Una de las cosas más llamativas en torno al LIV Golf, la nueva casa de Joaquín Niemann, quien fichó a cambio de US$ 100 millones, es cómo el tour tiene la capacidad de atraer a los mejores jugadores del mundo con contratos multimillonarios, si no está presente en las programaciones de los gigantes televisivos de Norteamérica, no cuenta con el auspicio de ninguna multinacional conocida y tiene menos de un año de vida. Aquella respuesta es simple, pero a la vez también aporta muchos de los matices que provocan que hoy en día esté en medio de la polémica.
Y es que el capital del LIV Golf está respaldado económicamente por el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita, un programa soberano del país de Medio Oriente que tiene 620.000 millones de dólares (activos) y que quiere gastar 2.400 para potenciar el tour en los próximos cuatro años. Unas cifras impactantes, que nunca antes se habían visto en el mundo del deporte.
Una situación que ha llevado a diferentes reacciones por parte de los fanáticos y expertos. Está el grupo que cree que esto es un simple acto de “sportwashing”, el término con el que se conoce a la intención de lavar la imagen de un país o institución a través del deporte, principalmente enfocados en naciones que tienen problemas con el cumplimiento de derechos humanos.
También están los que creen que sin importar el origen del país que entrega el sostén económico, la creación de una superliga atenta ante una institución que se ganó el derecho a tener la hegemonía del mundo del golf por su trabajo de décadas, aunque aquello camufle un proyecto, guste o no, con tintes monopólicos.
Finalmente existe el grupo que cree que la relación no representa ningún problema dentro de un mundo comercial donde domina el libre mercado y en donde los jugadores deberían tener el derecho de poder jugar donde quieran, sin tener que ver complicadas sus participaciones en eventos de primer nivel. Entre ese grupo debe estar Joaquín Niemann y las decenas de golfistas que cruzaron el charco y decidieron darle la oportunidad a un circuito que ofrece calendarios más flexibles, mejores premios y una versión renovada de la forma de jugar.
Pero para que todo aquello funcione se necesita dinero y a los mejores jugadores. Algo que vuelve a traer al ruedo al Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita y es que es muy difícil comprender el LIV sin entender el impacto que generan los petrodólares sobre él. Sin los millones no existiría la superliga. Eso es un hecho.
Por ejemplo uno de los ingresos más importantes que tienen los eventos deportivos en la actualidad es la televisión, sobre todo a nivel norteamericano. La NBA, la NFL y el PGA cada año copan los horarios primes de los gigantes de las comunicaciones tras contratos multimillonarios de derechos de transmisión. De hecho, según estimaciones de Forbes, el ex tour de Niemann gana aproximadamente 700 millones de dólares al año por convenios con medios.
¿El LIV? En Estados Unidos (y en gran parte del planeta) se transmite solamente por Youtube. Algo que incluso será difícil de cambiar en el corto plazo, ya que actualmente las cadenas principales del país de los 50 estados (a excepción de FOX) ya tienen acuerdos de exclusividad con el PGA.
Una demostración brutal de la poca de exposición que tiene el tour es la comparativa entre las personas que vieron la primera fecha del LIV en relación a los televidentes que tuvo el RBC Canadian Open, evento del PGA, y que se realizó el mismo fin de semana. Mientras que la superliga tuvo un promedio de 95.000 espectadores en su jornada inaugural, el cierre del torneo que ganó Rory McIlroy fue visto por tres millones de personas.
Si por ejemplo se analiza el tema de los auspicios, estos también son escasos. En el primer evento de este año, que tuvo sede el Centurion Club de Londres, solo habían tres y todos locales: Ballygowan Water, 6 O’Clock Gin y London Essence Co.
Y es que tener el apoyo monetario de uno de los países más ricos del mundo permite muchas libertades al LIV. No funcionar bajo los estándares normales de un evento deportivo es algo que los ayuda, pero que también quiere dejar de usar.
En los planes siempre ha estado el atraer a las grandes marcas al tour, pero la situación de batalla con el PGA no ha ayudado a aquello. El mismo presidente del tour de los petrodólares lo admitió hace unos meses: “Definitivamente afectó nuestra capacidad de salir al mercado con todos los patrocinadores que existen”. Una situación que molesta, pero que no les quita el sueño. Saben que es un proyecto a largo plazo y que necesitará de un tiempo antes de poder entrar a todas las esferas del mercado y el planeta. A su favor juega que buscan atraer a un público más joven, que ya tienen fichadas a grandes estrellas por contratos de varios años y que claramente tienen todo (o casi) el dinero del mundo. La ecuación solo hace pensar que el LIV Golf llegó para quedarse.