Con un nuevo capitán de barco, el mismo buque a la deriva y el oleaje de fondo de los últimos días, la U naufragó en su visita al Ester Roa ante la versión continental del Campanil, que logró con justicia su primer triunfo del torneo.
Como queriendo hacer honor a su cartel y a su discurso eminentemente ofensivo, apostó Alfredo Arias en el día de su debut por revolucionar el dibujo táctico de su equipo. Con una línea de tres hombres en el fondo saltó el conjunto azul a la cancha del Ester Roa, con la misión de regresar a la senda del triunfo pero, sobre todo, de desmarcarse de tanto ruido. Su mejor aliado fue de partida su adversario, una Universidad de Concepción que tardó un cuarto de hora en ingresar al partido.
Cuando lo hizo, ya perdía 0-1. Dos minutos necesitó apenas el conjunto laico para ponerse en ventaja. Jimmy Martínez, el futbolista con mayor lucidez en las filas de la U, rompió por la izquierda y sirvió al corazón del área para que Matías Rodríguez fusilase con la izquierda Muñoz con la condescendencia de la zaga penquista. El efecto Arias no podía haber sido más inmediato. Tampoco más engañoso, pues tras media hora de dominio territorial -conquistado metro a metro, palmo a palmo, a base de intensidad y brega, no de argumentos futbolísticos- el equipo dirigido por Francisco Bozán consiguió sacudirse el asedio y estirar sus filas. Un fantástico zurdazo de Droguett que dejó temblando el travesaño de Herrera, cuando agonizaba el primer acto, terminó de espolear a los penquistas.
La revolución del conjunto local arrancó en el complemento. Droguett tomó la batuta del juego, tuvo tiempo para pensar, y metros a la espalda de la medular azul, tan poblada como sumida en la anarquía. Ballón dio el primer aviso, en la primera acción del segundo tiempo, pero Herrera sacó literalmente la cara por su equipo para evitar el empate. No pudo hacerlo en la siguiente embestida del Campanil. Tras pasarse todo el verano ofreciéndose a la U, Patricio Rubio ajustició a su ex equipo. Recibió el esférico en la frontal del área, solo, solísimo, y definió a la izquierda de Herrera. 1-1. Corría el minuto 60 y el partido se jugaba ya íntegramente en campo de la U. Droguett -que también es humano- perdonó el 1-2 tras una gran asistencia de Rubio, pero se resarció acto seguido colocando el balón a la salida de una falta lateral en la cabeza de Orellana, que hizo el segundo. Herrera estuvo esta vez lento en su reacción. También su equipo, incapaz ya de reponerse de un golpe de nocaut tan demoledor como finalmente previsible.
Con ventaja local, regresó el ruido, con la parroquia visitante protestando con bengalas y fuegos artificiales contra la dirigencia universitaria. Se detuvo el partido y, cuando regresó, la U ya había perdido el foco -como toda la semana- y también los puntos. Tres puntos de oro que se quedaron con merecimiento en Concepción, que estrena su casillero de triunfos. El incendio azul prosigue.