En El Salvador, a 2.248 metros de altitud, el oxígeno suele escasear. Lo que se podía respirar era la tensión con que Cobresal y Universidad de Chile ingresaban al estadio El Cobre. Para ambos, se trataba de un partido decisivo. El fantasma del descenso merodeaba por el recinto nortino. Tanto la escuadra de Gustavo Huerta como la de Cristián Romero entraban a la cancha con la amenaza de complicarse con la pérdida de categoría. Esa sensación no tardó en trasladarse al campo de juego. Y, lo peor, para ambos, ni siquiera desapareció con el empate en blanco. Los azules son los más complicados, pues llegarán sufriendo a la última fecha. El resultado en el norte, la victoria de Melipilla sobre Everton y lo que puedan sumar hoy Huachipato, La Serena y Curicó pueden aumentar la angustia en las filas laicas.
En un recinto vacío, producto de las restricciones sanitarias impuestas por la pandemia, resultaba más fácil advertir los diálogos entre los técnicos y sus jugadores e incluso algunos de los intercambios entre quienes estaban dentro del campo de juego. Y en todas esas palabras era fácil advertir lo que la tabla ya reflejaba de antemano: que no había margen para distracciones ni menos para errores. A estas alturas del torneo, con las estadísticas golpeándoles la cara, cualquier yerro se pagaría caro.
Escasa precisión
Eso quizás explique que el juego que se desplegó en el recinto nortino haya intentado ser más directo por parte de ambas escuadras. La finalidad en esos casos es doble. Por un lado, se busca llegar rápidamente al arco rival con el propósito de conseguir algún gol que lleve alivio. Y, paralelamente, también se trata de llevar el balón lo más lejos posible del arco propio, para evitar inconvenientes en campo propio.
Sin embargo, aunque también puede traducirse en partidos atractivos, ese trámite suele arrojar encuentros llenos de imprecisión. A Huerta, el técnico local, y a Romero, el del visitante, parecía que les quedaba esa impresión, pues constantemente les pedían a sus jugadores que no perdieran el balón con tanta facilidad y que se apegaran al libreto que habían establecido y que habían preparado en la antesala. “Déjense de pelotazos”, imploraba el primero.
Aún con cierto desorden, esa agresividad se tradujo en llegadas a ambas porterías. Felipe Reynero, por ejemplo, se encargó de preocupar a Fernando de De Paul y Larrivey, poco después, hizo lo propio con Leandro Requena en los primeros ataques de lado y lado, que fueron los más elaborados. Después, el expediente preferido, sobre todo por la escuadra local, fue el remate de media distancia. Cristopher Mesías, Matías Donoso y Francisco Valdés eligieron ese camino para inquietar al golero universitario, aunque sin éxito. La U, en tanto, se fue diluyendo a medida de que transcurrían los minutos.
Escasa claridad
En el inicio de la segunda etapa, la estrategia cobresalina cambió. Huerta mandó al campo de juego a Juan Carlos Gaete, con la finalidad de aprovechar la velocidad del delantero ante los eventuales espacios que pudieran ofrecer los estudiantiles. En su caso, la tarea era eminentemente ofensiva. El técnico buscaba formar tándems por ambas franjas para mantener ocupados a los laicos.
Los problemas para la U no solo se los planteaba Cobresal, sino también el infortunio. En los 52′, Cristóbal Campos reemplazó al lesionado De Paul, un golpe duro para los universitarios.
El sufrimiento, en todo caso, pudo ser peor. En los 66′, Matías Donoso clavó un cabezazo en el arco universitario, lo que habría resultado lapidario para las aspiraciones del visitante. Sin embargo, el juez Cristián Garay no vaciló un instante en invalidar el tanto, al decretar una infracción de Juan Carlos Gaete sobre Osvaldo González. La U salía viva, pero seguía sufriendo.