No fue la figura del partido, ni mucho menos, pero siempre quedó claro que Lionel Messi se jugaba un partido especial. Desde la entrada al campo de juego o desde la ejecución de los himnos, ya quedaba claro que el astro el Barcelona se tomaría este partido como un desafío personal. Que entraría dispuesto a pagar su gran deuda. Que daría todo por no volver a perder una final con la camiseta de su país. Que buscaría por todos los medios agregar a su imponente registro personal el galardón que le faltaba y que le había sido esquivo tantas veces, tanto en la Copa América como en el Mundial: una vuelta olímpica con la camiseta de su país.
Durante toda la Copa, el rosarino había dado muestras de que se trataba de un torneo especial. Probablemente, de la última posibilidad que tendría para la consagración con la Albiceleste. De la última chance para completar su leyenda. Y, esta vez, las condiciones se parecían bastante a las ideales para escribir esta última página con letras doradas: frente a Brasil, el rival transandino de toda la vida, y en el Maracaná, el recinto que solo en 1950 había sido vulnerado en una definición con el cuadro local como protagonista. Los trasandinos no solo redimieron a su gran figura, también concretaron el Maracanazo de los tiempos modernos.
Por eso, cuando terminó el encuentro, Messi sonrió. Ahora, ya no había tristeza como después de las definiciones frente a Chile en 2015 y 2016. Ahora, había en sus ojos alegría genuina. Quizás, también, una sensación de justicia. Por los festejos que se le habían negado, por las recriminaciones que le tocó recibir, porque la distancia con Maradona se acortaba un poco más. Porque pagaba una deuda que se hacía eterna.
Definición rápida y emoción
Por eso, cuando terminó el encuentro, Messi abrazó tan efusivamente a todo el mundo, pero especialmente a Ángel Di María. Porque fue el delantero del PSG, otro de los blancos preferidos a la hora de los fracasos, quien le ayudó más decisivamente a cumplir el sueño. Fue Fideo quien interceptó el larguísimo pase de Rodrigo de Paul desde campo propio, en los 21′, para definir con clase frente a la salida de Ederson. Enmudecían la mitad de los cuatro mil espectadores que ocupaban las tribunas del Maracaná, como para otorgar un sucedáneo del sabor que debe tener cualquier definición de un título, enmudeciera. Y, por cierto, para que la otra mitad, lo celebrara con todo.
De ahí en más, el partido tuvo todos los ingredientes que se le reclamaban en la antesala. Porque se trataba de una final y porque se trata del clásico sudamericano, y uno de los principales a nivel mundial, por definición. Sobre todo, intensidad. En muchas oportunidades, derechamente pierna fuerte. La mayoría de las veces, cuando el balón lo tomaba Neymar en el cuadro anfitrión. Había varios albicelestes que querían pasarle la cuenta Messi, no tan protagonista como en la mayoría de los partidos que juega, cambiaba ahora el rol por el de un peón más. Probablemente, el más esforzado.
Hubo ocasiones de lado y lado. Sobre el final, Gabigol estuvo a punto de aguarle la fiesta. Argentina resistió como pudo. Y Messi, que se perdió el 2-0 en el final, pudo celebrar. Por fin.
La ficha
Argentina: E. Martínez ; G. Montiel, C. Romero (75′, G. Pezzella), N.Otamendi, M. Acuña; A. Di María (75′, E. Palacios), R. De Paul, L. Paredes (53′, G. Rodríguez), G.Lo Celso (63′, N. Tagliafico); L. Messi, L. Martínez (75′, N. González).
DT: L.Scaloni.
Brasil: Ederson; Danilo, Marquinhos, T. Silva, R. Lodi (75′, Emerson); Lucas Paquetá (75′, Gabriel Barbosa), Casemiro, Fred (46′, R. Firmino); Everton (63′, Vinicius Jr.), Neymar, Richarlison. DT: Tite.
Goles: 1-0, 21′, Di María define de globito ante Ederson, tras pase de De Paul.
Árbitro: E. Ostojich (URU). Amonestó a Paredes, Lo Celso, Otamendi, Montiel en Argentina y a Fred, Renan Lodi, Lucas Paquetá, Marquinhos en Brasil.
Estadio Maracaná. Asistieron 4.000 personas, aproximadamente.