Lo único que María Fernanda exige es que no le pidan poner "cara de nada". No entiende qué es eso, advierte al recordar otras fotografías en las que ha participado. Y tiene razón, ni ella ni los otros ocho medallistas panamericanos que la acompañan en la cita organizada por La Tercera merecen poner cara de nada. Ellos acaban de ganarlo todo.
La reunión es al mediodía. En el Centro de Entrenamiento Olímpico, en Ñuñoa. Con 15 minutos de antelación, llegan primero Esteban Romero (22) y Manuel Domínguez (24), bronce en los Juegos Panamericanos de Lima. "Tenemos que ir a entrenar después", explican. Para ellos y para la mayoría de los deportistas de alto rendimiento el feriado no corre. Se trabaja igual. En sus bolsillos traen las medallas que pocos días antes se colgaron en Perú y los primeros curiosos que andan por el lugar empiezan a sospechar que algo grande pasa.
La puntualidad escasea, pero lo importante es que en calle Ramón Cruz se está desarrollando un cónclave de medallistas panamericanos. Cinco oros, una plata y tres bronces. El éxito se percibe, como las horas de entrenamientos y varias historias de sacrificio, entrega y disciplina. El público se acumula, ya se propagó la noticia de que se está juntando parte de lo más selecto del deporte chileno. Algunos ya son conocidos. Otros recién empiezan a despertar pasiones.
Casi 10 minutos después de la dupla de pelota vasca se asoma Joaquín González, quien en karate aportó el último de los 13 oros que ganó el Team Chile en la cita deportiva limeña. Su larga y esquelética figura llama la atención. Parece tímido, también. Muy distinto al tipo que grita con cada golpe marcial. Joaco saca de su bolsillo la dorada y provoca que un padre que acompaña los entrenamientos de su hija gimnasta, a pocos metros del lugar de la reunión, le pida una foto. El joven de 20 años accede e incluso se la presta para que pose en solitario con ella. Como si él la hubiese ganado. "Han sido días muy locos", dice el karateca.
Aparece luego Isidora Niemeyer, con dos metales en su poder: un oro y una plata, ambos en remo. Es la menor de todos. Tiene apenas 17 años. Y quizás por eso esperaba pacientemente sentada en una escalera hasta que se le dijo que se acercara. En su mente, además de la fotografía de la que pronto será parte, está la PSU. "Ahora tengo que retomar los estudios y tratar de meter todo en mi cabeza", cuenta. Y es que los Panamericanos, si bien le dieron dos preseas a Chile, a ella le quitaron tiempo valioso para alcanzar el puntaje que le permita estudiar Nutrición, su gran anhelo.
El reloj avanza y pasado el mediodía todos se giran a mirar a quien aparece ahora. Se trata de María Fernanda Valdés (27), oro en levantamiento de pesas. En rigor, ella fue la primera de todas en llegar, porque desde muy temprano estaba entrenando en el mismo CEO. La foto con sus compañeros medallistas es una pausa en medio de la preparación para un torneo en Bulgaria al que se irá pronto. Con las excusas del caso, a la pesista y a los otros que ya están, se les avisa que todavía no llegan todos, que la cita se atrasará. "¡Es feriado, poh! ¿Qué esperan?", lanza María Fernanda con tono tosco. Suena poderosa. Es su estilo.
También hay espacio para la ternura. Y la espera pasa a segundo plano cuando a lo lejos se ve a María José Moya (30), oro en patín-carrera, junto a su pequeña hija Giuliette, a quien durante los Juegos dejó a cargo de sus abuelos. La menor de un año y medio es la gran inspiración de Pepa. Es su motor. Y como fueron dos meses separada de ella para preparar Lima 2019, hoy no la deja sola. Va con ella a casi todas partes. La pequeña se roba las miradas constantemente. Ya dice algunas palabras y "mamá" se escucha seguido. Pepa la mira con orgullo y, como es parte de ella, todo lo que viene después es con Giulette pegada a sus brazos. La pequeña igualmente es parte del oro de su madre. De hecho, cual atleta top, también es parte de las fotos que los medallistas les regalan a los curiosos que se acumulan.
Acto seguido se asoma Thomas Briceño (25), el más alto y corpulento. Es el quinto oro en la cita, el que emocionó a muchos al celebrar con lágrimas su victoria en la categoría de -100 kilos en el judo. Recibe varios llamados telefónicos mientras está ahí. Compromisos, entrevistas, premiaciones... La agenda del judoca cambió mucho desde que fue el mejor de todos en los Panamericanos. Pero se mantiene sencillo y alegre. Irradia simpatía a todos. Hace bromas y saluda uno por uno a todos sus colegas. Porque el Team Chile, si en algo se ha caracterizado, es en eso: un equipo a toda prueba. Lo alentaron otros deportistas y él alentó en otras disciplinas. Siempre con humildad. Ahora, eso sí, lo reconocen más que antes. "Me preguntan en la calle dónde se puede practicar judo", cuenta con orgullo. Su disciplina al fin se empieza a visibilizar. Él es uno de los responsables.
Las últimas en llegar, casi a la par, son la taekwondista Fernanda Aguirre (22) y la squashista Ana María Pinto (39), quien junto a Giselle Delgado le dieron la primera medalla panamericana de la historia de su deporte a Chile. Fue un bronce, al igual que el de la luchadora. También fue la primera de la exitosa cosecha de 50 preseas en Lima. Son las más calladas, también. Escuchan con atención las instrucciones. "Todo esto es bien nuevo para varios de nosotros, no estamos acostumbrados", relata Pinto. Por eso se les ve algo nerviosas.
El grupo al fin ya está completo. Nadie se queja por el horario. Importan más los festejos y el recuerdo de la mejor presentación chilena en la historia de los Juegos Panamericanos: 13 oros, 19 platas y 18 bronces. Las bromas abundan, aunque algunos se conocen poco, por nombre principalmente. "No me digan que ponga cara de nada, que no sé qué es eso y ya me lo pidieron una vez", reitera Valdés, cambiando rudeza por un acento más humorístico. Las risas no se hacen esperar. El ambiente es aún más distendido.
"Posen, rían, relájense", ordena el fotógrafo a cargo de la sesión. Y ellos, miembros de la élite del deporte criollo, hacen caso. Giuliette, la hija de Pepa Moya, es protagonista junto a su peluche. Ver a su mamá brillando cuando la observa, conmueve. Nadie queda indiferente. Es una minifamilia, dentro de la gran familia que es el Team Chile. Todos comparten triunfos, derrotas y muchos problemas para desarrollar lo que les apasiona: "Valieron la pena tantos años de sacrificio, todo el trabajo, todas las ganas, todo el tiempo invertido, muchas veces sin recursos", dice Moya. Su historia es similar a las de todos sus compañeros en la fotografía.
La sesión avanza, las poses cambian, el tiempo corre y Giuliette ya corre por el gimnasio. A un costado, los hinchas se multiplican. "Mira, hija, todos ellos ganaron medallas en los Pa-namericanos", le explica un papá a su pequeña, que a esa hora está terminando su propia sesión de entrenamientos de gimnasia artística. Ella, que viajó en bus desde Osorno para pasar tres días en el CEO, sueña con igualar a sus héroes. Si así lo quiere el destino, el apoyo privado y las políticas públicas, en algunos años estará posando como Niemeyer, Briceño, González o Romero.
Y la sesión, ya en la cancha y no en las graderías, empieza a llegar a su fin al menos en la parte grupal, esa que reunió a los mejores de Chile en una imagen inmortal.
El valor de la medalla
Sacrificio. Entrega. Perseverancia. Unidad. Esfuerzo. Constancia. Aprendizaje. Orgullo. Pasión... Tras la foto grupal, los deportistas van posando con un papel escrito de puño y letra por ellos. La idea es resumir la sensación de haberse colgado un metal en Lima. El valor de la medalla misma. En las cabezas de todos asoma el camino recorrido para llegar a ese instante en que un oro, una plata o un bronce paga todo lo hecho para llegar a ese podio. La invitación es a resumir ese camino en una sola palabra.
A algunos les cuesta definir tan largo viaje en tan poco. La petición es difícil. Valdés, por ejemplo, pide algunos minutos para pensarlo bien. Moya tiene el plumón un buen rato en su mano y desiste para darse más tiempo. A otros les sale de inmediato, como a González o Niemeyer. Como sea, todos terminan encontrando un concepto que refleje los meses de dedicación que implicaron -y ayudaron, por cierto- a la mejor cosecha metálica en la historia de Chile en los Juegos Panamericanos.
"Nos tenemos que ir a entrenar", lanzan otra vez los medallistas en pelota vasca. No son los únicos. Valdés, Moya, Briceño y Aguirre también tienen compromisos. Y es que esto no para. Las medallas ya empiezan a ser historia. Y la mirada ya está puesta en el futuro. En Tokio 2020 y en Santiago 2023. Conformarse no está en los planes de ninguno de ellos. Nunca lo ha estado. Y nunca lo estará.