La situación en otros países tiene a Chile convirtiéndose en un país cosmopolita. Es normal encontrar personas de cualquier nacionalidad caminando en las calles de Santiago. Es más, uno de los puntos más emblemáticos del deporte chileno, el Estadio Nacional, alberga una verdadera fiesta caribeña. Semana tras semana se juntan las arepas y la música en torno al béisbol y el sóftbol, que en esta parte del continente aún se mira con distancia.

No están en el país por placer, de vacaciones o porque quisieran. "En Venezuela no tenía trabajo", resume Daniela de Oliveira, de 29 años, que dejó su tierra para vivir en Santiago en septiembre de 2017. "No lo pensé dos veces cuando se presentó esta oportunidad", agrega.

En Chile arrienda una pieza junto a su pareja e hijo. Trabaja en la empresa de un compatriota en el área comercial. Signature se llama la marca, donde, según reza en la página, vende "soluciones para el intercambio de documentos electrónicos basados en firma digital". Fredyam, con quien tiene una relación hace nueve años, llegó en noviembre y maneja el auto de otro venezolano, trabajo que consiguió hace dos semanas.

La lejanía obligada con su tierra es común en el diamante del Nacional. Daniela es parte de Industriales, que compite en la Asociación de Béisbol y Sóftbol de Santiago. El plantel es una mezcla latinoamericana que calza perfecto. Venezuela, República Dominicana y Cuba son los que más aportan. Se suman algunas chilenas que fueron acogidas sin problema, pues ellas parecen ser las extranjeras en un deporte poco chilenizado.

Daniela llegó a Chile gracias al sóftbol y demuestra su calidad cada vez que está en cancha. Pero es demasiado buena. Por eso no la dejan jugar de lanzadora, su posición, por lo fuerte de sus tiros. Se hace imposible de batear para las rivales. Cuenta que la contactaron de la Asociación para potenciar la disciplina en el país. Pese a que jugar no le retribuye ganancias monetarias, ella es feliz haciendo lo que mejor sabe.

Su vida al llegar a Chile cambió diametralmente. Sus logros deportivos pasan a segundo plano y llega el anonimato. En Chile aún no se valora el deporte que Daniela practica. La venezolana tiene a su haber Mundiales y Panamericanos, se considera una profesional del sóftbol. A los 12 años ya disputaba campeonatos en su país y a los 16 debutó en la selección. Viajó a Canadá, Puerto Rico, Estados Unidos, Holanda, Colombia y México, siempre representando a su nación.

¿Será la siguiente foránea que mejora el nivel deportivo de Chile con una nacionalización por gracia? "Ahorita es difícil responder a eso. No sé a dónde llegará el sóftbol en Chile. Si se me presenta la oportunidad de representar a Chile, estoy dispuesta a hacerlo con mucho orgullo. Es un país que me está brindando la oportunidad de un mejor futuro para mi hijo y mi familia".

En 2012 dejó de jugar cuando quedó embarazada. Se retiró por un tiempo, pero el machismo le cerró las puertas y de la selección no supo más. Estando en el descanso obligado de lo que ama, le llegó la oportunidad de viajar a Chile y retomar, de forma distinta, su pasión por el sóftbol.

"Mientras la situación en Venezuela siga como está, no pienso regresar", dice categórica De Olivera. Se siente a gusto en el país ("me he sentido cómoda y en familia") y está contenta con su trabajo, donde prima el acento extranjero y la confianza.

El diamante del Estadio Nacional también es señal de unión para los caribeños. Ahí comparten sin temor y con el pasado en mente: "Nos desestresamos, salimos de la rutina, es continuar con nuestras costumbres en un país ajeno".

Por ahora, el sóftbol es una forma de olvidar sus trabajos. Se juntan de varias nacionalidades, más cerca del Caribe que del Pacífico. Tratan de contribuir con su experiencia, con un poco de su país. Daniela es una de las tantas historias de gente que se reúnen en torno al bate y la pelota, personas que tuvieron que dejar atrás sus raíces y laureles para refugiarse en un Chile desconocido. Pero felizmente abierto.