En el taller de mecánica del Duoc UC de San Joaquín, Thomas Briceño (26 años), el judoca que este domingo buscará en hasta 100 kilos entregar el duodécimo oro para Chile, se ve como uno más. Vestido de overol y zapatos de seguridad, y manipulando las más complejas herramientas, se mueve con la misma soltura que sobre el tatami.

Esta es su otra pasión. Siempre lo fue, pero hace solo algunos años se atrevió a darle forma, a profesionalizarla. Es fanático de los automóviles, incluso mantiene una colección de autos a escala con su padre. Por eso es que el judoca tiene aquí su refugio. Es como si fuese su hábitat, su otra casa. "Soy un loco por los autos desde pequeño. Me fascina ir todos los días y estar cerca de ellos", reconoce.

Pero el extrovertido aspirante a mecánico automotriz es también uno de los referentes del judo en el país. Y pese a ello, se fascina tanto o más alineando, puliendo o reparando vehículos. "Hago lo que me gusta y soy feliz, independiente de que sea un deportista de alto rendimiento y estudiante, que es pesado; no hay nada que pague mi alegría por hacer lo que me gusta".

Así vive ahora Briceño. Siempre se ha guiado por sus instintos fundamentales. Intenta no complicarse demasiado, y trabajar duro por lo que lo llena. Nada más. La fórmula le ha traído buenos resultados y hoy buscará demostrar que el camino es el correcto.

Fue en 2010 cuando comenzó a vivir realmente como deportista. Lo llevaron a vivir al hotel del CAR, siendo uno de los proyectos de su deporte en Chile. Sus aptitudes lo llevaron desde muy joven a tomar decisiones trascendentales. Como cuando presentó su primer dilema: asistir a la Escuela de Aviación de la FACH o ser deportista de alto rendimiento.

Sus padres lo apoyaron en seguir el sueño olímpico, confiando en que ese sería el rumbo que lo llevaría al éxito. Y ya en 2016 fue bronce en -90 kilos en el Panamericano específico de La Habana y en 2018 fue tercero en los Odesur en -100 kilos.

Pero una lesión en el hombro lo mermó en su sueño panamericano. No asistió a Toronto por lo mismo. Ahora, en Lima, vivirá al fin la revancha que tanto esperaba. Por eso llega con un hambre que ni se molesta en esconder: "Creo que se viene un torneo muy bueno para mí. Quiero ganar los Panamericanos. Dormí y soñé con la final. Mi objetivo es ganar, no ir a pasear".

No fue fácil. Luego, su siguiente golpe llegó cuando no pudo asistir a Río, los que iban a ser sus primeros Juegos. "Río marcó un antes y un después para mí. Para llegar ahí tuve que pasar muchas cosas, pero ahora estoy mucho más maduro".

Por eso ahora habla con perspectiva de miras. Se oye maduro. "Tuve que cambiar la forma en que miraba el judo. Pasó que en un momento ya no quería entrenar más, no disfrutaba. Ahí decidí salir del país, estar solo y decir sí, quiero competir".

Briceño confía en que, cuando en la Videna comience a vivir al fin la disputa panamericana, su historia continúe reescribiéndose. Ahora lo hará sobre el tatami, pero mañana continuará en el taller mecánico, donde guarda sus otras llaves.