El fútbol, o algo parecido a lo que se llamaba así, está otra vez aquí. A la vuelta de la esquina, con partidos este fin de semana ya en Alemania, un campeonato de los denominados mayores. El gobierno inglés dijo ayer que también adelante, que a partir del 1 de junio en su suelo se podrá volver a desarrollar deporte profesional. Y en España, el presidente de su liga ha puesto en rojo el 12 de junio como fecha para abrir con un Sevilla-Betis una promesa de maratón con un partido al menos cada día. En Italia igualmente quieren partir este mes. Muchos torneos optaron hace tiempo por bajar la persiana, como Bélgica, Holanda, Francia y Argentina, pero los que mueven las grandes cantidades de dinero están decididos a volver sí o sí. Y ya.

En Chile no regresa aún. Ni está muy a la vista cuándo. Su fútbol está más pendiente de los despachos que de la pelota, resolviendo asuntos de dinero y poder. Del de los varones, claro; a las mujeres ya las desplazaron hace tiempo hasta agosto. Y sin derecho a rechistar. Los presidentes de los clubes siguen pendientes de cómo concretar el fin de la era Moreno y cómo seguir cobrando de las televisiones. Ayer, el CDF les puso un nudo en la garganta porque por primera vez no ejecutó a tiempo su mensualidad. Avisó que pagaría hoy, fuera de plazo, pero el susto no se lo quita nadie a esos dirigentes que tanto dependen de esa fuente de ingresos. Y en Colo Colo, mientras, la pelea permanece entre el plantel y la testera por la procedencia o no de mandarlos al seguro de cesantía. Paredes sigue disparando por la boca y el club sigue sin pagar salarios.

Pero aunque sea a distancia y para ver por la tele, el caso es que el fútbol de altos vuelos ya retorna. Lo que no está claro es si lo que vuelve se asemejará mucho a lo que había. La nueva normalidad traerá un nuevo fútbol. Sin público en las gradas, sin abrazos (o eso dice el reglamento) ni roces, con mascarillas todo el personal (salvo los once de cada equipo que estén sobre el pasto), sin apenas prensa ni fotógrafos, con un balón constantemente desinfectado y unas normas de precaución e higiene de cumplimiento inverosímil. Los experimentos producidos en estos días en Nicaragua o Corea han confirmado que, al menos en ese campo, del dicho al hecho hay mucho trecho.

Hay futbolistas que afrontan el regreso con pánico (en España, un jugador del Cádiz, Fali, se ha declarado en rebeldía y se ha negado incluso a someterse a la prueba del coronavirus) y que lo han manifestado. Pero la decisión está tomada. Se vuelve. Da igual que los controles efectuados hasta ahora ya hayan hablado de casos de contagio en todos los campeonatos aludidos (Chile también tiene un caso confirmado), con nombres y apellidos aireados (en Chile, no), pero todos los responsables hablan de un número menor y muy controlable. Hasta se cuenta con euforia (y también se contesta con indignación: por qué los futbolistas tienen tan al alcance los test y al personal sanitario le escasean). Hasta ahora, las pruebas se han tomado en fase de descanso o aislamiento, más o menos de poco riesgo. La gran prueba llegará cuando el balón de verdad vuelva a rodar. Y ahí se comprobará si los deportistas son superhéroes a los que esta pandemia mirará solo de reojo o serán vulnerables a la forzada nueva normalidad. El mayor de los negocios es lo que está en juego.