El vacío informativo del fútbol local lo ha llenado de ruido y discusión un combate emocional alrededor de Universidad Católica. Una pelea que no tiene que ver con el balón o los resultados sino con los sentimientos. Sobre lo que se debe decir o no llevando la jineta, lo que hay que pensar y propagar vistiendo esa camisa. No es un asunto menor. Todo lo contrario, aunque a menudo despreciado, en el fútbol se trata del mayor de los asuntos. La mística. Lo que afecta al corazón del aficionado, finalmente el elemento fundamental del juego y el negocio incluso ahora que es más cliente que dueño.
De un lado, José Pedro Fuenzalida, 35 años. Capitán de la UC, forjado en sus categorías inferiores. Gran futbolista, de largo recorrido y esfuerzo innegociable. Una vez jugó en el bando enemigo. Un modelo de compostura y saber estar dentro y fuera de la cancha. Un tipo preparado, con opinión, respetuoso. Responsable y sensato. Un caballero. El invitado ideal, alguien al que se le deja sin preguntar las llaves de casa.
Del otro lado, Nicolás Castillo, 27 años. Hincha cruzado y canterano de San Carlos. Hoy en América de México y de baja, convaleciente aún de una trombosis de la que tuvo que operarse. Gran futbolista y nómada. Goleador y pendenciero. Un personaje con suficientes episodios de insultos y puñetazos a periodistas, aficionados o rivales como para componer un sabroso prontuario. Un barrabrava más. Temperamental y nada comedido. Alguien ante el que quizás conviene cruzar de acera si te lo encuentras, dentro o fuera de la cancha.
El contexto previo vence de antemano hacia un lado claro la reyerta. Pero...
El Chapa, y no es la primera vez (luego está convencido), habla de Colo Colo como el club más grande de Chile y de la U como el que tiene la mejor hinchada. Pero también insiste en identificarse con Católica por sus valores y su superioridad como institución. No hay mala intención en su reiterada declaración. Se trata de un pronunciamiento frío y sereno, educado. Una reflexión imparcial, hasta razonada, con la que podría coincidir cualquier espectador aséptico. Una visión mayoritaria incluso. Pronunciada, claro, por quien lleva en el brazo el símbolo sagrado de un sentimiento. Alguien al que precisamente no se le pide neutralidad ni cordura, sino pasión y militancia. No hablaba un juez o un periodista. Hablaba el capitán de la UC. La jineta es la prolongación del hincha sobre el pasto. De su forma subjetiva de sentir, de pensar y hasta de declarar. Por eso el sobresalto y la herida.
Y Castillo se lo afea a gritos. A su manera, con un discurso irrespetuoso y faltón, inadecuado por el lugar, incluso exagerado, pero también con fundamento, recitando de carrerilla los diez mandamientos de la religión cruzada. Saltó el hincha que lleva dentro. También cabe suponer que sin mala intención, sin reparar en el incendio (nocivo igualmente para el escudo que trata de proteger) que su rugido iba a generar en la masa amiga y la incómoda posición en la que iba a dejar al que no hace tanto fue su compañero.
El corazón y el cerebro del hincha es un cóctel tan particular que realmente solo los que comparten paisanaje emocional están legitimados a posicionarse en esa guerra civil. No es fácil tocar de oído. Solo ellos saben en realidad lo que les ofende y les duele. Y la de la UC siempre ha parecido desde el exterior una piel muy sensible, exageradamente susceptible para poner bajo sospecha de maldad cualquier frase que viene de fuera. Algo que permite imaginar la dimensión íntima del golpe cuando la frase inoportuna o gratuita sale de dentro. Basta intentar ponerse en ese uniforme, calzarlo en el que cada uno siente personalmente, acomodarlo a las cosas que en cada fidelidad son sagradas o prohibidas, dejar de un lado la cabeza y comprender el esguince provocado.
No tanto por la veracidad del contenido como por lo innecesario del pronunciamiento. Lo ha comprendido el propio Fuenzalida, calmado, conciliador y respetuoso al extremo en sus disculpas inmediatas. Impecable. Y seguro que no ha sido el miedo sino el sentido común y el decoro el que le ha llevado a comunicar su paso atrás. Dijo lo que dijo sin querer ofender. Pero se equivocó y hay que saber perdonar, como zanjó el propio Gary Medel, tótem de los cruzados. El pecado no invalida las conquistas de Chapadios, ni sus gotas de sudor derramadas por la causa. Mucho menos legitima un linchamiento. Pero en este combate los argumentos están de parte del que no acostumbra a tenerlos. Un capitán no está solo para sortear el saque inicial o negociar los premios. Es el guardián de una forma de sentir, de querer, de pensar y de decir. Por eso importa y mucho lo que declara. Y además debería hacerlo convencido, sin impostura, contagiando. Como dijo aquel francés: el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y el fútbol es fundamentalmente corazón. El del hincha.