Les voy a ser sincero. De los cuatro semifinalistas del Mundial pronostiqué dos. Se me cayó Brasil y ni hablar de Alemania, que me obligó a pagar un almuerzo.

Tratar de anticiparse se transformó en un ejercicio peligroso y, a veces, inútil. Francia e Inglaterra reverdecen laureles en Rusia. Los galos fueron campeones hace ya dos décadas mientras los ingleses lograron el título en 1966. Bélgica y Croacia no saben de finales.

En esta dinámica la idea es analizar los estilos de cada semifinalista más que predecir o aventurarse en un resultado. Croacia frente a Inglaterra supone un duelo irregular por la manera que tienen de jugar. Los balcánicos son un equipo muy propositivo, que se incomoda sin el balón. Tienen una línea de volantes de talla mundial (Modric y Rakitic) que son el apoyo central de los delanteros que no utilizan posición fija. Kramaric y Mandzukic se van acomodando según las circunstancias y generalmente colaboran en la recuperación. No así quien está al frente. Harry Kane sale muy poco del área y no le molesta jugar de espalda. Cuenta con una nutrida línea de volantes que lo apoya con más insistencia que creatividad. Suele ser más predecible aunque no menos peligrosa.

La segunda semifinal, entre Francia y Bélgica, supone fuerzas muy parejas. Uno desde el desequilibrio individual, como los galos, mientras el macizo bloque de Bélgica se mueve al ritmo que marcan Witsel y De Bruyne. La gran duda será cómo los belgas armarán su línea defensiva. Los tres del fondo no son particularmente rápidos y eso frente a Mbappé y compañía podría ser un problema gigante.

Ha sido un Mundial extraño y no es la primera vez. Las grandes lumbreras se fueron a casa sin pena ni gloria. Hoy brillan los que eternamente han sido eclipsados por Messi y CR7. Así hemos disfrutado de un gigante Lukaku o un siempre cumplidor Modric.

Los postergados de siempre tienen su gran oportunidad.