Marcelo Ríos deja de ser el entrenador de Juncheng Shang: “No me dieron ninguna razón por la que terminamos”
El exnúmero uno del mundo fue despedido tras apenas dos meses de trabajo y un ascenso de casi 180 puestos en el ranking. El chileno habla sobre su relación con la promesa china y los encontrones que tuvo con el padre del asiático. "No lo estaba pasando bien con el viejo", confiesa.
Diez victorias, dos derrotas, un título de challenger, la final de otro y un salto desde el puesto 362 al 195 del ranking mundial en apenas dos meses de trabajo. Ese fue el saldo que dejó la relación entre Juncheng Shang y Marcelo Ríos, una sociedad que remeció al mundo del tenis, pero que tras su participación en el Challenger de Cary llegó abruptamente a su fin. Desde Sarasota, el exnúmero uno habla con El Deportivo sobre esta sorpresiva decisión, de la que se enteró de casualidad.
“A mí no me dieron ninguna razón por la que terminamos. No me dijeron ‘no te gusta cómo te vestís’. Ni una hueá. Esto lo supe por mi agente, que me dice ‘malas noticias, no vas a seguir con Jerry’. Dije ‘ah, perfecto’. Y justo venía en el avión de Atlanta a Sarasota. Me bajé y pillé de sorpresa a Jerry y sus papás y les pregunté ‘¿así que terminamos?’. No se esperaban que yo supiera, pensaban decírmelo a través del agente. Y el papá me dice ‘sí'. Le respondí ‘la raja, todo perfecto, pero me encantaría saber la razón por la que terminamos’. Entonces, el papá se pone a hablar y no le entiendo ni raja. Después le digo: ‘Jerry, ¿me puedes explicar tú?’. Y él me responde ‘mi papá dice...’, relata.
La respuesta de su ahora expupilo dejó al zurdo con una serie de interrogantes. “Yo creo que esta fue una decisión del papá. No fue decisión de Jerry. Aparte la mamá y el papá se agarran todo el día y eso le hace mal al pendejo. No sé qué mierda hablarán, pero sé que la mamá estaba bien contenta. Le dije a Jerry que lo conocí súper poco y al papá que no podía ser que todo el día anduviera peleando. Se sale de sí, empieza a gritar o se va a la chucha. Es una cultura muy difícil. Es súper difícil convivir con ellos, no estoy dando excusa de nada, pero que me echen y me digan ‘hicimos cuatro primeras rondas, la raja’. Pero el tipo hizo dos finales y está 190. Entonces, por resultados no pueden huevear. Pero da igual. A mí no me influye. Yo te digo la verdad: no lo estaba pasando bien con el viejo”, se sincera.
Precisamente, la relación con el padre del tenista tuvo varios episodios, que a continuación describe: “Yo tuve un encontrón con él porque en un partido le dije a Jerry: ‘Termínalo acá', como diciéndole ‘quiébrale aquí para que no tengas que sacar por el partido’, y el papá entendió cualquier hueá y se enojó. Me dijo ‘córtala, Marcelo’ y explotó. Fui a hablar con él y me responde que no le puedo decir eso, que tiene 17 años, que es muy chico. El papá me dice ‘es que tú le dices que se apure, porque para ti es fácil, porque estás acostumbrado a ganar Montecarlo, Roma...’. ‘Qué mierda estás hablando. Yo decidí firmar este contrato para estar con ustedes, yo sabía a lo que venía. Soy el único número uno en la historia que anda de entrenador en los challengers. Y si lo hago es porque yo quiero ayudarlo’, le respondí”.
“Ahí yo le dije que, si acaso había una edad para entrenar de una manera u otra, porque yo pretendo que a los 19 o 20 años esté dentro de los 10 mejores del mundo, como lo hacen todos, y para eso necesita sacarse la chucha. Él juega muy fácil, pero no se saca la chucha. Para mí un profesional entrena dos horas y media en la mañana y dos horas y media en la tarde, más físico. Él, dos horitas, se despierta a las 12 del día... Tienen otra cultura. Cualquier dolor paramos, la semana que tuvo Covid el papá no pudimos entrenar. El hueón avanza cinco pasos y retrocede 10″, agrega.
Choque de culturas
Otro factor que complicó las cosas fue la forma en que se relacionaron. “La comunicación con él era muy mala, ya que él no hablaba mucho y cada cosa que yo le decía, él respondía ‘sí, sí, sí’. Y lo que uno pretende, cuando tiene a alguien, es que te diga las cosas que quiere entrenar, lo que le molesta o lo que no está bien para él. Aquí no había comunicación. O por mucho respeto que me tenía o porque él es así. Nadie hablaba nada. Entonces, nunca podía saber lo que él estaba pensando o lo que realmente quería. Así, se hace súper difícil entrenar a alguien si no hay comunicación”, lamenta.
Si bien ambos viven en Estados Unidos, el origen cultural de ambos fue una barrera compleja. “El papá me reclamaba que era muy exigente, que los sudamericanos somos un cultura muy distinta, que somos tipos que vamos al frente. Que no está acostumbrado a eso. Entonces, yo le dije al papá: ‘Hagamos algo. Tú eres el entrenador y yo me voy para la casa’. Yo lo voy a formar de la manera en que me formaron a mí. Y si a los 17 años se tiene que sacar la chucha, que hoy en día todos los de su edad lo hacen, tiene que hacerlo. Alcaraz es número uno con 19 años. Yo le dije que no iba a transar mi manera de entrenar. ‘No porque me pagues buena plata, vamos a entrenar la horita que querái’. Y le dije a Jerry ‘que seas 190 a mí no me dice nada. Yo quiero que seas top ten, que ganes grand slams. A eso apunto, no a dos challengers’. Entonces, era mucha presión para ellos, que es lo que me dan a entender, porque no hubo una respuesta...”.
“Le pregunté a Jerry si le gustaba el tenis, y me dice ‘sí'. ‘¿Pero te gusta mirarlo o te gusta lo que va detrás?’, le contesté. Y me pregunta qué es lo que va detrás, y yo le respondo que es sufrir, pasarlo mal, acalambrarte, preparación física... Me responde que sí, pero dándome a entender que no conoce ese mundo y no lo quiere conocer. Y esa es la única manera. Te contaba que le pedí videos a Moyá de Nadal entrenando o, incluso, a Alcaraz, para que viera la actitud de ellos. Jerry, no. Se queda parado, mirando que pasen los puntos. No tengo explicación. Yo creo que es por eso”, insiste.
También vuelve a detener la influencia de la familia en el tenista. “Martín (Alund, el entrenador ayudante) no lo puede creer. Me decía que él estaba la raja conmigo”, señala. Y afirma que ve poco probable un regreso: “No creo que vuelva. Los papás metidos dentro de la cancha son de terror. Le hacen todo, no hace nada, opina. Y lo peor es que habla en chino y no le entiendo ni raja. De repente lo putea, porque se entiende cuando están a los gritos. Yo le dije al papá ‘no estoy para esta hueá, que te sales de ti. Yo tengo mi nombre igual y no estoy para un espectáculo cada vez que juegue Jerry”.
Ejemplos de exigencia hay varios. El más reciente, la semana pasada, cuando tras superar la primera ronda en el Challenger de Cary, Ríos no lo mandó a descansar. “Jugó pésimo, después del partido le dije que fuéramos a entrenar altiro. ‘¿Qué?’, me dice. ‘Sí, a entrenar’. Lo tuve entrenando una hora y ahí el papá se anduvo molestando porque cómo lo llevaba a entrenar después del partido. Entonces, yo no voy a transar mi manera de entrenar por hacer las cosas mal”, precisa.
En la siguiente ronda, Shang perdió e hizo un escándalo al golpear con la raqueta la silla del árbitro, a quien además insultó. “No me di cuenta, porque ya me estaba yendo. Lo vi después en un video. Algo pasó en el partido con Thompson que a él le influyó. No tengo nada que ver en eso. Nunca supe por qué se fue tanto a la mierda. Habrá sido algo que le dijo el viejo, porque le hablaba en chino... Le dije a Jerry que conversáramos el sábado, más tranquilos. Ahí yo le iba a decir que estábamos entrenando como el hoyo, porque la primera semana entramos increíble, pero necesitaba que entrenáramos al menos cinco horas al día. Porque así no íbamos a llevar a ningún lado”, cuenta.
Ese partido frente al australiano, a quien había derrotado en Lexington, precisamente puso de manifiesto todas las falencias. “Aquí soy el copiloto y no soy el copiloto. Yo le dije a Jerry que ‘te puedo ayudar en todos los golpes, pero el que entra a la cancha eres tú y no estás demostrando esa mentalidad’. El otro día iba 2-0 en el tercero y le quebraron y mandó todo a la chucha. Esas tiradas de partido son para demostrar que está molesto. Después le pregunté si hay algo que le molestaba y me dijo que estaba todo bien, pero estos hueones no van de frente. Y por eso yo fui al aeropuerto”, revela.
La despedida
Marcelo Ríos relata cómo fue el adiós. “Le dije: ‘Jerry, te deseo lo mejor. Juegas muy bien, pero te falta mucho. Te falta mucho que aprender. Suerte en el futuro...’. Cualquier cosa que necesites, llámame nomás...”. Y apunta: “Yo creo que él no quería, pero aquí es una decisión de los papás y él no tiene nada que opinar”.
Sus conclusiones sobre esta breve pero exitosa experiencia son positivas. “Me siento tranquilo, porque lo ayudé. Que haya subido del 380 al 190 es un paso grande, y si ellos quieren un hueón más pajero al lado, perfecto. Pero yo no voy a transar. Yo estoy acá para ser top ten, no para ser 150 o 200. Es muy talentoso, juega muy bien, le falta mucho que aprender, pero es muy pajero. Es muy cómodo. Le decía que entrenáramos en la tarde y no quería, me decía que tenía que hacer físico. El pendejo es la raja, le falta cambiar esa mentalidad y ser un perro en la cancha. Si realmente se sacara la chucha, puede ser muy bueno”, afirma.
¿Entrenar a otro jugador? “La experiencia que tuve no fue mala, pero entrenar a un tipo que esté 10 del mundo no me interesa, porque no le puedo cambiar nada. No me llama la atención”, concluye.
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