Cinco meses largos sin fútbol y de golpe llega el partido grande de Chile, que ya está aquí. El superclásico, reducido a la fuerza por las circunstancias. Un encuentro que es de la gente, privado justamente de la gente, obligado a jugarse con gradas vacías y sin la apasionada banda sonora característica. Un simulacro de contienda de máxima rivalidad en las horas previas que necesariamente irá subiendo de temperatura hasta que llegue el domingo a la hora del almuerzo, pero que aún cuesta visualizar. Un combate que se presenta como la oportunidad del uno para resolver con su mejor presente la debilidad histórica, frente a la ocasión del otro para reparar su debilidad actual con el peso contundente de su pasado. La U contra Colo Colo, no hace falta colgarle apellidos.
Son 3.045 días los que el domingo sumará la U sin ganar a su eterno enemigo. Una cifra que delata sí o sí un complejo, un problema que los azules soportan, más que en las piernas, en la cabeza. Una sombra que los persigue y que los bloquea, que llegado un punto, por bien que parezca la cosa, les sobrecoge. Un interruptor que se activa al primer contratiempo. Un fantasma que influye y pesa. Son 13 cruces sumados en los últimos siete años registrados con 10 triunfos albos y tres empates. La lectura es demoledora.
Pero el presente, o el que dejaron aparcado antes del confinamiento, les invitaba a pensar a los de Caputto en el ansiado golpe sobre la mesa. Una U que no se parecía a la del año pasado, la del descenso sorteado en una oficina, que asomaba renovada, rejuvenecida y convencida. Eficaz al fin. Pero llegó el fin de semana pasado con el esperado retorno y devolvió la pálida silueta de 2019. Un equipo sin afán protagonista, con agujeros defensivos para hacerse mirar, tembloroso e incapaz de sujetar una ventaja de dos goles. Montillo, uno de las sustituciones de canguelo con las que se suicidó el entrenador, se llevaba las manos a la cabeza. ¿Volverá a comportarse reservón en su reunión con el cacique o se animará de una vez por todas a tomarlo al abordaje? Del Pino Mago salta, o eso entrena, del centro de la zaga: ¿ese era el problema?
En realidad, los sudores crónicos de la U los calma el propio Colo Colo, sumergido en una crisis deportiva e institucional que no termina de acumular episodios negativos. El último ayer, interrumpiendo de golpe las cuentas que estaba haciendo el personal sobre la última vez Colo Colo había ocupado una posición de descenso directo como con la que ahora ronronea. Desde 1988, calculaba Don Dato, cuando la Dirección del Trabajo abofeteaba de nuevo las arcas de la institución con una resolución que le obliga a soltar $ 1.200 millones, más las multas. Resulta que los jugadores tenían la razón en que no era de recibo que su empresa los mandara al seguro de cesantía. Un quebradero de cabeza que aún tiene a los directores rumiando por el dinero antes que por el fútbol.
Pero el juego tampoco va mejor. Al contrario, se empareja con ese cuadro gris que describe una dirigencia dividida entre sí y distanciada de un plantel a su vez fracturado. Algo parecido al caos. Más triste que Alexis en el Manchester United. Y el equipo, en tanto, no levanta cabeza. Sigue tan mal como cuando lo dirigía Mario Salas. En manos de un entrenador interino al que tampoco se le sigue a ciegas, con falencias organizativas en el once, defensivas sobre todo, y sin oxígeno en los pulmones. Un desastre físico quién sabe si también culpa de eso período dentro de la ley de protección al empleo. Un poderoso incapaz de no perder con el colista en casa. Gualberto medita trastocar los laterales, sujetarlos: ¿con eso basta?
Finalmente Colo Colo sigue agarrado a la espalda de un señor de 40 años, que no se acaba nunca. Capaz de escribir la mejor historia que se contó en el retorno, un gol maravilloso con la zurda, una vaselina para reproducir cien veces por streaming. Paredes, el goleador del siglo, casi el máximo realizador de los Superclásicos, una reunión de la que es un consumado especialista. Lleva 15 convertidos, a uno del récord de Campos, y quiere más. No hay nadie detrás del siete. Blandi, US$ 1,2 millones de fichaje y $ 43 millones de sueldo neto al mes, observa desde la banca.
Es Paredes una vez más la esperanza blanca. Y el recuerdo de ese pasado colectivo que coloca a los colocolinos una sonrisa de oreja a oreja cada vez que se ponen enfrente de la U. Una especie de seguridad incontrolable que los levanta de las peores circunstancias para contar sin derrota sus enfrentamientos. El recuerdo es su mejor arma de cara al domingo para olvidarse de su dramático día de hoy.
Y ese doble juego mental, un viejo complejo contra un funeral reciente, es el que finalmente decidirá el partido que más enciende a los chilenos. El superclásico, aparentemente teñido esta vez de miniclásico. El combate del siglo de esta semana. La U contra Colo Colo, sobran los apellidos.