Son las siete de la tarde en Macul y falta apenas una hora para el inicio del partido fantasma entre Colo Colo y Unión Española. Fantasma porque el aspecto que presentan las avenidas, a menudo atestadas, que conducen al Estadio Monumental, es precisamente ese, fantasmal. Y porque cuesta creer, a simple vista, que el feudo del conjunto albo esté apunto de albergar un partido de Primera División de fútbol profesional. Pero los castigos hay que cumplirlos y la de esta noche será la primera de las dos veladas de balompié silenciosas que deberán protagonizar los pupilos de Tapia por los lamentables desmanes perpetrados por un puñado de sus hinchas en el Superclásico ante la U.
Pero como la prohibición de acceder al estadio, claro, está solo circunscrita al interior del estadio, un numeroso grupo de fanáticos ha decidido hacerse notar en las inmediaciones del reducto. Agazapados tras un gran lienzo que reza: "Nada nos separará", unos 200 aficionados del Cacique, en su mayoría barristas, colapsan el acceso al Parque Marathon Sur, situado a un costado del Monumental. La presencia policial (carro lanza agua incluido) es fuerte. También los cánticos al ritmo de la música de las trompetas (con Blanco y Negro como principal destinatario de las críticas) y las medidas y protocolos de seguridad, mucho más estrictos, paradójicamente, que los desarrollados antes de un encuentro a puertas abiertas, es decir, convencional. El acceso al recinto para los periodistas y los trabajadores del club, así como para los propios futbolistas (por el sector de las canchas de entrenamiento) es también hoy diferente.
Pero las estampas mas atípicas, las escenas más inusuales y pintorescas (algunas con matices casi esperpénticos) se viven dentro. Los pasillos vacíos del Monumental, con todos los puestos de comida cerrados y todos sus vendedores ambulantes ausentes, confieren al conjunto un aire deprimente. La presentación de los jugadores por los altoparlantes (por su nombre completo, claro, al no contar esta vez el locutor con la colaboración ni la garganta del hincha) suena incluso impostada. El silencio que se cierne en torno al rectángulo de juego, casi sepulcral, es tan acusado, que los jugadores pueden escuchar incluso el sonido de los bombos que tocan sus fanáticos desde la calle. Insólito.
El que no escucha nada (seguramente por suerte) es el técnico local, Héctor Tapia, pifiado y denostado por su parcialidad en el último duelo de local con público (frente a Antofagasta) que se juega el puesto ante el juicio silencioso de las butacas desiertas. Sus instrucciones no se perciben con claridad, pero sí las del meta Orión, que reclama una tarjeta para Carrera. Su reclamo nítido (como si estuviera dando una orden a sus niños en el living de su casa) surte efecto, y el colegiado lo amonesta. El eco sordo del golpeo del balón retumba en las tribunas, pero el espectáculo deportivo, irremediablemente descafeinado, desabrido y embustero sin el aliento de la grada, va perdiendo fuelle poco a poco hasta tornarse desolador. La noche, por si fuera poco, se va volviendo cada vez más gélida.
Con la llegada del segundo tiempo y 0-0 en el marcador (aunque de haberse movido habría costado darse cuenta) el sonido de los bombos procedente del exterior se desvanece. Y da la sensación de que los protagonistas se quedan más desamparados aún, definitivamente abandonados a su suerte. El encuentro comienza a adquirir por momentos tintes de auténtico entrenamiento, hasta que un grito, una patada a destiempo o un airado reclamo a un compañero vuelve a romper el silencio. Es tal el sigilo que si los futbolistas quisiesen podrían escuchar incluso lo que los periodistas radiofónicos están diciendo de ellos. En vivo y en directo.
Pero como el silencio nunca puede ser completo (y un gol es un gol al fin y al cabo) el tanto de Carrera para Unión eleva los decibeles. Y la conquista se festeja en la tribuna pese a que los hinchas tienen vetado el acceso. Algún infiltrado fanático hispano, quizás. O algún periodista incapaz de contenerse. Insólito. Inédito. El rostro de Tapia es ahora un poema. El DT es una estatua de hielo, y en un partido más bien carente de emociones, un indiferente Jaime Valdés prepara su parsimonioso ingreso.
Su imagen, y la del rictus serio de Tapia, pese al empate conseguido al final, son las estampas que mejor resumen la noche vivida en Macul, en un partido de 90 minutos de silencio.