Corrí mis terceros 21k. Me preparé más y se notó. Por primera vez, la Maratón de Santiago nos dividió en tres oleadas. Salí en la primera, a las 8:30, y, junto a mí, un corredor con muletas, ¡qué grande!

Los primeros 5k -incluyendo los adoquines de avenida España- se hicieron fáciles por la baja temperatura, que ayuda a no sofocarse tan rápido, y porque las oleadas dejaron espacio suficiente para respirar sin chocar con el otro, como el año pasado.

En los 10K, los 4 mil corredores de la primera oleada se hicieron sentir con ceacheí. Después del puesto de hidratación, avenida Matta se acercaba y, con ella, el primer desafío: un poco de inclinación y el sol de frente. Varios ya caminaban tratando de recuperarse para llegar al kilómetro 11, a la segunda hidratación. Aún había poca gente en la calle alentando, pero todo cambió en el Nacional. Incluso, en una larga mesa, algunas familias tomaban desayuno.

Y derechos a Pocuro, mi parte más pesada de la carrera. El sol de frente, una pronunciada inclinación y aún quedan 9K. Un Dj trataba de animar y comencé a sufrir, no sólo porque sentía que mis piernas me ardían sino porque apareció sin aviso previo un dolor fortísimo en un dedo del pie. Cruzando Pedro de Valdivia, estuve a punto de retirarme. Paré, me acomodé la zapatilla y decidí seguir. Apareció la gente que gritaba: ¡Vamos, queda menos! Eso me ayudó.

!Uf¡ Por fin todo en bajada, Eliodoro Yáñez en la mira. Varios acalambrados en la acera. Al llegar a Providencia sólo quedarían 3K. Traté de mejorar el paso. "El último esfuerzo", pedía un cartel de una mamá con su hijo en coche. Muchos optaron por caminar entre Plaza Italia y Estado. El sol estaba implacable, pero las ganas de llegar superaban todo. Mi pie ardía, mis piernas corrían solas, comenzaba la emoción de mi triunfo.

Llevo cerca de 15 años corriendo, por cierto. Mi distancia más larga es esta carrera. Un amigo runner dice que existen dos tipos de corredores: las gacelas (velocidad a toda prueba) y los leones (resistencia). Yo, gacela no soy. Por lo que cuando uno es león y amateur no importa el cronómetro, sino resistir, derribando kilómetro a kilómetro las barreras para alcanzar la meta. Tal como el corredor con muletas, que también gritó: ¡llegué!

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