Colo Colo cae frente a O’Higgins y se hunde en la tabla de posiciones. El Cacique marcha en el decimocuarto puesto de la tabla. El equipo de Gualberto Jara ha sumado ocho puntos en 10 partidos. En unidades, solo supera al colista, Deportes La Serena, que tiene cinco. En Macul la paciencia se agota. Los hinchas reclaman en las redes sociales, la única vía que tienen para desahogarse ante la imposibilidad de asistir al estadio Monumental, y un sector de la dirigencia empieza a presionar para abortar el ciclo del técnico paraguayo, quien se quedó con el puesto después de reemplazar como interino a Mario Salas, y reemplazarlo por un conductor de mayores pergaminos y, sobre todo, que tenga el liderazgo que se necesita para remecer a un plantel que no entrega respuestas.
Las causas del desastre albo no son solo deportivas. Y ni siquiera son todas recientes. La realidad del club popular obedece a varios factores.
Sin línea futbolística
Colo Colo no encuentra una línea futbolística. El arribo de Mario Salas, en diciembre de 2018, supuso el intento de darle al equipo la identidad que los hinchas pretendían. Había ilusión por la gestión del Comandante, quien había sido bicampeón con Universidad Católica y quien lucía un antecedente que los hinchas valoraban: la identificación con el club, al que defendió exitosamente en la década de los noventa. Sin embargo, ni los resultados (salvo la obtención de la Copa Chile a comienzos de este año) ni la revolución que en Macul pretendían respecto de la forma de juego del equipo terminaron llegando. Por el contrario, Salas terminó enredándose en la pugna con los jugadores más influyentes del plantel, prescindiendo de figuras como Agustín Orión, Jorge Valdivia y Jaime Valdés y yéndose mal: a comienzos de esta accidentada temporada acumuló cuatro derrotas consecutivas y fue despedido, en un escenario impensable cuando llegó aplaudido por la mayoría. En su reemplazo asumió Gualberto Jara. El guaraní entusiasmó con la victoria sobre Athletico Parananese, en marzo, por la Copa Libertadores, pero su continuidad obedeció al fracaso directivo al intentar la contratación de un técnico de peso. La principal opción fue Luiz Felipe Scolari.
De vuelta del receso obligado, el guaraní no ha encontrado respuestas para enrielar a un equipo que perdió incluso lo poco que había avanzado. Colo Colo es un equipo abúlico, sin variantes ofensivas y tampoco solidez en la zaga. Pierde ante rivales que antes le resultaban abordables y desprendió al Monumental de esa condición inexpugnable que tenía. Wanderers y O’Higgins pueden dar fe.
Individualidades que no rinden
El mercado de fichajes de este año generó cierta ilusión entre los fanáticos albos. Nombres como Nicolás Blandi, Leonardo Valencia, Matías Fernández, Miguel Pinto y César Fuentes sugerían una respuesta rápida a las necesidades que entonces tenía el equipo albo. Sin embargo, por distintas razones, el aporte de los refuerzos no ha sido el esperado. El más criticado es Blandi, quien no ha respondido al rótulo de figura que traía del fútbol argentino, que lo convirtió en el jugador mejor pagado del fútbol chileno. Para colmo, los que ya estaban también han estado alejados de lo que se les exige. En el partido ante O’Higgins, por ejemplo, Brayan Cortés tuvo que cederle el arco a Miguel Pinto después de una pálida presentación en el Superclásico que revivió los cuestionamientos respecto de su nivel para estar en el pórtico albo. Más adelante, en cada línea hay rendimientos para cuestionar: los albos no encuentran un lateral izquierdo que les dé garantías, carecen de un volante que apoye las labores creativas y de contención y siguen extrañando a un conductor que les dé mayores y mejores ideas.
División directiva
Si bien en la historia de Blanco y Negro no es posible hallar un momento de unidad absoluta, lo cierto es que en otros pasajes de la vida institucional del Cacique a cargo de la concesionaria la convivencia ha sido, al menos, algo más tranquila. En la actualidad, la división es profunda. Los bloques que encabezan Aníbal Mosa y Leonidas Vial se han mantenido en un permanente forcejeo. El último vestigio de una paz forzada se rompió a fines de julio, cuando Harold Mayne-Nicholls perdió la condición de vicepresidente ejecutivo en la que llegó al club, como la gran apuesta de Mosa para ordenar la administración del club. Por esos días, ByN ya ardía en medio del conflicto que desencadenó la salida de Umbro como main sponspor del equipo albo. De hecho en la misma reunión en la que se determinó el cambio de condiciones al ex timonel de la ANFP hubo reproches cruzados de los dos sectores en torno al tratamiento del conflicto con la marca.
Una relación dañada y suspendida
En abril, la relación entre Blanco y Negro y el plantel del Cacique sufrió un quiebre que todavía no cicatriza. En medio de la crisis por la pandemia, y ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo respecto de una reducción salarial consensuada, ByN determina enviar a los jugadores al seguro de cesantía. Como consecuencia de la suspensión de la relación laboral, los jugadores albos quedan a la deriva, impedidos legalmente de seguir trabajando bajo las órdenes de sus preparadores habituales e intentando mantenerse en forma por sus propios medios. En el plantel también se produjeron fisuras. Más allá de que oficialmente el discurso era unitario, internamente se sabía del descontento de un sector del equipo por las decisiones que tomaba el bloque más experimentado. Como una forma de restituir un vínculo, que sobre todo en el caso de Mosa, antes era mucho más cercano, la dirigencia el pago de $ 500 millones a los principales referentes del equipo bajo la figura de derechos de imagen. Esteban Paredes, Carlos Carmona, Matías Zaldivia, Nicolás Blandi, Juan Manuel Insaurralde y Pablo Mouche se beneficiaron con la iniciativa que, otra vez, desató una pugna dirigencial.
Falta de un proyecto deportivo
No solo los magros resultados dan cuenta de una crisis que parece mucho más profunda. También hay otros síntomas que desnudan la fragilidad institucional. En el Superclásico frente a Universidad de Chile, diez de los 11 titulares que presentó Gualberto Jara no se formaron en el club. El único que había pasado por las divisiones inferiores de la escuadra alba había sido Gabriel Suazo, una situación inentendible tratándose de una institución a la que cualquier jugador joven quiere llegar. Las miradas apuntaron a Marcelo Espina, quien en noviembre de 2018 asumió como el nuevo director deportivo del club. Uno de los objetivos del Cabezón era, precisamente, propender a la renovación del equipo con figuras moldeadas en casa, con el adicional de la fuerte identificación con las raíces y la idiosincrasia del club. En Macul apuntan a que en 2025 el primer equipo esté compuesto en un 60 por ciento por elementos surgidos en su cantera. Sin embargo, al menos en el inicio, la iniciativa no encuentra eco. Para colmo, los jugadores que han tenido más opciones este año, como Gabriel Suazo o Branco Provoste, no han alcanzado un buen rendimiento.
El factor Valencia
Leonardo Valencia es, probablemente, uno de los refuerzos más importantes que Colo Colo fichó para esta temporada. Un paso brillante por Palestino, otro desafortunado en Universidad de Chile y, sobre todo, el antecedente de que provenía desde el más exigente mercado brasileño, donde defendió al Botafogo, lo transformaban en una pieza que, teóricamente, les iba a dar a los albos la jerarquía que les apremiaba en la mitad de la cancha, sobre todo tras la salida de Valdivia. Sin embargo, al margen de algunos chispazos, otra vez la apuesta no reditúa. Valencia está hoy en el centro de los cuestionamientos. Y ni siquiera es por su cuestionable aporte futbolístico: el caso de violencia intrafamiliar que protagoniza compromete incluso la imagen del club, que ahora ha tenido que darles explicaciones a las autoridades.