Jordhy Thompson controla el balón cargado hacia el sector derecho del ataque de Colo Colo. Descubre un espacio para filtrarse y busca la parte frontal del área. Ahora está perfilado para disparar con su pie hábil. Quienes le conocen desde pequeño presumen que algo puede pasar: saben que en esa zona es letal. Y sucede: el balón termina clavado en el ángulo superior izquierdo del pórtico de Franco Torgnascioli. Dueño de una habilidad poco común para sobrepasar rivales, en los partidos del Cacique el antofagastino sufre lidiando contra los adversario y la raya. De a poco, se las ha ido ingeniando para hacerse notar. Ante Everton, de hecho, marcó su sexto gol en la temporada: tiene tres en el Campeonato Nacional, dos en la Copa Chile y el restante, en la Copa Sudamericana. Su renacimiento ilusiona a los hinchas albos, o a una parte de ellos, en un año que ha sabido más de decepciones: el equipo de Gustavo Quinteros se fue antes de tiempo de la Copa Libertadores y en la Sudamericana sufrió un papelón: el aparentemente débil América Mineiro lo despachó con un baile incluido.
Hay fanáticos (y, sobre todo, fanáticas) que no se deslumbran con los destellos del antofagastino de 18 años, considerado uno de los jugadores más promisorios del club popular, lo que le significó cargar desde sus inicios, y más aún desde su irrupción en el primer equipo del Cacique, con un apodo grandilocuente: La Joya. Hay más: en el marco de esa animadversión, siguen dispuestos a no celebrarle nada. Ni lo que haga ni lo mucho que pueda llegar a hacer. Nada.
La justificación es potente: no le perdonan los episodios de violencia intrafamiliar que protagonizó en contra de su pareja, Camila Sepúlveda, en marzo. Las agresiones le llevaron a la justicia para ser formalizado y que le tienen bajo tratamiento siquiátrico para prevenir recaídas en la conducta. El vínculo es, de hecho, un reflejo de esa inestabilidad: en las últimas semanas se han publicado imágenes que los muestran juntos, pese a que hasta la justicia dictaminó el alejamiento por un año. Sepúlveda tiene para el tribunal el carácter de víctima. Thompson, el de victimario. Eso sí, hay algunas salvedades: la mujer analiza solicitar el levantamiento de la medida y la versión más ‘formal’ es que los encuentros se ha producido solo en espacios públicos, como el casino. “Para que parezcan casuales”, explica un conocedor de la situación.
Un Cacique dividido
Sin ir más lejos, esos contrastes se advierten claramente en el reciente partido ante Everton: su consagratoria actuación terminó con polémica: el delantero viñamarino Sebastián Sáez le acuso de haberle provocado al final del duelo, a lo que respondió en duros términos. “Me vino a buscar el pendejo de mierda”, se le escuchó decir cuando era retenido para evitar que el conflicto escalara. Sus compañeros, en cambio, no ahorran en elogios y hasta se atribuyen méritos en el ‘rescate’ de talentoso jugador. “Es un jugador excepcional, lo mismo que Damián (Pizarro). La verdad, siempre hablo con él. Siempre le digo que se quede después de entrenar, que se vaya a dormir temprano, etcétera, etcétera. Es un chico que tiene mucho potencial, sabe en dónde está”, declaró Maximiliano Falcón, tras la victoria en la Ciudad Jardín. En el ‘dormir temprano’ y en el largo etcétera están, por cierto, los elementos que explican una incertidumbre constante y que, ciertamente, desgasta.
Colo Colo no se salva de las críticas, incluso de sus seguidores más acérrimos. Al club se le fustigó por una reacción insuficiente, tardía y poco empática en un problema inherente a la violencia de género. En el Cacique se defienden argumentando que apenas se conocieron los excesos el jugador recibió respaldo sicológico y siquiátrico. De hecho, hasta hoy cuenta con ese apoyo profesional. La postura más extrema, que mantiene vigencia, sobre todo a nivel de las redes sociales, exige su salida del club. Considera que su permanencia atenta contra los valores institucionales.
En el Cacique, en cambio, se abocan a intentar su recuperación plena. Si en el comienzo de los líos la consideración tenía que ver con su juventud y proyección deportiva, hoy esa convicción está reforzada porque Thompson se ha ido transformando, paulatinamente, en una pieza clave para el funcionamiento del equipo de Gustavo Quinteros. Uno de los pocos que pueden marcar diferencias. De ahí que también han ido variando las posturas. Si en los momentos más álgidos de sus episodios críticos en Macul se llegó a analizar la posibilidad de desprenderse del jugador, hoy ese escenario se disipa, aunque no plenamente.
El entorno del jugador asegura haber recibido propuestas desde Italia, Países Bajos y Polonia. Y una más: en Viña del Mar estuvieron dirigentes de una entidad que forma parte de los destinos exóticos que ofrece el mapa futbolístico: Azerbaiyán. Si bien el rendimiento que ha alcanzado Thompson enciende la esperanza de que pueda desplegar su talento en el club que le formó, también permanece el temor de que los problemas reaparezcan. En Pedreros surge la teoría de ‘la bomba de tiempo’. La idea es evitar que una eventual explosión deje esquirlas que salpiquen al club. Por esa razón, una oferta cuantiosa provocaría, necesariamente, un análisis profundo de la propuesta.
El factor Quinteros
Quinteros ha sido, por lejos, el principal soporte del jugador. Lo fue, de hecho, en el momento más complejo. El entrenador solía visitarle en la Casa Alba, el lugar que acogió a Thompson cuando llegó al club y que volvió a recibirle cuando comenzaron sus problemas y, luego, cuando se le ordenó judicialmente el alejamiento de su pareja. En esos encuentros, le manifestó un respaldo más paternalista que propio de la jefatura que ejerce sobre el jugador. “Se mostró siempre muy preocupado y humano”, relata un testigo del proceso.
El técnico asumió, en alguna oportunidad, un rol protagónico. Después de haberle exigido a Thompson que terminara con la relación sentimental y de que el jugador acatara la orden, fue testigo de cómo pasaron apenas 10 minutos para la revelación de un segundo video que, otra vez, mostraba líos entre la pareja. Ahí, otra vez puesto contra la pared, el jugador le exhibió un registro que alteró la percepción del adiestrador en gran medida: el agredido era Thompson. Por esa razón, Quinteros asumió una postura de respaldo hacia su pupilo, asumiendo los costos que podrían derivar de esa actitud. Los hubo: el estratega tuvo que soportar hasta cuestionamientos gubernamentales. A nivel interno también hubo convulsión: el plantel femenino se rebeló y emitió denuncias cuando Thompson fue considerado para el choque copero ante Monagas, en Venezuela.
En la Casa Alba, Thompson ha estado suficientemente bien resguardado. El encargado de la dependencia es Eduardo Míguez, preparador físico con amplio recorrido en el fútbol chileno y quien conoce al jugador desde que llegó a los albos. El profesional es quien más lo contiene. En el refugio de las figuras jóvenes del equipo popular aún recuerdan la personalidad divertida y chispeante que caracterizaba al jugador antes de que comenzaran los líos. La descripción más concreta se resume en un chilenismo: pelusón. Aunque en su momento reconocieron que presentó problemas conductuales, tampoco obviaron que era respetuoso con los mayores de edad y que resaltaba por sus cualidades artísticas: canta, baila e imita. Otro aspecto también lo distinguía: el impecable orden de su clóset. Ese es el Jordhy Thompson al que todos quieren volver a ver. Al que deje se aleje definitivamente de las sombras y brille con las luces que lo rodearon desde que emergió en la cantera alba.