile en el Morumbí. El Príncipe tardó en arrancar en el partido, pero una vez que encontró su posición en la cancha, demostró todo su liderazgo futbolístico. Clave en la recuperación y en la visión de juego, el jugador del Bayer Leverkusen fue una vez más la bandera de Chile.
La Roja superó la primera valla con una nota alta, más allá de la fragilidad e inocencia que mostró Japón. La denominada Generación Dorada quiere escribir un último capítulo glorioso. Veremos si Brasil es testigo de otra linda historia futbolística.
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