Hace unas semanas comentaba en este espacio por qué Hernán Caputto no debía ser el técnico de la U. Y advertía las razones para ello. Primero que era un entrenador que se traía para iniciar un proyecto formativo. Es decir, se vistió un santo para desvestir otro. Y es que, a pesar de obtener logros con las selecciones menores, su sistema de juego era francamente malo. Y también, porque, me parecía, es un tanto débil de carácter como para enfrentar a un plantel tan complejo como es el de la U.
Los hechos nos han dado la razón y, lo cierto, es que los problemas futbolísticos han continuado y, ahora, la Universidad de Chile está donde mismo, en zona de franco peligro.
También se creyó que la llegada de Rodrigo Goldberg y Sergio Vargas, este último un claro referente, sería la solución. Pero tampoco. Pese al tiempo transcurrido, aún no están definidas claramente sus funciones. Con ello, además, se destruye aquella idea de que las instituciones funcionan mejor cuando incorporan en la gestión deportiva a exjugadores o extécnicos. Hay múltiples ejemplos que así lo demuestran, con Marcelo Espina en Colo Colo como un caso a observar.
Se unen a este descalabro futbolístico azul las decisiones desacertadas de orden y gestión administrativa, recurriendo a ahorros menores e irritantes.
En suma, todo está mal en la U. No obstante, aún en ese desconcierto, el buen hincha no la abandona y repleta los estadios. Hace lo que le corresponde.
La deuda –una enorme- recae sobre dirigentes. Y por qué no decirlo, también en sus jugadores. A modo de ejemplo, y en un ejercicio siempre odioso, pero no practicado por quienes debieran hacerlo, cabe preguntarse: ¿Son para la U González, Echeverría, Ubilla, Espinoza, Riquelme, entre otros?
Es la realidad azul de hoy: un entrenador que no da el tono, jugadores carentes de jerarquía, además de dirigentes paternalistas y erráticos. Y como corolario, un sector de la barra integrado por inadaptados que acrecientan su mal.
Con estos ingredientes, el fantasma del descenso adquiere fuerza semana a semana. ¿Y acaso no sería mejor que así ocurriera para comenzar desde cero?