A veces es necesario vivir la vida con anteojeras, hacer foco, no distraerse ni dispersarse. Sobre todo cuando se emprenden tareas de largo aliento. De otro modo, probablemente Einstein no habría sido el físico y matemático que terminó siendo, Picasso no habría pintado todo lo que pintó ni Emil Zatopek habría corrido los kilómetros que corrió en su vida. En la persistencia y en la especificidad pareciera estar la clave: el zapatero a hacer zapatos, el poeta a hacer poemas, el jardinero a cuidar del jardín.

En el fútbol pasa algo parecido: al delantero se le piden goles y que se focalice en ello, lo mismo que al arquero se le exige atajar. Pero a un club de fútbol, ¿qué es lo que le pedimos?, ¿en qué debiera hacer foco?, ¿qué debiera ser aquello que lo mueve? La respuesta rápida sería que gestione el club de tal manera que pueda conquistar la mayoría de campeonatos posibles. Si los dirigentes vivieran con anteojeras, quizá a eso deberían aspirar. Pero así como a veces es necesario vivir la vida prescindiendo de cualquier distracción, también muchas veces es preciso vivir atento al contexto y a las circunstancias y, en esta línea, pensar que un club solo debiera apostar a ganar todos los títulos que dispute resulte ser una mirada bastante reduccionista, casi tercermundista, de lo que uno pudiera esperar de una organización como un club de fútbol.

Lo digo pensando en particular en uno de la League Two de Inglaterra -algo así como la Cuarta División del fútbol inglés-, el Forest Green Rovers, institución que ha demostrado que no todo es competir. En una de las historias que tiene colgada en su página la revista colombiana SoHo, se define al Forest Green Rovers como el equipo más ecológico del planeta. Asentado en Nailsworth, el club tiene un antes y un después de la compra del mismo que hiciera en 2010 el millonario ambientalista, vinculado a las energías renovables, Dale Vince.

Desde entonces, el club no solo ascendió de categoría, también se ha convertido en la organización futbolística con mayor conciencia ecológica del mundo, promoviendo hábitos de vida sana y una gestión cuyo impacto ambiental es prácticamente cero. Por ejemplo, luego de conocer en 2015 el informe de la Organización Mundial de la Salud que asociaba el consumo de carnes rojas al cáncer, Vince impuso una dieta totalmente vegana para todos los futbolistas del plantel. Y no conforme con eso, erradicó los productos de origen animal del servicio de venta de alimentos en su estadio, The New Lawn, de tal forma que hoy solo se consume comida vegana: sí, hay hamburguesas, de quínoa o de carne vegetal; la leche de vaca ha sido reemplazada por la de soja, y la cerveza es ciento por ciento orgánica.

Consecuentes hasta la médula, su compromiso con el ambiente pasa también por otras medidas: el estadio se abastece mayormente con la energía que captan sus paneles solares; los uniformes del club son confeccionados a partir del reciclaje de camisetas; la pintura que se usa en el estadio es libre de químicos; el club no tiene estacionamientos porque promueve que la gente haga ejercicios; el campo es ciento por ciento orgánico, usan agua reciclada y libre de cualquier fertilizante artificial -de hecho, exportan desde las Islas Hébridas (Escocia) algas llenas de nutrientes que brindan al césped una altísima calidad-, y además cuentan con una huerta que comparten con los campesinos locales.

Es probable que Forest Green Rovers no tenga sus vitrinas atiborradas de copas, pero con su ejemplo han conseguido demostrar algo que la mayoría de los grandes clubes del mundo ni siquiera se han preguntado: otro mundo es posible.