Matías Silva (30) aparece como el chileno más destacado entre los atletas élite que correrán los 42 kilómetros del Maratón de Santiago.
Si bien sabe que superar a la comitiva de keniatas que competirán hoy no será fácil, su cuarto lugar en la edición de 2023 lo llena de ilusión. Además, es enfático en que, en una carrera como esta, no solo importan las marcas de presentación. De eso, de su vida tras los Panamericanos y de su legado, el atleta auspiciado por Gatorade, habla con El Deportivo.
Usted dice que no es un maratonista experimentado, ¿por qué se siente así?
Porque no es lo mismo correr un 42K buscando solo un buen tiempo, que correr un 42K de punta a punta y definir en los últimos cinco. El día que yo pueda definir así un maratón, en un grupo grande, donde deba tomar decisiones, me voy a sentir un maratonista experimentado. Los Panamericanos por ejemplo fueron un poco así. Este domingo voy a tratar de ir a competir con los demás y cada vez ir buscando un puesto más adelante. Ese es mi objetivo y por eso creo que este tipo de carreras son donde uno puede sentirse maratonista.
¿Cree que puede pelear frente a la camada de corredores de Kenia?
Los tiempos de presentación son bastante potentes, pero en estas carreras, donde el circuito no es rápido y entonces los atletas no vienen a buscar su mejor tiempo, cualquier cosa puede pasar. Eso me gusta del maratón, que cuando una carrera es más estratégica, más lenta, es para cualquiera. Es más incierto que en pista.
¿Qué es lo más desafiante de Santiago?
A veces puede ser incierto en cuanto a la temperatura, de repente te puede tocar la última parte con calor y el calor de Santiago puede ser un gran factor. También es desafiante porque se sube mucho rato, si bien no es una subida tan pesada, estás igual durante más de 10 kilómetros subiendo por Vespucio, entonces tienes que llegar bien de piernas a la última parte. Porque si bien son 12 kilómetros de bajada aproximadamente, sin piernas no hay mucho que hacer.
Carlos Díaz y Hugo Catrileo optaron por los 21K, ¿por qué usted apostó por los 42?
Necesito demostrarme a mí mismo. Tengo que sacarme la espina de no haber terminado en Sevilla, después de haber hecho una preparación tan buena. Que mejor que sacarme esa espina en Santiago. Para mí siempre fue un sueño correr un maratón aquí, de alguna manera lo cumplí en los Juegos Panamericanos, pero correr el Maratón de Santiago tiene un sabor especial.
Esta es una carrera donde no solo es competidor, sino también referente para muchos de los que estarán en las calles, ¿cómo vive aquello?
Es algo muy bonito. Desde hace un tiempo que mi foco no está solo en ser un atleta que lo gane todo o que solo busque un récord. Es lo principal, pero para mí ganar también es dar motivación, ser un referente deportivo y emocional. Me quiero abrir y decirles a ellos que tengo miedos, pero que eso no me paraliza. Hay niños de 14 años que me dicen que se motivan con mis palabras, con mis videos. Eso para mí es un regalo. Yo quiero que eso sea mi legado, más que solamente lo deportivo.
¿Siempre fue así de abierto con sus emociones?
Yo crecí en un ambiente donde al deportista se le veía concentrado, encerrado, serio, en su pieza todo el día, pero para mí eso no es concentración. Concentración es estar tranquilo, con mis amigos riéndome, libre de malos pensamientos. Cuando yo comencé no tenía eso, pero me acuerdo de que había un día que me sentía muy mal y empecé a escribir sobre eso. Al leer lo que realmente tenía en mi cabeza, me sentí muy liberado. Cuando empecé a verbalizar también sentí que mis palabras llegaban, entonces por eso empecé a hacer videos y ahora es una rutina que tengo.
¿Cómo logró reponerse luego de haber tenido que abandonar el Maratón de Sevilla?
Yo me preparé para el éxito en Sevilla, entonces fue un golpe super duro. Al día siguiente no tenía ganas de comer, solo me quería ir a mi casa. Es tan fuerte lo que yo siento por el atletismo, que se apagó todo. Traté de ocultar eso, de decir que no me había afectado tanto y ahí viene mi primera enseñanza: las emociones nunca hay que ocultarlas. Cuando asumí eso, lo logré soltar un poco y pude empezar a ser autocrítico, ver en qué me había equivocado. Yo me fijé mucho en la meta, pero la meta es solo un día y uno tiene que valorar todos los días. Ni lo bueno ni lo malo dura para siempre, entonces tenemos que atesorar el día, abrazar ese momento y seguir adelante.