Esta vez no hubo espacio para ningún milagro. Ni menos para la aparición de un genio para torcer el destino. Francia respondió al favoritismo y se deshizo de Argentino en el primer duelo de octavos de final. Los galos se impusieron por 4-3 con una gran actuación de Mbappé, autor de dos goles y partícipe directo de la apertura de la cuenta de Griezmann. En lo que pudo ser el último partido de Sampaoli como entrenador de su selección y quizás de Messi en una Copa del Mundo, el combinado europeo dio una prueba de carácter y desnudó todas las carencias de su rival a la velocidad de la luz. O mejor dicho, a la velocidad de la figura del PSG.
Mucho insistió en la previa Sampaoli sobre la velocidad de Francia, especialmente para salir en contragolpe. Lo había detectado como una de las grandes virtudes del equipo de Deschamps. Lo que no agregó el técnico en aquella sentencia es que sus centrales y Mascherano, la eventual primera barrera, no tenían la velocidad ni el timming para contrarrestarla. Aquello quedó reflejado de entrada, antes de los 15 minutos. Mbappé recuperó un balón en su propio terreno y recorrió cerca de sesenta metros antes de que Rojo lo derribara en el área. En el camino, dos albicelestes derechamente renunciaron a seguirlo, uno de ellos precisamente Mascherano. La pena máxima la transformaría en gol Griezmann, quien minutos antes había estrellado un tiro libre en el travesaño.
No lo pasó bien Argentina en el arranque. En realidad, durante casi todo el partido. Había una diferencia de velocidad de desplazamiento y de circulación de pelota en favor de los galos que hacía pensar en que bastaba otro acierto a campo abierto de Mbappé o Griezmann para sentenciar el duelo. El dispositivo ofensivo de Sampaoli, ubicando a Messi entre los centrales franceses, en una especia de centrodelantero, hizo agua rápido. Fracasó rotundamente. La Pulga no entraba en contacto con el balón y aquello contagió al equipo, que no encontraba soluciones futbolísticas para equiparar la lucha. Ni siquiera el carácter habitual de sus jugadores alcanzaba porque Francia se sentía muy cómodo en la cancha.
Estaba instalada la sensación de que Argentina no podía. Ni por mucho que quisiera, lograba inquietar a Francia. Pero el partido hace un click en el instante que Di María, ubicado como enganche, saliendo de su habitual posición de extremo, clavó un zurdazo impresionante desde 25 metros. Latigazo inatajable para Lloris. En el peor momento, los transandinos encontraban el empate. Y no solo eso, dejaron sentidos a los galos, que se dieron cuenta a partir de ahí que el rival sí hacía daño.
Quizás si el gran mérito hasta ese minuto de los albicelestes era sobrevivir a todo el agobio sin la participación de Messi. La Pulga no dio mayores señales de vida en el primer tiempo. No tenía espacio de maniobra ni menos socios para hilvanar un ataque. Parecía otra jornada de instrascendencia de la estrella del Barcelona, pero empezando el segundo tiempo encontró un balón suelto en el área francesa y su disparo al arco se encontró en el camino con la humanidad de Mercado, lo que descolocó a Lloris. De sobrevivir a como dé lugar durante 40 minutos, Argentina pasaba a ganar 2-1 sin haber generado una sola acción de riesgo. Cosas del fútbol.
Más allá del enorme amor propio de los transandinos para primero acortar distancias futbolísticas y luego para llegar a ponerse en ventaja. El dilema que se establecía en ese punto del partido era si la habitual frialdad francesa en esta clase de instancias, agudizadas en la primera fase de esta Copa, daba paso a la rebeldía ante la adversidad. Y contra todo pronóstico, Francia reacccionó de manera tan feroz como elegante. Porque no fue a buscar la gloria a como diera lugar. Lo hizo jugando al fútbol, a la velocidad de la luz, justo lo que no quería Argentina. Clave Lucas Hernández para con dos centros poner en posición de gol primero a Pavaard, quien clavó un derechazo cruzado impresionante, y luego a Mbappé, quien en cinco metros le sacó dos de distancia a todos sus marcadores para batir a Armani con un zurdazo.
Aunque quedaba tiempo en el reloj, y bastante como para pensar en una nueva reacción albiceleste, esta vez Francia no la iba a permitir. Y utilizando una vez más la velocidad de Mbappé sentenciaría el partido con otra escapada con su sello: largas zancadas, imposibles de frenar por cualquier zaguero argentino, antes de sacar un derechazo ajustado que dejaría sin chances a Armani. Ahí quedaría sentenciado el partido. La clasificación gala ya no corría peligro. El triunfo, a todas luces justos, que ni siquiera se vio amagado por el descuento postrero de Agüero, servía además para enterrar el proceso de Sampaoli al mando de su selección y para poner puntos suspensivos para la continuidad de Messi en la albiceleste. La Pulga se despedía de la peor manera, haciendo otro partido para el olvido en Rusia y entregándose mansamente ante las circunstancias del juego.