Los tapadores de bocas
Colo Colo enfrentó el grupo de Libertadores más fácil en décadas y con la planilla más alta de su historia. Clasificó por los pelos, en un partido donde ambos hicieron un pacto tácito sobre la cancha y se dedicaron a jugar para el lado más preocupados del resultado entre Bolívar y Delfín que de embocarla en el arco rival. Y sobre esto, que es pasar el ramo con la nota mínima, incluso con unas décimas regaladas por un profesor complaciente, algunos pretenden "tapar bocas" o lanzar fuegos artificiales.
Así de mal estamos.
En los últimos días, coincidiendo con el final de la primera rueda, se ha desatado una sana discusión sobre el estilo y nivel del fútbol chileno. Si hemos retrocedido, nos hemos estancado o, y aquí no creo ver a nadie defendiendo la posición, avanzamos. Algunos suponen que la calidad sólo puede ser medida por los sistemas tácticos o las filosofías de juego. Otros, que lo único valioso son los resultados. Como en el fútbol no tengo ideología, es un deporte según supe la última vez que lo vi, prefiero dar mi diagnóstico desde una prudente distancia. Hay un espejismo, que fue muy celebrado en el Transición 2017, que se llama competencia. Los torneos cortos, que premiaban las rachas de cinco o seis partidos, promovían los puntajes cerrados y la emoción en las últimas fechas. Si a eso sumábamos la casi obligación de ser propositivos, teníamos partidos de ida y vuelta, con mucha emoción. Como señaló un observador extranjero: en el fútbol chileno hay una autopista en el mediocampo, nadie marca. Así, es inevitable tener mucha actividad frente a los arcos. El ingrediente final, el toque del chef, es la proliferación de veteranos que pueden jugar sin ser apremiados, y con los árbitros que les protegen y miman, hacer y deshacer basados en su enorme talento y experiencia y convertirse en la columna vertebral de los equipos. Sobre todo de los más grandes.
El problema es cuando hay que jugar afuera la Libertadores o la Sudamericana. Ahí se marca y se corre, el mediocampo es una frontera con muros y casetas y los árbitros no cobran ante cada mueca. Entonces eso que se ve tan vertiginoso, tan llamativo, tan espectacular en casa, se convierte en un fútbol cansino, trabado con poquísimas formas de vulnerar el arco contrario.
No es casualidad que al tope de la tabla estén hoy UC y UdeC. Dos equipos con poco lirismo, pero sí sacrificio. Hacen lo que pocos hacen: marcar. Miren lo que le pasó a Miguel Ramírez y su estético achique en San Luis. Lo terminaron haciendo añicos en todos lados. O los tres delanteros y el juego por las bandas de Everton. Una lágrima.
Si en nuestro torneo no se empieza a marcar en serio, correr en serio (sin 40 metros libres) y aplicarse en serio, los malos resultados a nivel internacional van a continuar. Lo mismo con las planillas, si se van a gastar 40 o 50 millones de pesos mensuales en futbolistas que vienen de vuelta, pero están identificados con el club, y que pretenden jugar con la pura chapa, a veces ni eso, esto no tiene salida. Una cosa es tener un par de veteranos que aporten y sean la cara del equipo, otra muy distinta es que el plantel lo dominen ellos, lo armen ellos y se pongan y se saquen cuando les venga en gana.
Si para clasificar a la siguiente ronda de la Copa hay que colgarse del travesaño y esperar que el rival no quiera jugar, será de Dios. Pero, cuidado, que esa pasada raspando no oculte la verdad de las cosas: nuestro fútbol se juega a una intensidad y aplicación muy por debajo de la media sudamericana. Mientras no se solucione eso, seguiremos celebrando y mandando a tapar bocas por hacer lo mínimo y pasar con un cuatro regalado.
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