Érase una vez el cuento de dos equipos cuyo ser estaba concebido para marcar goles, preparados a atacar y con la portería como único objetivo, dos equipos llamados Liverpool y Bayern Múnich, a los que un duelo en Europa los condenó a tener miedo a buscar el gol y encontrar una victoria que se perdió en las gradas de Anfield (0-0).
La condición de eliminatoria a ida y vuelta en estos octavos de final maniató a ingleses y alemanes y les ayudó, especialmente a los bávaros, a especular con un resultado que lo deja todo abierto para el duelo en Múnich. Jürgen Klopp se llevó la victoria particular de no encajar en casa y Niko Kovac la de que su rival no sacara ventaja de Anfield. Al final, todos, más o menos, contentos.
Cada uno llegó con sus propias dudas. Los locales, escasos de centrales, con las bajas de Virgil van Dijk por lesión y de Joe Gomez y Dejan Lovren, por lesión, y los visitantes por la hegemonía cedida en Alemania. Kovac avisó en la entrevista previa al partido de que lo que más ansiaba era evitar un arrollamiento 'Red' en los primeros veinte minutos y su equipo respondió poniendo el ritmo del encuentro.
Los alemanes templaron la temperatura del encuentro y controlaron la salida de ambos conjuntos, llevando el encuentro a un terreno muy alejado de la locura que se vivió ahí en otras eliminatorias, con la retina aún puesta en aquel 3-0 que el Liverpool le endosó al Manchester City la temporada pasada.
Pero Anfield era una caldera a punto de explotar, un volcán al que cualquier movimiento, por pequeño que fuera, le iba a hacer erupcionar. Y ese aleteo de mariposa fue un pase en profundidad de Jordan Henderson para que Salah, en escorzo, probara los guantes de Neuer. Respondieron los bávaros con una buena jugada de Gnabry por banda izquierda y un centro que Joel Matip casi metió en su portería si no fuera por un bien colocado Alisson.
Pese a que los problemas en la salida de balón escocían a ambos equipos, el Liverpool comenzó a aprovecharse de la inoperancia arriba de los muniqueses y pasada la media hora inclinó el campo a la meta de Neuer.
Llegó la más clara, en las botas de un Mané que se giró, completamente solo tras un rebote, dentro del área, a escasos metros de la portería. Le pegó desviada con el tobillo. Y al tremendo fallo le siguió un puñado de ocasiones, la mayoría de ellas, en un impreciso Mané.
No mejoraría el senegalés en la segunda parte y, aunque los ingleses sostuvieron más el balón, el miedo a ganar (y a perder) atenazó a ambos conjuntos. Ninguno decidía bien cuando llegaban a los últimos metros y Klopp, con la entrada de James Milner y Divock Origi dejó claro que el no recibir goles también valía.
En la vuelta, el próximo 13 de marzo, ya no podrá existir ese miedo a ganar. Ya no le quedará otra a Bayern y Liverpool, dos equipos condenados al gol y castigados con el 0-0.