Alberto Abarza (34 años) ha renunciado muchas veces en su vida. Lo hizo a los 14, cuando decidió dejar de nadar, hastiado de los insoportables dolores que sufría a causa del Charcot-Marie-Tooth, una rarísima neuropatía que va deteriorando día a día y noche a noche su sistema nervioso. También a los 17, cuando los avances de este cruel mal lo dejaron postrado, inhabilitado para mantenerse en pie por sí solo. Luego, a los 22, cuando la fiestas y una adicción al cigarrillo ("me llegaba a fumar dos cajetillas y media al día", confiesa) eran su única forma de disfrutar la vida, de escapar de un cancerbero que lo perseguirá hasta el final de sus días. E incluso hace menos de un año, cansado de los problemas que constantemente sufre para representar al país en Mundiales y Copas del Mundo, por no tener el dinero suficiente para viajar con su entrenador.
Pero siempre se levantó y siguió.
Son las 7.30 de la mañana de un frío jueves de mayo y en la pequeña piscina de la Usach, Cristian Espíndola (35), el actual entrenador de Beto, guía la primera sesión de trabajos del actual Premio Nacional del Deporte. Veinteseis grados bajo el agua, pero afuera la sensación térmica es de sólo tres. Abarza ni se inmuta. Fue el primero en lanzarse al agua y, al hacerlo, se entiende que en realidad éste es su verdadero hábitat. Aquí se mueve sin problemas. Porque al agua llegó con apenas dos años, motivado por la recomendación que en Teletón les hicieron a sus padres; con la natación conseguiría frenar notablemente los embates del trastorno degenerativo que, eso sí, tarde o temprano terminarán por tumbarlo definitivamente.
Abarza se desplaza en un vaivén lento y constante, mientras Espíndola lo guía. Trabajan juntos desde enero, tras un tiempo de inactividad luego de sufrir un violento portonazo en abril del año pasado, justamente afuera de su casa. Allí, al no poder salir del vehículo, los delincuentes lo golpearon hasta quebrarle dos costillas. Su experiencia fue surrealista: "Pensaban que no quería soltar el volante, nunca entendieron mi discapacidad. Se subieron al auto, lo pudieron hacer andar, pero lo chocaron, porque el freno es adaptado a mis necesidades. Un tipo luego se devolvió a decirme: 'discúlpame, hermanito, discúlpame'". Lo cuenta riéndose, como una anécdota más y no como el horror que fue. Porque para él ya no hay horrores. Ha vivido toda una vida soportando un infortunio que apenas vive dos millones y medio de personas en el mundo, pero que a él, dice, le ha permitido cumplir todos sus sueños.
"Me siento afortunado"
Y es que vive a contrarreloj, sabiendo que cada día es un regalo, incluso aquellos en que los dolores son casi insoportables, en que se tumba paralizado por minutos u horas, sin poder siquiera mover sus ojos debido a los calambres, los agradece a concho. Igualmente entrena esos días negros, pues entiende que su exitosa carrera transita por las últimas glorias.
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Abarza, minutos antes de ingresar a la piscina. Foto: Reinaldo Ubilla[/caption]
Pero ni eso le importa en verdad. Lo único realmente importante en la vida del número uno del ranking mundial en su categoría (S3 en estilo libre y espalda) en 2017 y 2018, y octavo en los Juegos de Río, es ser feliz. Nada más, nada menos. Y para eso no tiene mayores fórmulas, basta sonreír un poco y agradecer por el nuevo día. "Te lo juro. No me interesan ni las medallas, ni el reconocimiento. Esto lo hago por mí, por mi hija, por sentirme feliz y porque, de cierta forma, todo lo que el destino me ha entregado me ha hecho ser más feliz".
Y no es solo fanfarronería. Su desinterés por las preseas es tal que en su casa, una morada que recién el año pasado compró, no hay rastros de todas las medallas mundiales que se ha colgado. Apenas decoran la mesa de la TV los dos premios al Mejor de los Mejores 2017 y 2018, entregado por el COCh; los dos Cóndores (uno al mejor en su disciplina, en 2017, y otro también al mejor de los mejores, en 2018) otorgados por el Círculo de Periodistas Deportivos, y un reconocimiento a su trabajo en el Banco BCI, donde es ejecutivo de comunicaciones.
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Beto Abarza, nadando en la piscina de la Usach. Foto: Reinaldo Ubilla[/caption]
El último, paradójicamente, es el más importante para él. "A ellos sí que les agradezco mucho, porque confiaron en mí cuando yo no era nadie. Llegué sin saber nada, pero necesitando trabajar, porque iba a ser papá, y me enseñaron a trabajar, me permitieron aprender", asegura, mientras sorbe un café para capear el frío.
"Me siento afortunado, porque todo en mi vida ha sido por alguna razón. Por ejemplo, si no sufría esta enfermedad no hubiese nadado, ni hubiese conocido a la madre de mi hija, ni hubiese conocido a mi actual polola, ni conocería el mundo, ni hubiese cumplido mis sueños. Ahora estoy enamorado e, imagínate, vivir tantas cosas lindas es algo que uno tiene que agradecer siempre", remata. Así habla Abarza, quien pese a vivir en cuenta regresiva, aprovecha cada día para sumar una nueva alegría. Su victoria no está solo en los siete récords que ha batido, también está en el récord de la dicha, el más valioso de todos.
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Alberto Abarza, durante el entrenamiento en la Usach. Foto: Reinaldo Ubilla[/caption]