Los secretos detrás de la leyenda de Alberto Abarza
El para nadador cosechó tres bronces en los Juegos Paralímpicos de París, coronando un trabajo de larga data en el que su hermana Millaray y el coach Cristián Espindola son claves.
A sus 39 años, Alberto Abarza se va de París convertido en una leyenda. Sus tres medallas de bronce en los Juegos Paralímpicos lo transformaron en el primer para deportista en sumar preseas en dos eventos distintos, pues acumula seis entre Tokio y esta edición.
“Le contaba a la gente que yo llegué a Río 2016, feliz, siendo número 20. Me acuerdo de que clasifiqué a la final, quedé entre los primeros ocho y gritaba como que era campeón del mundo, y mis rivales me decían ¿qué te pasa? Y siempre he mirado así al deporte, poder disfrutarlo, poder superarse a uno mismo. Creo que los fracasos están cuando no lo intentamos, y cuando tenemos el éxito también, es porque buscamos la suerte, pero la suerte recae cuando tenemos preparación y la oportunidad. Y si nos preparamos y tenemos la oportunidad, vamos a tener suerte para poder sacar buenas cosas”, señala.
Precisamente, este éxito va ligado a un intenso trabajo de mucho tiempo y a sólida estructura detrás, donde su hermana Millaray y su técnico Cristián Espíndola han sido fundamentales en este desarrollo. “Vamos a cumplir unos 10 años juntos en el alto rendimiento. Porque toda la vida, en verdad, hemos estado juntos para todos lados, para Teletón... Pero en el alto rendimiento ya llevamos unos dos años, como mucho más unidos, para arriba y para abajo todos los días”, cuenta la mujer de 34 años.
Su rol es clave en el desarrollo de su hermano. “Yo soy la asistente del Beto, en el agua yo le doy la partida. La partida es algo súper importante. Si yo lo suelto antes o lo dejo con el pie más arriba o más abajo, lo pueden descalificar. Eso quiere decir que si lo descalifican perdemos cuatro años de preparación, no podemos competir. Entonces hay una presión bien importante”, detalla.
Sus funciones no se remiten solo a lo deportivo, sino que también a lo cotidiano: “Yo aparte soy la que en el día a día, lo visto, lo desvisto, le cambio la ropa, lo llevo a entrenar, vamos a la preparación física... Me entiendo con Cristián, que es el entrenador, con la masoterapeuta, con la kinesióloga. También paso a ser una especie de manager, porque le veo los temas dentro y fuera del agua. Temas familiares, de trabajo, contratos y cosas así. Y aparte estamos en el agua con él”.
Relata Millaray que cuando pequeña comenzó a acompañar a su hermano, porque su madre no tenía con quién dejarla. “Entonces íbamos juntos, nos metíamos juntos a la piscina de pelotitas, a la piscina del agua. Tengo muy buenos recuerdos de eso. Además, nos enseñaron mucho. Le enseñaron a mi mamá y mi mamá me transmitió a mí cómo cuidarlo, a andar juntos para todos lados. Íbamos de chicos a piscina”, rememora.
Y esa llegada al alto rendimiento se provocó por razones médicas. “Hace unos 13 años a Alberto le dio un preinfarto y tenía que retomar la natación por un tema de salud. Ahí le vieron que tenía cualidades para el alto rendimiento y esto le beneficiaba médicamente. Nos metimos y poquito a poquito ya era campeón nacional, luego Panamericano y así”, explica la joven, quien desde muy temprana edad trabajó en distintos lugares, pero que hoy está ciento por ciento dedicada a su hermano.
Espíndola explica que la función de ella es clave y lo compara con lo que sucede en el staff de disciplinas colectivas. “El rol que le recae a Millaray es un poco lo que se busca en un cuerpo técnico: alguien que sepa tanto como organizar los tiempos, tomar decisiones de logística, contención emocional, detección temprana del estrés y todo eso. Es como cumplir un rol de mánager, hermana y psicóloga, y a mí me nutre de una información valiosísima, que a mí me permite tomar muy buenas decisiones dentro de la planificación y los ajustes que debo ir haciendo”, describe el profesional, quien ha ido moldeando la carrera de su dirigido desde la biomecánica.
En ese sentido, el coach lo ejemplifica de la siguiente manera: “Ella nos advierte por la mañana en periodos de competencia, como este, cómo pasó la noche, cómo se levantó en la mañana, qué tal estuvo la calidad del desayuno y yo hago los ajustes en el entrenamiento. Su rol es fundamental”.
El camino al podio
Para Beto, el proceso rumbo a París fue muy especial en todo sentido. “Veíamos lejano el podio, pero se nos fue acercando, fuimos viendo cómo se estaban dando las cosas, bajamos seis segundos, cinco segundos en la prueba del 200, bajamos cinco segundos en el 100 y bajamos tres segundos en el 50. Entonces, a pesar de que avanza la discapacidad, mejoramos como entrenamiento, como deportista... Y eso nos deja ese aliento de que se van haciendo bien las cosas. Pensaba lo mismo en Tokio, cuando ganamos la medalla de oro, pienso lo mismo hoy día cuando ganamos tres de bronce y las medallas mundiales también. Creo que algo de consecuencia tiene el poder trabajar con un tremendo equipo, una tremenda delegación, un tremendo país que también nos apoya detrás”, profundiza.
Desde lo emotivo, esta participación lo marcó más que cualquier otra. “Creo que hoy cumplí un sueño, que era que mis dos hijas estuvieran acompañándome en unos Juegos Paralímpicos. En Tokio no pudieron estar por la pandemia, en Río estuvo mi hija mayor, pero ahora tenía a mi hija chiquitita. Entonces, también agradezco que las dos mamás las hayan traído. Soy un bendecido de que mis hijas se llevan bien, se pudieran juntar, por un bien, por verme contento. Tengo una familia hermosa, ya que también pudo estar mi mamá en estas competencias. No cambiaría nada de lo que tuvimos acá en París, ni siquiera por Tokio”, confiesa.
Y se detiene en este punto, con bastante emoción. “Fui más feliz acá en París que en Tokio. Estar con mis hijas y sentir esa motivación es tremendo. Que tus hijas te vean nadar es fabuloso. Siempre les digo: no importa la medalla, no importa en qué lugar llegues, pero da el cien por ciento de ti. Con eso basta, no importa una calificación, en el colegio tampoco... Si tú sentiste que te preparaste, vamos para adelante. No hay que calificar algo por un número, nota o medalla”, plantea, a modo de mensaje.
Finalmente, cierra con otra potente reflexión: “Imagínate a los que nos regalaron las medallas olímpicas. Me siento afortunado de poder ir a verlos gratis. Yo me voy a comprar un café y de repente digo ‘wow, estoy viendo a Yasmani Acosta, que es el mejor del mundo’. Entonces, hay que valorarlo. O a la misma Fran Crovetto, que nos regaló una tremenda alegría. Pero también hay otros deportistas que no clasifican a los Juegos, pero los admiro tremendamente porque lo veo luchar todo el tiempo y creo que en eso va el deporte. Somos muchos países en el mundo, competimos con potencias mundiales y por eso estar entre los tres primeros es algo tremendo”.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.