Terminaba el partido en Belo Horizonte, en aquel recordado 28 de junio de 2014, y muchos aventuraban en ese instante que la etapa de tres jugadores en la Roja llegaba a su fin. Pinilla, Valdivia y Paredes parecían cerrar su ciclo en la Selección irremediablemente. O al menos, iniciaban la cuenta regresiva para el definitivo adiós, toda vez que superaban la barrera de los 30 años y sus apariciones en la cancha eran esporádicas.
Aunque se dieron maña para prolongar su estadía un tiempo más con Sampaoli, la llegada de Pizzi al banquillo, ahora sí, sepultaba sus carreras como seleccionados. Con Valdivia y Paredes no tuvo piedad. Los borró rápido. A Pinilla le dio más chances, pero también pareció exiliarlo cuando no lo incluyó en la Copa Confederaciones. Claro, los resultados en Rusia y la ubicación en la tabla en las Eliminatorias, no merecían discusión alguna.
Sin embargo, en cuestión de semanas todo cambió. Los malos resultados se acumularon. El Mundial quedó lejos. Así, de pronto, Pizzi se vio obligado a tragarse el orgullo, dejar de lado sus prejuicios futbolísticos y etarios, y sin arrugarse demasiado debió incluir en una nómina a estos tres jugadores, más cerca de la jubilación que de sus mejores años, para ir en rescate de la Roja.
Valdivia, con poco menos de 10 partidos en el fútbol chileno, se convirtió de pronto en el enganche de la Selección, pasando por encima de varios de los volantes ofensivos que Pizzi convocó a lo largo del año. En el caso de Paredes y Pinilla, el técnico desechó a dos de los mejores artilleros chilenos en México, como Castillo y Mora, más allá de que el primero volvió a lesionarse, para darles cabida en la nómina. Y por qué no, ubicarlos como centrodelanteros si las circunstancias lo ameritan.
Los dinosaurios del fútbol chileno se niegan a morir. Así como en la competencia interna los viejos perros siguen marcando diferencias, en la Roja también tienen hoy un lugar de privilegio. Habrá que ver si la apuesta de Pizzi da resultados en el momento más complicado.