Las castas futboleras

Micrófono


Al finalizar un partido, apago la TV para no sufrir con las declaraciones de los futbolistas. Siento un tufillo de vergüenza al escuchar semana tras semana las recurrentes frases.

Son como un rebaño de ovejas, arreados donde lo indica el ovejero con su perro. ¿Cómo no pueden articular otras palabras? Nuestro idioma es amplio y rico en adjetivos, sustantivos, etc. para recurrir a ellos. Es sabido que las ovejas no se caracterizan precisamente por su desarrollo intelectual.

Claro que se han formado diferentes castas futboleras. Jugadores emergentes que sueñan, los consagrados que viven el aquí y ahora y los veteranos que resisten por mantener su sitial.

A pesar de estas distinciones, actúan como clones. Rezan hacia lugares comunes, se entintan los mismos poros y viven como piños pastoreando en los mismos campos.

Post derrota, berrean a coro "hay que seguir trabajando". Ante los errores cometidos, toda respuesta es insulsa e indefendible.

"Hay que dar vuelta la página", replican como corderos de la misma estancia. Es otra frase de quienes nunca han mojado el índice para ojear un libro. Dar vuelta una página es porque se ha comprendido la anterior y esto entra en el plano cognitivo.

"Vamos partido a partido", declaran como raza endémica.

No existe una oveja imprudente o curiosa que se atreva a apartarse del piño. Se necesitan ovejas negras. Que desafíen los ladridos del perro y salir de lo lineal en su uso y costumbres rituales.

También desapareció el lenguaje virtuoso del individuo, aplastado por la sombra del rebaño. Ese taco que habla, el túnel que suelta un ole, la chilena suspendida en el aire, la paloma que vuela libre y la finta imprevista, son especies en extinción. ¿Culpable? El mercado brutal de lo numeral que no corre riesgos en el valor de las acciones.

Se necesita el nacimiento de otra casta. Y para eso, es esencial enseñarles a leer y hablar desde el aula hasta la cancha. Eso sí, con el silbido correctivo del ovejero.

El fútbol se ha convertido en un sistema social severo y, por ende, en un círculo vicioso. Lo virtuoso ha sido devorado por lo común, en los hechos y en las palabras.

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