Llegará el día en que Lionel Messi ya no pueda rescatar al Barcelona. Uno en que el astro argentino, por más que lo intente, será incapaz de sacar del barro a un cuadro cuyas falencias crecen día a día. Y una época habrá llegado a su fin.
Pero ni siquiera en el mediano plazo se vislumbra ese día. Hasta que no llegue, Messi disfruta siendo el salvavidas de todos. De Valverde. De una defensa que ante el Sevilla fue un colador. De un Suárez que inexplicablemente sigue siendo titular. Y de un Coutinho que solo ha firmado un par de actuaciones decentes desde que arribó. Messi es el Barcelona. Messi es maravilloso. Negarlo es un crimen.
No se necesita más. Qué importa si el conjunto local deja en evidencia a Piqué y compañía con una presión alta y dominio en las bandas. Qué importa si es Messi el que pierde la pelota antes del gol de Navas, a los 22'. En cuatro minutos lo arregla como si nada, sacándose una volea tan implacable como inalcanzable.
Da lo mismo que a los 42' el gol de Mercado volviera a retratar a la retaguardia culé. Ahí llega Messi, sin capa pero con un talento sobrenatural, para clavarla con la derecha, empatar el partido y mandarle un recadito a Pelé. Eso sí, como aquí los tres puntos son los que sirven, la pica por encima del arquero para el 2-3 y luego asiste a su amigo charrúa para que se reencuentre con el gol. 2-4 final.
Vidal fue titular, pero solo jugó 45'. Y muy mal. El resto se lo pasó en el banco, mascando rabia o reparando en lo afortunado que es por jugar con el mejor del mundo.