No termina de sentirse cómodo Luis Núñez paseando entre las hordas de transeúntes que se agolpan a esta hora en las inmediaciones de Estación Central. Son las dos de la tarde en Santiago y hace apenas dos días que el futbolista convicto más famoso del balompié criollo abandonó la prisión. El paisaje urbano ha cambiado mucho. El mundo no ha dejado de moverse ni un segundo a lo largo de los últimos cuatro años y 64 días. Cuesta esfuerzo acostumbrarse a la libertad después de haber pasado 50 meses tras las rejas.
"Pasar de dormir en una cama de una plaza a dormir en una cama king o despertarte y darte cuenta que estás adentro de tu casa es extraño, es distinto. Aún estoy aterrizando y están siendo días de locos, pero no quiero dejar nada importante para mañana", explica a La Tercera, a modo de introducción, el otrora delantero de Católica, San Felipe o Universitario de Deportes de Perú, entre otros, mientras se seca el sudor de la frente y camina con parsimonia por La Alameda, una avenida con nombre de libertador.
La tercera mañana como hombre libre de Luis Patricio Núñez Blanco (37) ha comenzado como tantas otras, muy temprano y en la cárcel. Aunque esta vez del otro lado de los muros. Porque su viaje matutino al penal de Colina, el escenario de sus últimos meses de condena, no ha consistido -explica- en una visita de rutina de carácter legal, sino en una reunión concertada por el propio ex presidiario para presentar un proyecto de trabajo. De reciclaje, para más señas. Una labor que, de alguna forma, asegura estar llevando a cabo a todos los niveles y en todas las esferas de su vida. "Hoy estoy mucho más maduro. Antes de que me pasara lo que me pasó, me levantaba pensando qué iba a hacer a la noche. Hoy día pienso de qué voy a vivir mañana. Quiero dejarlo todo amarrado para 2018. Cualquier cosa para dar a mi familia una vida estable, no como la que tenía años atrás", sentencia.
Una vida que quedó suspendida, cancelada, la tarde del 12 de septiembre de 2013, cuando el entonces futbolista de Deportes Concepción fue detenido en su domicilio de La Florida acusado de narcotráfico y porte ilegal de armas de fuego. Era la tercera vez que Lucho Pato, nombre con el que se conocía al talentoso jugador en el ambiente futbolístico, se enfrentaba a la justicia. Ya había cumplido seis meses en prisión en 2003 por colaborar presuntamente en el almacenaje de droga de una importante banda de narcotráfico llamada Los Ciprianos, y de ser absuelto, nueve años más tarde (en 2012), de los cargos que lo sindicaban como colaborador de otra banda especializada en el contrabando de productos de lujo.
No haría falta una cuarta advertencia y su imputación como financista del grupo acusado de ingresar 136 kilos de marihuana prensada en Chile, procedente de Bolivia, terminaría resultando suficiente para garantizar su entrada en prisión. Hoy, una vez cumplida íntegramente su pena, hablar de culpabilidad o inocencia es, en opinión del propio Núñez, un asunto baladí: "Hoy no importa si soy culpable o inocente; eso ya está pagado. La justicia decidió que tenía que hacer 50 meses y los hice. Sufriendo, pero los hice. Y ya está. Si la justicia decidió que yo era culpable, soy culpable. Sólo quiero que quede muy claro que ya no soy el de antes. Tomé esta lección de vida y sólo espero poder ser cada día mejor persona, mejor padre".
Fue en el Módulo 38 del Centro de Detención Preventiva Santiago Uno donde Lucho Núñez pasó los primeros 33 meses de su condena. Allí tuvo que convivir -dice- "con la maldad", pero allí encontró también -reconoce- "la amistad real", personificada en la figura del Tío Iván, una suerte de ángel de la guarda que hizo más llevadera su estadía tras las rejas. "Pasábamos 24 horas juntos y murió, por cosas que pasan en la cárcel, cinco días antes de salir. Una persona que hasta el último día que tuvo de vida me enseñó a ser fuerte. Llevaba 16 años preso y le quedaban 10 más por delante, pero cada día se levantaba cantando, riendo. Era una persona que soñaba con la calle. Pero hoy sé que está libre, que está descansando y eso me llena de alegría", relata emocionándose.
A las tres de la tarde, el sol golpea con más fuerza sobre las cabezas de los viandantes en Estación Central. Y Núñez, a quien hoy acompaña su padre -llamado también Luis y trabajador también de una empresa de reciclaje- decide hacer un alto en el camino para hidratarse. "Él estaba en la cima y cayó al fondo. Fue duro para todos, pero estamos contentos de su vuelta", comenta escuetamente el progenitor. Y después, tras un largo silencio, el delantero redimido regresa a sus recuerdos para realizar una especie de inventario de las nostalgias que marcaron su vida como reo: "Vivir 50 meses en una pieza de tres por tres no es sano. Hoy quiero comerme un completo, me paro y me lo puedo comer. O un chocolate, por ejemplo. Parece una estupidez, pero no puedes ir a dar una vuelta cuando estás encerrado. Pasar el 18 en Santiago Uno, al lado del Parque O'Higgins, y sentir el olor del asado y esuchar las voces de la gente mientras tú estás encerrado en una pieza mirando a una pared de cemento, es duro. Ver jugar a Católica me ponía triste también. O a personas que tenían menos condiciones que yo. Eso me generaba impotencia, porque lo que más extrañaba era la libertad de jugar un partido de fútbol".
Antes de la cárcel, de la marihuana prensada y losCiprianos, del dinero y la fama del fútbol, antes incluso del fútbol, Luis Núñez era un niño de indudable talento para el balompié, nacido y criado en una de las poblaciones más marginales y estigmatizadas del país, la Legua Emergencia. Un lugar al que en algún momento culpó de su descenso a los infiernos, que no ha vuelto a pisar desde su salida de prisión ("es uno de los últimos sitios a los que quiero ir en este momento"), pero al que trata de referirse ahora sin caer en un discurso maniqueo: "Cuando me pasó esto, tenía 33 años. Y uno de 33 años sabe lo que hace, lo que es bueno y lo que es malo. Yo no le quiero echar la culpa ni a mi barrio ni mis amigos o ex amigos. Mis amistades en su momento las elegí yo. Y soy el único responsable de todo. Soy legüino de corazón, pero no quiero eso para mi familia en este momento. No es que no quiera ir, a lo mejor es que no es estoy preparado todavía para ir. Todavía ando con miedo en la calle, todavía siento que todos me miran, todavía no aterrizo, todavía no pongo los pies en la tierra como para decir: 'Estoy libre'".
El pasado el lunes, el día en que Lucho Núñez volvió a ver la luz, el mayor de sus cuatro hijos, Bryan, cumplió 18 años. Una mayoría de edad que vino, como ocurrirá de ahora en adelante con el resto de sus vástagos -promete-, acompañada de explicaciones. "Mi hijo grande es el único que sabe las cosas como son. Mis hijas (Renata, 12, e Isidora,8) son dos niñas inocentes a las que ahora que estoy fuera puedo explicarles lo que está pasando. Ellas no sabían que su papá era futbolista, que era famoso. Tengo que explicarles muchas cosas. Por eso están las ganas de volver a jugar fútbol, para que puedan ver quién es su padre y borrar un poco ese recuerdo de la cárcel", explica el ex UC.
A su hijo menor, Tomás, de cinco años, ni siquiera lo conoce. Pero promete ocuparse de él ahora que asegura haber descubierto tras las rejas nociones elementales: "Antes de caer, yo estaba sin familia. Pero después de estos cuatro años, tengo muy claro que es lo único que tengo. A Jocelyn, mi mujer, que perdonó todos mis errores porque tiene un corazón gigante. Aunque no lo creas, la cárcel me devolvió a mi familia, a mi mujer y a mis hijos. Quizás si no hubiese estado en ese lugar, hoy no estaría con ellos".
Pero los propósitos de enmienda de Lucho Pato, que considera "difícil, pero no imposible" regresar al fútbol profesional con 37 años mirándose en el espejo de Paredes y Valdés ("que son de mi edad y siguen marcando diferencias", precisa), no terminan ahí. Todo -asume-, ha de ser reconstruido: s"En estos días que llevo libre, en la calle, la gente me ha pedido fotos, me ha apoyado. Y me doy cuenta de que le pide fotos al futbolista, no al tipo que viene saliendo de la cárcel. Yo ando con mi cabeza en alto porque hice algo que cualquiera puede llegar a hacer: equivocarse. Y porque para vivir 50 meses encerrado igual hay que tener cuero de chancho. He aprendido muchas cosas. Que la vida tiene un puro objetivo: la familia; y que no es necesario cometer los errores que yo cometí para darse cuenta de eso. Hoy me siento más fuerte que nunca".