El sol pega fuerte en el Monumental. No parece ser un mediodía abochornado. Todo lo contrario, los 27 grados, no tan propios de la época, evocan otra estación del año. "Esto no es nada si lo comparas con el verano", dice el protagonista de esta historia. Uno que ya está en los libros y que ayer agigantó su leyenda, dejando atrás al célebre Francisco Chamaco Valdés como máximo artillero histórico en Primera División. Ese es Esteban Efraín Paredes Quintanilla.
El capitán de Colo Colo, vestido para la ocasión y con las señales de una dilatada trayectoria en su cuerpo, se desplaza por el césped como si estuviera en el patio de su casa. En realidad, lo es. Macul es donde mejor se siente. Ahí también es donde recuerda sus tantos más preciados. "Yo creo que, por lo que significó, el último ante Palestino; los goles a la U, el de la final del 2009, contra Católica. Ese fue un lindo gol y en una final", comenta, mientras sale del área grande del arco norte. Esa zona de la cancha en la que todavía, a sus 39 años, es tremendamente letal. Claro, en su resumen falta lo más importante, la conquista 216, que llegó el sábado en el Superclásico ante los azules, que se quedó para el Cacique por 3-2. Inolvidable, difícil de igualar y más todavía de sobrepasar. El marco perfecto para convertirse en leyenda viviente.
Pletórico por tanto reconocimiento, el atacante siente el asedio natural por la expectación de su récord. Nadie más que él puede contar el récord. Por eso, las invitaciones, agasajos, saludos y un largo etcétera de cosas han sido el pan de cada día durante todo el año. A pesar de que se muestra profundamente agradecido por el cariño que recibe, confiesa que eso igualmente atentó contra su tranquilidad. "Ya no respondo los llamados, prefiero apagar el teléfono cuando llego a la casa", relata. El Tanque se debe a su familia. En especial, a su esposa, y a sus dos hijos, promisorios jugadores de las series menores del Cacique y a quienes homenajea en cada partido. En sus jinetas están los nombres de ellos: Jenny, Chulito (Esteban jr.) y Vichito (Vicente), los mismos que el sábado lo abrazaron apenas entró a la eternidad tras convertir el ansiado tanto 216.
[caption id="attachment_850371" align="alignnone" width="900"]
La tradicional celebración de Paredes, apuntando los brazos al cielo para agradecer a Dios.[/caption]
Este diálogo con Paredes fue antes de su día de gloria. Un recorrido a solas por su cancha, lleno de simbolismo. Sin tribunas llenas, sin cánticos, pero con una mística que se percibe. Uno de los momentos estelares se produce cuando el capitán pisa la mitad de la cancha. Ahí ocurre un ritual mágico. Único. Solamente comparable con esas leyendas de caballeros medievales que eran asistidos por sus escuderos. Y en este relato, Nelson Pizarro, uno de los emblemáticos utileros de Colo Colo, es el suyo, y quien deja por un momento sus funciones para cruzar el túnel y bajar al césped a ponerle la jineta, como si estuviera listo para salir a una batalla. A pesar de que no hay un partido de por medio, el protocolo adquiere un importante grado de solemnidad. El célebre funcionario cuenta que este acto es una tradición sagrada.
"La historia no termina", se lee debajo de la imagen de Paredes en la cinta de capitán, cuyo centro es la insignia del club y que desde el fin de semana es una pieza invaluable. Sobre la silueta de Chamaco, al lado derecho, dice "la historia la hacemos juntos". Al reverso, cuatro frases: "equipo del pueblo"; "sangre araucana"; "fuerza, garra, pasión" y "Dios bendiga a los que defienden esta camiseta".
"¿Dónde, hermano"?, pregunta Pizarro antes de arremangar cuidadosamente la camiseta. "Aquí, hermano", le responde el 7. Y ahí va la jineta, prendida al brazo izquierdo. Ambos esbozan una sonrisa cómplice e inflan el pecho con orgullo. Esteban se entretiene con el balón y acepta todos los requerimientos ante el lente. Mira al horizonte, mientras una suave brisa calma un poco el calor. Domina la pelota y le mete un rápido pase a otro testigo de la sesión.
Con los brazos hacia el cielo
Otro ritual importante es la celebración de los goles. Con gusto acepta recrear ese momento único. Se arrodilla, levanta la cabeza y eleva sus dedos índices hacia el cielo. No por nada, sus mismos compañeros lo definen como un bendito del área. Y él, a su vez, se confiesa como una persona muy creyente. "Siempre alzo las manos hacia el Señor, que es el que me cuida y me protege dentro de la cancha", explica el futbolista, quien en sus tatuajes se encarga de dejar bien plasmada su profunda fe.
Se levanta y camina en dirección a la salida. Antes de continuar, conversa con las encargadas del especial interactivo que La Tercera creó por su récord. El goleador se impresiona con algunos datos, como por ejemplo, la superficie del cuerpo con que anotó cada uno de sus históricos tantos.
Mientras se alista a ingresar al túnel, la última estación de este encuentro, recibe enmarcado el póster descargable que, a partir de hoy, se encuentra disponible para todo el mundo en el sitio web del diario. "Muchas gracias, está muy lindo", agradece. Posa con él. "Falta el gol, todavía", advierte, antes de soltar una buena carcajada. "Van a ser más", anuncia con la misma convicción con la que vaticinó algunas de las conquistas más importantes de su larga carrera. Espantando así las mufas, que durante muchos años han aterrorizado a sus colegas.
El Túnel de Campeones, bautizado recientemente con motivo del 94º aniversario del club, tuvo un embellecimiento notable, a cargo del muralista Rodrigo Estoy. En las paredes y en el techo se puede apreciar una imagen imponente de un hombre mapuche con los brazos abiertos. El Cacique. Mientras que en los costados, hay algunas frases del himno blanco: "Valiente, fuerte y grande" y "de sangre altiva y noble corazón".
[caption id="attachment_850374" align="alignnone" width="900"]
El utilero Nelson Pizarro cumple el rito de poner la jineta.[/caption]
Esa escenografía es el marco ideal para culminar la jornada. Paredes, brazos en jarra, se dispone a posar, mientras desde el suelo le disparan una ráfaga de tomas desde el mejor ángulo. El capitán ríe de buena gana ante el esfuerzo del fotógrafo.
Luego de debutar en Santiago Morning y pasar por Puerto Montt (Primera B), Universidad de Concepción, Pachuca Juniors y Cobreloa, antes de llegar a Colo Colo, recién bordeando los 30 años, su nombre comenzó a hacerse realmente conocido. Ahí llegaron las luces y la fama. Cuenta que de a poco fue aprendiendo cómo ponerse para las fotos. La pregunta surge por la naturalidad del oriundo de Cerro Navia para enfrentarse a las cámaras. También confiesa que su esposa le da algunas recomendaciones. "Es crítica, pero siempre para mejor", se apresura en aclarar.
"Posa con la pelota al lado, como saliendo a la cancha", le pide el gráfico a Esteban. "Oye, pero esa es de barrio, poh. Ahora los árbitros son los que salen con la pelota", responde el capitán, mientras suelta otra carcajada. Quizás, recordando esas impresionantes jornadas en el Franja Juvenil, en las que era capaz de ganar los partidos solo, como cuentan sus excompañeros y vecinos que lo vieron crecer al poniente de la capital.
La sesión se termina, el goleador de todos los tiempos se despide, uno por uno, y se pierde con el balón por el largo Túnel de los Campeones, en un recorrido que el sábado repitió, con el orgullo y la gloria de ser el exclusivo dueño de un récord que se mantendrá por décadas. O quizás para siempre.