Chile celebró como propio el domingo el emocionante triunfo de Dominic Thiem en el Abierto de Estados Unidos. La coronación de un tenista austriaco reconvertido en chileno gracias a su entrenador. Su victoria fue la de Nicolás Massú (héroe nacional, inamovible del santoral) y, por contagio, la de todos sus conciudadanos. Fue un grito evidentemente patriótico, pero quién sabe hasta qué punto cosido también a la ciencia. ¿Hay motivos deportivos para adjudicarle a Massú la titularidad de la corona? Pues algunos no lo ven descabellado.

O sea, de no ser por el paisanaje, Massú no se habría ganado un titular. Eso seguro. Los entrenadores de tenis no acostumbran apellidar los éxitos, como si ocurre habitualmente en el fútbol. Por motivos obvios, cuesta asociar en las modalidades individuales la influencia que tienen los preparadores en los deportes de equipo, donde además se les reconoce la jefatura indiscutible. Y acá el coach es más bien un empleado del pupilo. No, nunca se vio colgar de un triunfo de Federer el nombre de su entrenador (en realidad, la mayoría no sabe ahora mismo ni cómo se llama). Pero bueno, hay también técnicos que fueron leyenda y cuya sola presencia levantan murmullos. A Agassi se le miraba más el año pasado que a su discípulo Dimitrov.

El caso es que “Massú es el cincuenta por ciento de Thiem”, llega a decir Hans Gildemeister. Y el propio jugador, interrogado por la cuota de importancia de su entrenador (pregunta a la que tampoco suelen tener que contestar la mayoría de los ganadores de Grand Slam), va y suelta: “Cambió mi mente”.

Las estadísticas señalan que Dominic ya estaba ahí en febrero de 2019 (con 25 años, 11 títulos a sus espaldas y número ocho del ranking mundial), cuando Nico tocó a su puerta, pero también que está mucho más arriba 19 meses después (ahora tiene 17 coronas, entre ellas un Master 1.000 y un Grand Slam, y se ubica en el tercer puesto del escalafón). Hay salto. En la cabeza, en la manera de jugar y en los resultados.

¿Basta con haber sido un buen jugador para entrenar? Está claro que no. Pero tampoco el propio Massú sabe dar demasiadas pistas del porqué de su influencia. “Solo me dedico a hacer mi trabajo”, se limitó a decir en marzo, cuando empujó al austriaco a su victoria en Indian Wells. “Entrenamos intensamente, con mucha calidad, con mucha conciencia, entregando cada día el cien por ciento”, añadió. ¿Un sargento? Tampoco. Aunque aguerrido, el chileno no es un jefe militar. Más bien huye de la confrontación. Thiem no lo sigue por obligación, sino convencido.

Los especialistas enumeran cualidades de Massú para concederle cierta responsabilidad en el crecimiento del austriaco, pero tampoco se ponen de acuerdo. Dedicación, estar todo el día pensando en tenis, obsesión por los pequeños detalles, energía... Y fe, sobre todo la fe. Atributos al aire, conceptos abstractos, que no explican por sí solos nada de lo que está ocurriendo. Sí, Thiem no paraba en la final de mirar a Nico, buscaba consejo o aliento. Y el chileno no dejó de intervenir. Y el austriaco se levantó de dos sets en contra en el duelo ante Zverev. ¿Pero por qué? ¿Por su propia cabeza o por la de Massú? ¿Por su talento o por las instrucciones?

Fue Larry Stefanski, el mítico preparador de Marcelo Ríos y John Mc Enroe, quien más se atrevió a concretar lo que le parecía el chileno en el cargo. Aunque para destrozarlo. “Lo que tienen es una linda amistad. No llamaría a Massú un coach. Pero Thiem necesita a alguien simpático que lo acompañe en el circuito. El Tour ha llegado a ser eso. Dominic es un tipo muy talentoso. Massú está dirigiendo un muy buen caballo, por decirlo así, pero para ser un coach no basta con ser cheerleader. Su lapidario pronóstico de no hace tanto, mayo del año pasado, retumba ahora con la conquista caliente del US Open.

Y el caso es que lo de cheerleader se quedó junto al ex tenista chileno, por lo grueso del apelativo. Y en la revisión del mismo, hoy cabe deducir que o bien si es suficiente con ser un animador constante de tu jugador, un motivador puro; o en realidad Massú es mucho más que eso. Con incidencia en la moral, pero también en el juego. En la técnica y en la táctica. ¿Que fue primero el huevo o la gallina? ¿El jugador o el técnico?

Es pronto para saber si Chile se pasó de frenada al poner a Massú casi a la misma altura que al primer ganador de Grand Slam de la nueva generación (los nacidos después de los 90), pero no para asegurar que el tenis está de verdad ante un especialista. La lógica inclina la balanza hacia el jugador, pero su técnico no es cualquiera. A la espera de que se vayan concretando los detalles y las razones, Nueva York dictó sentencia: Massú es entrenador. Lo van a llamar profe.