Tres de los seleccionados de India de polo que este fin de semana jugarán test matches contra Chile desayunaban ayer en el comedor de un hotel en Santiago. Rato después aparece el cuarto jugador, Sawai Padmanabh Singh; los saluda y dos compañeros se ponen de pie, no le hacen reverencias, pero se nota el respeto. Por ley, es uno más; pero en la práctica, es mucho más. Es un marajá, un rey.
A sus 19 años, Pacho, como le gusta ser conocido, un sobrenombre que le puso su abuela, es el heredero de la familia real de Jaitur, una ciudad en India. Antiguamente cada estado tenía un marajá, pero con la llegada de la democracia, a mediados del Siglo XX, las familias reales perdieron su poder, aunque algunas negociaron, primero con los ingleses y luego con los gobiernos democráticos, y mantuvieron los cargos y algunas propiedades.
¿Es uno más Pacho en su país? No. Muchas personas aún reverencian su paso y debe andar con guardaespaldas. Ni hablar de los palacios.
Dice que le hacen una entrevista en cada país al que va y que le encantan. "No como a mi madre, que es una mujer de verdad importante", cuenta. Su madre es legisladora y una influyente política, además de ser la poseedora de la sangre real. Todo le agrega razones para eso de los guardaespaldas.
No los necesita cuando sale de su país, aunque "sí los usé en Colombia, donde fui a jugar", aclara el polista, "aunque fue por petición de mi familia, por la situación allá".
El linajudo jugador disputará este sábado y domingo dos partidos amistosos ante selecciones de Chile, a 15 goles el sábado y 16 el domingo (ambos a las 16.30 en el Club San Cristóbal). Él está catalogado con dos goles, bajo aún, pero asegura que tiene mucho tiempo para mejorar en este deporte que le heredaron sus padres.
Sí, "sus" padres, pues ha tenido dos: su progenitor, quien lo acompaña por estos días en Santiago, y su abuelo materno, que lo adoptó. El asunto es que su madre se casó con un plebeyo, era un trabajador de uno de los palacios, y la sangre impura le impediría ser sucesor de los marajás. Por lo tanto su abuelo Sawai Man Singhji Bahadur, quien murió en 2011, lo adoptó para facilitar la sucesión.
Y así fue: a los 12 años, Pacho pasó a ser el marajá de Jaitur. Su abuelo -y padre- alcanzó a tener 10 goles de hándicap y su progenitor también practica, aunque por estos días se recupera de un accidente que le dejó el brazo derecho casi sin movilidad.
El noble asegura: "Cuando me presento lo hago por mi nombre, no por cargos ni nada, porque quiero que la gente vea que soy una persona normal, no con títulos".
Así vive sus días hoy en día en Nueva York, donde estudia desde hace dos meses Liberal Arts en la NYU como uno más, sin guardias ni nada. "No dejaré el polo, puedo volver a practicarlo en primavera, ya tengo un grupo de amigos allá, además. Voy a viajar con regularidad a India", asegura Singh.
"Recién tengo 19 años y estoy empezando en la selección. Ya estuve en el Mundial de Australia, los resultados no se dieron, porque éramos un equipo muy joven", dice sobre su experiencia como seleccionado.
De Chile el polista sabe mucho. Cómo no, con todos los logros de las selecciones nacionales en los últimos mundiales. "Ya estoy enamorado de Chile, de muchas cosas, pero especialmente de su gente, me tratan como su familia. Sobre su polo, ahí están los resultados en dos copas del mundo. Tienen muchos clubes, pero lo mejor es la comida... los mariscos".
En la India, este deporte tuvo mucho desarrollo antes de la democracia, pero hoy en día las condiciones económicas de un país con altos índices de pobreza lo harían impensado. Pero no, especialmente impulsado por las Fuerzas Armadas, la actividad se desarrolla por separado en cada ciudad. Así, el país logra tener polistas profesionales en el mundo y presentar en Chile un equipo de 15 goles.
El marajá invitó de vuelta al equipo chileno a test matches en Jaipur. Su familia podrá proveer tranquilamente los animales para ese juego. "Tengo unos 25 caballos en mi país, que son míos, también están los de mi papá. En Inglaterra tenía ocho, pero los vendí", explica el jugador.
De los días de gloria familiar queda poco, aunque su situación no deja de ser atractiva. "Mi abuelo negoció y pudo quedarse con los palacios, aunque mantenerlos sería muy caro, así que fueron transformados en hoteles o en museos. De los viajes de mi papá quedan muchas cosas que se exhiben ahí, cada rincón del palacio tiene una historia que contar. Yo vivo en un palacio principal, donde está toda mi familia", señala Pacho.
Se le llama el último marajá, pero eso no será así, ya que cuenta que heredará el título a algún futuro hijo, "como lo hicieron mi padre, mi abuelo y sus antepasados". Pero ante la consulta si seguirá con la tradición, él contrapregunta: ¿cuál tradición, la del polo o ser marajá? Queda claro que para Pacho los caballos tienen una altura real.