La tapada de Pedro Gallese al penal de Eduardo Vargas, que desperdició pateándolo a lo Panenka, solo terminó de hundir a Chile, que ya estaba entregado en esta Copa América. Nicolás Castillo lo quería patear. Fue el ex cruzado quien tras el cobro de Roldán (mediante decisión del VAR) tomó el balón y lo dejó en el punto penal.

Solo Vidal pudo quitar al del América de México de los doce pasos, para entregársela a Turboman, con la ilusión de, al menos, dejar a un compañero como goleador de la Copa. Y apenas falló, Alexis se fue directo al camarín, hastiado por la mala imagen que dejó el equipo en la semifinal.

Vidal, altanero y orgulloso, enseñó el escudo y dos dedos a los fanáticos peruanos, recordándoles con el gesto quién es aún el bicampeón de América. "¡Chaaaaooo, chaaaaooo!", fue la respuesta incaica, que apenas podían contener el júbilo de haber derrotado a la Roja y, sobre todo, conseguir el paso a la final.

Fue mucho el triunfalismo nacional. Ya en la previa, en las horas antes, donde chilenos y peruanos se arrimaron a los barzinhos que rodean el Arena do Gremio, el principal rumor era el de llegar a la final con Brasil. Ni el más pesimista pensaba en caer como se cayó; los más osados incluso se jactaban de ya tener los boletos para la final en Río de Janeiro. Pero en esta noche fría, el desenlace sería otro.

En las gradas, fue la Marea Roja quien se hizo notar. Al menos, así fue durante el inicio. Con un estadio a la mitad de su capacidad, poco a poco fueron los peruanos quienes comenzaron a hacerse del coro copero. Ya para el final, y no iba a ser de otra forma, llegaron los "¡ole!" incaicos, dichosos por lo conseguido por su país.

La amargura apareció pronto para los chilenos. Ya desde el primer tiempo, antes incluso del primer gol, las molestias físicas de Vidal preocuparon a la banca, que todo ese período le preguntó si se encontraba en condiciones de continuar.

Gabriel Arias, en cambio, cada vez parecía menos seguro bajo el arco. Tras cada gol, sus ojos se hundían, extraviados y taciturnos, esperando hallar una respuesta a la noche llena de inseguridades. Para él nunca hubo un reto. Tampoco una palmada en la espalda. Su cometido fue apreciado por sus compañeros a la distancia, entendiendo que su noche de gloria estaba lejos de ser ésta.

Paolo Guerrero, garante de fortaleza y experiencia, buscó también la desaplicación de Maripán. "Tranquilo, tranquilo", le dijo sonriendo, buscando el desenfoque del zaguero del Alavés, que se extendió en un dialogo de un minuto, que duró de área a área.

No hubo mucho más para Chile. Cabezas gachas sobre el gramado y las gradas ante un duelo que frenó de golpe el exitismo nacional.