La vida de Godfrey Stevens: de la pelea por el campeonato mundial a un adiós muy lejos de Chile

Godfrey Stevens
Godfrey Stevens, exboxeador chileno.

Décadas dedicadas al boxeo y un fallecimiento silencioso marcan algunos de los momentos más esenciales de la historia del pugilista nacional.



Los últimos días de Godfrey “el Gringo” Stevens se produjeron en silencio, alejados de seguimientos televisivos y reportes diarios de la prensa nacional sobre su situación médica. Radicado en Australia desde hace décadas y viviendo en una casa de reposo de la capital oceánica, su figura se había desprendido del colectivo nacional más reciente. Eso hasta ahora. Y es que su muerte, trae de vuelta su leyenda. Esa que comenzó en la población Juan Antonio Ríos, encontró su momento de máxima explosión en Tokio y se apagó de forma definitiva en Canberra.

Una historia digna de repaso y que está en las páginas doradas del boxeo nacional. Ese deporte de contacto que generó locura en el país durante el siglo pasado y que tras una última generación estelar en los años 70 fue perdiendo protagonismo y relevancia dentro del plano nacional. Atrás quedaron las peleas en un Teatro Caupolicán repleto y las transmisiones en televisión abierta de los combates destacados. Por eso las memorias del “Gringo” también son las memorias de un Chile que ya no existe.

Hijo de padre inglés (Charles Edwards Stevens Radford) y madre iquiqueña (Blanca González), nació en Santiago un 27 de junio de 1938, siendo criado en la población Juan Antonio Ríos. Allí, en el corazón de la comuna de Independencia dio sus primeros pasos y sus primeros golpes. Alejado de la exaltación futbolera que vivía el barrio que posa al norte del Mapocho, Stevens dedicó sus primeros años de formación deportiva al básquetbol, siendo ese el culpable de la fractura de nariz que siempre evidenció en su rostro.

¿Y cómo parte el boxeo en su vida? Eso se remonta a dos momentos que marcaron su infancia. El primero fue cuando su madre lo obligó a recuperar un juguete que le había quitado uno de sus amigos. “Él es de tu mismo porte me advirtió con una varilla en la mano. Cerré los ojos y no paré de lanzar golpes, la mayoría al aire, pero me quedé con mi juguete”, recordó hace un par de años él mismo en un reportaje que realizó La Tercera.

El segundo se produce un par de temporadas después de aquel episodio, cuando con 10 años recibe sus primeros guantes de boxeo. Su padre, contador en la firma Williamson Balfour, los fue a comprar a la céntrica tienda Gath & Chávez, que por esos entonces se encontraba en Estado y Huérfanos. Todo para que su hijo aprendiera defensa personal.

A los 14 años tomó el cuadrilátero como su lugar en el mundo. Arrancó compitiendo en el México Boxing Club (Actualmente Gimnasio México), un recinto ubicado originalmente en la avenida San Pablo 1617 y que con el paso de los años se transformó en uno de los establecimientos más icónicos del pugilismo chileno. Allí el apellido Stevens empezó a hacerse conocido, siendo incluso invitado a la preselección de los Juegos Panamericanos de Chicago de 1959 cuando aún era amateur. Estaba pronto a cumplir 21 años.

Una carrera que explotó en Tokio

El Gringo desfiló por los escenarios más importantes del continente durante su carrera. Especializado en el peso pluma (medía 1,69 metros y pesaba 57 kilos) logró imponerse ante rivales que a día de hoy son leyenda para el boxeo mundial, siempre bajo el alero de su entrenador Emilio Balbontín.

En 1961 tuvo su primera gran victoria, cuando derrotó a Claudio Barrientos, quien cinco años atrás había sido medallista de bronce en los Juegos Olímpicos de Melbourne. Dos años después fue campeón nacional al vencer a Elías Vargas.

Tras quedarse con el cinturón de Chile, intentó dos veces conquistar la corona sudamericana ante el argentino Carlos Cañete, pero en ambas ocasiones fue derrotado en el Luna Park. Pese a aquellos golpes, ese objetivo no se movió de la cabeza de Stevens, quien 1987 sí logró tocar el cielo sudamericano al quitarle el cinturón a Cucusa Jorge Ramos. Aquello le permitió comenzar a pelear ante adversarios del ranking mundial, consiguiendo victorias ante el colombiano Mochila Antonio Herrera, el estadounidense Bobby Valdez y el méxicano Copetón José Jiménez.

Con ese historial, llegó al momento más importante de su carrera. Fue un ocho de febrero de 1970, cuando con 31 años salió al cuadrilátero para disputar el campeonato mundial de peso pluma ante el japonés Shozo Saijo. La batalla, que comenzó a las nueve de la mañana de Chile y que fue seguida por miles de fanáticos a través de las pantallas de Televisión Nacional, llegó a extenderse por 15 asaltos, siendo finalmente los jueces quienes le dieron la victoria al nipón: Ken Morita votó 74-66, Masao Kato 73-66 y Tadeo Ugo 74-66.

Pese a la derrota, lo conseguido por el chileno impactó al país. Miles de seguidores lo esperaron en el aeropuerto de Santiago para su regreso y lo siguieron en caravana por la Alameda. Algo que Stevens nunca pudo entender del todo. Siempre se mostró sorprendido de que la gente celebrara una derrota.

El problema fue que tras esa batalla su carrera comenzó a vivir un ocaso. Volvió a competir en 1972 ante Rubén Olivares, en una decisión que él mismo confesó que fue por problemas económicos y terminó derrotado por puntos luego de diez asaltos. En 1973 peleó ante el brasileño Eder Jofré y cayó a la lona tras cuatro rounds.

Finalmente colgó los guantes el 19 de febrero de 1977 cuando perdió ante el nicaragüense Alexis Argüello en Managua. El chileno, ya todo un veterano y muy dañado físicamente a esas alturas, perdió el enfrentamiento tras sufrir una rotura del parpado derecho luego de dos asaltos.

En total saltó al ring en 84 oportunidades, consiguiendo 71 victorias, 10 derrotas y tres empates. Fue un boxeador táctico con una gran facilidad para combatir en la corta y media distancia, que tenía una gran velocidad y sólida defensa.

El adiós en silencio

Cuando la Embajada de Chile en Australia informó el deceso de Godfrey Stevens, la sensación del país fue de sorpresa. Luego de que en 1986 el boxeador se haya radicado junto a su familia en Oceanía, poco y nada se supo de su vida. Pasó largos años sin volver a Chile e hizo su vida alejado de los focos y los grandes reportajes.

Falleció este sábado a los 84 años, cuando acá el día recién comenzaba y en Australia ya se preparaban para continuar con la tarde. Fue en una casa de reposo en Canberra, donde según explica el comunicado de la Embajada, era muy querido. Escuetas palabras y seguimiento casi nulo para un atleta que brilló en un momento especial del boxeo nacional.

Y es que su carrera se dio tomando el legado que iniciaron Estanislao Loayza con Arturo Godoy y sirvió como referencia para Martín Vargas y Benedicto Villablanca, los últimos campeones que tuvo el boxeo en sus décadas de ensueño. Un pilar del pugilismo que se fue en silencio, lejos de la Juan Antonio Ríos y de los escenarios en los que se hizo leyenda. Esta vez no habrá caravana por el Teatro Caupolicán ni despedida masiva en el Gimnasio México.

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