Escribo esto y no sé dónde estaré en la noche: si en mi casa, capeando el frío junto a una estufa, o en el Monumental, mirando la revancha entre Colo Colo y Puerto Montt por la Copa Chile. Llueve sobre Santiago, como la película de Helvio Soto, musicalizada por Astor Piazzolla. La cancha tiene buen drenaje, pero no ha sido protegida por una carpa. El juez debe decidir. En Puerto Montt quieren jugar, les encanta el frío, la lluvia y el barro, están acostumbrados a ella. Además, ya se pegaron el pique de mil kilómetros.
Así es la Copa Chile. Un poco improvisada, desprolija, flexible en fechas y en horas. El hijo no querido del fútbol profesional chileno. Los dos partidos con menos público en la historia del profesionalismo chileno, Unión Española vs. San Antonio, con 26 espectadores en 1974, y Barnechea vs Magallanes, con 15 el 2015, pertenecen a este torneo.
Los de Primera se la toman con calma y, muchas veces, juegan al ritmo del entrenamiento del jueves o de un partido de pretemporada. Luego, claro, lo lamentan. El largo trofeo no dará el primer premio, pero sí entrega un consuelo muy grande: meterse en las fases iniciales de la Libertadores. Ya ven lo que pasó con Palestino, logró trepar hasta la fase de grupos por el boleto obtenido en la Copa Chile.
Y, sin embargo, los de la A parece que lo saben, pero no lo tienen internalizado. No se dan cuenta de que los equipos del ascenso, a pesar de que la Conmebol les impedirá por reglamento jugar la Libertadores el 2020 en caso de salir campeones, se juegan el pellejo en la Copa Chile. Es una de las pocas oportunidades que tienen de mostrarse contra los grandes, de que su trabajo y capacidad sean observados por un número importante de espectadores.
Comenzando por los mismos jugadores, una buena llave contra las universidades o Colo Colo significa que al año siguiente algún equipo de la A los contrate. Caso Pablo Parra, su llegada a la U se construye en gran parte por la llave que jugó Cobreloa con los azules por la Copa Chile el 2018. Parra se comió la banda izquierda, llamó la atención de Frank Kudelka y se vino a Santiago.
Luego Católica cae en La Serena, Colo Colo en Puerto Montt, Coquimbo en San Felipe, Cobresal en Vallenar, Huachipato en Temuco… o la U de Conce es eliminada por Valdivia y Curicó por Ñublense. Nadie puede sorprenderse tanto. Si no se juega como se debe, la Copa Chile es una trampa para los entrenadores. Ocurrió el 2017 con Pablo Guede y al año siguiente Tito Tapia se dio un costalazo del que nunca se pudo levantar. Bajas más o menos, es demasiado relajada la actitud de muchos equipos de grandes. Como si el torneo les molestara y fuera una obligación que se hace de muy mala gana.