A una semana de conocer el nombre de su sucesor, Arturo Salah dejó escrito un feo epitafio a su gestión. Un sonrojante episodio, gratuito además, que ensucia su balance. Igual que nadie olvidará ya el partido del martes, aunque difícilmente sea capaz de recordar su resultado, el presidente será memorizado por esta torpeza. Por ese gesto emotivo de los futbolistas que precisamente dio la vuelta al mundo gracias al punto de desaire hacia el jefe que conllevaba.
Fue Salah el que hizo grande e inmortal el suceso. De no mediar su prohibición expresa previa, el corro de los jugadores y la camiseta de Coliqueo habrían pasado como un bonito detalle, sin más. Pero el anuncio tajante del presidente los volvió una exhibición de principios agrandada de desobediencia y rebeldía, a la altura de otras posturas simbólicas que se guardan en la retina del deporte. Y que se quedará siempre.
Por mucho que en el fondo se limitara a cumplir con el protocolo habitual de la FIFA, que hasta exige, Salah y su "no habrá minuto de silencio" es lo que dio altura a lo sucedido en el círculo central del Germán Becker. Lo que quitó peso al contenido futbolístico sobre lo simbólico.
Y que delató también la distancia del directivo con los jugadores, abundó en esa sensación de que siempre hacen lo que quieren, incluso a veces para bien. Le habría bastado con informarse, hablar con sus chicos, marcarles una pauta, o al menos saber de sus intenciones, para evitar el papelón de asegurar algo que más tarde lo dejaría en evidencia.
La era Salah se iba a resumir, en lo bueno, con la Copa Centenario, la cuenta corriente federativa saneada, la digestión natural de la era post Jadue… Y en lo malo, con la no clasificación al Mundial, los jugadores otra vez mandando a su antojo, la pelea con Claudio Bravo, el Caso Facturas… Pero ya da lo mismo. Todo eso quedó sepultado en el anecdotario de su gestión. Los tres años de Arturo Salah en el sillón presidencial de la ANFP quedarán reducidos a ese minuto en el que fue desautorizado a los ojos del planeta. La imagen de la que se habló ayer, de la que se hablará con el paso de los años y de la que colgará siempre su apellido.