"El Negro Ahumada era extraordinario dentro de la cancha. Tocaba para allá, para acá, y tenía gol. Una vez le traje un libro desde España que tenía su imagen, así de reconocido era. Un día cualquiera llegó a contarme su gol en el mundial de 74. Era un crack". Las palabras salen de la boca de José Sulantay, ex técnico de la Selección sub 20 y cercano al ídolo Sergio Ahumada (70 años). Como futbolista, el Negro hizo historia con la Roja anotando el único gol en el Mundial de 1974 ante Alemania. En Chile, vistiendo la camiseta de Colo Colo, levantó los títulos de 1970 y 1972, y consiguió el subcampeonato de la Copa Libertadores con Unión Española, tres años más tarde.
Coquimbo Unido fue la última estación de uno de los más reconocidos goleadores de la historia del fútbol criollo. Era 1981 y el Negro colgaba los botines. Ese fuego interno que lo hacía levantarse a las siete de la mañana para que su amigo Pedro Espinosa lo pasara a buscar en moto e ir a entrenar en sus inicios con Deportes La Serena, tras 17 años se apagaba. Llegaba el momento de reinventarse y buscar cómo seguir con su vida alejada de una cancha de fútbol. Una transformación que le costó acometer a Ahumada y que terminó desencadenando una depresión que se extendió por cerca de ocho años. Así fue el laberinto en el que se aventuró el Negro, narrado por su círculo íntimo.
Es sábado y en el sector de La Cantera, en la Cuarta Región, los pasajes están casi vacíos. Un par de hombres beben cerveza afuera de un taller de autos y es uno de ellos quien guía a eldeportivo de La Tercera hacia el hogar de Ahumada. "¿Buscan al profe? Yo los llevo", dice. Y 50 metros más adelante, frente a una palmera que da sombra al hogar, una joven que dice ser su sobrina aparece en la puerta. Minutos más tarde, hace acto de presencia el ex futbolista. Vestido con short y polera, dialoga un minuto de buena manera. Hasta que conoce las intenciones de entrevista. Entonces, tajante, cambia su tono de voz y asegura: "Tengo un claustro con la prensa. No hablo". Ante la insistencia, fija una fecha para la conversación. El lunes en el entrenamiento de Coquimbo Unido. Pero esa promesa nunca se cumplirá. Como tantas otras veces. Porque, sencillamente, Ahumada no habla. "Dice que le han inventado muchas cosas. Una vez en un reportaje de Sapito Livingstone en el programa Camaleón, pusieron que andaba botado en la calle. Que era un ermitaño y que andaba por las esquinas. Y eso no era verdad. Siempre estuvo con nosotros", revela su hijo Sergio (37), sentado junto a su hermano Mauricio (40) en un restaurant de la Avenida del Mar. Acceden a hablar de su padre sin tapujos.
Tras el fútbol, el Negro se encerró en su hogar. Cuentan sus cercanos que siempre fue de pocas palabras, pero entonces ni siquiera esbozaba una. Muchos gestos, pero nada de voz. Y los rumores comenzaron a surgir en la región a medida que los años se iban consumiendo sin noticias de Ahumada. Algunas voces aseguraron que sufrió de esquizofrenia, que se le vio en las calles tirado bebiendo alcohol o "evadiendo el pago de micros", tal como cuenta Pedro Espinosa, uno de sus mejores amigos desde hace 51 años. Sin embargo, de forma categórica, Sergio aclara la situación. "No tuvo una esquizofrenia, lo que tuvo fue una depresión. Se quedaba acostado, encerrado en la pieza, y no hablaba con nadie. Comía y se iba a la pieza. Le cambió mucho el estilo de vida después que se retiró del fútbol. Se dejó una barba por muchos años. Hizo lo que muchos futbolistas hacen cuando se retiran. Cayó en exceso de peso y de alcohol. La misma depresión lo llevó a eso", relata.
La enfermedad que padeció jamás fue diagnosticada por un especialista porque el goleador gambeteaba a los doctores. No quería visitarlos. Aceptar que estaba deprimido no era una opción. "Jamás dejó que lo llevaran donde un doctor. Nunca fue a un psiquiatra. Era una depresión. Cuando él sufrió, iban amigos a verlo y no los recibía. Nosotros lo veíamos y estaba bajo de ánimo. Se refugió en el trago con los amigos de un club deportivo de la zona de La Cantera", prosigue Sergio. Mientras su hermano Mauricio, de pocas palabras, asiente con la cabeza.
Irreconocible para su familia, sus inusuales actitudes comenzaron a tornarse cada vez más frecuentes y la preocupación se apoderó de su esposa y tres hijos. Sin dar explicaciones claras sobre su extraño comportamiento, sus cercanos tuvieron que intervenir. "Lo intentamos ayudar y ver qué pasaba con él. Mi mamá tenía que luchar con la situación que estaba pasando. Yo era chico, pero una vez me explicó por qué estaba actuando así. No me dio una gran respuesta. Me explicó que siempre sería igual. No se abría con uno. Esquivaba mucho las preguntas. Vivía en su mundo. En la mesa hablaba poco. Como la depresión era fuerte, casi nada. Hasta el año 90 más o menos estuvo así", desclasifica el menor de los vástagos de Ahumada.
Durante la década de los 80, se festejaron cumpleaños, navidades y años nuevos, pero el Negro seguía estando ausente. La situación iba de mal en peor y la depresión comenzó a verse reflejada en su aspecto facial. Su rostro cambiaba. Una barba que llegaba casi al pecho se apoderaba de su físico. Según rememora Mauricio, aquellos momentos fueron donde peor vieron a su padre. Algunas incoherencias motivadas por la enfermedad se escapaban a menudo de su boca. "Según él, era el regalón de Pinochet. Y decía que le debía un auto", rememora Sergio.
El primero de los amigos que supo que algo extraño le estaba sucediendo a Ahumada, fue precisamente José Sulantay. "Me enteré de que estaba con problemas a través de un muy buen amigo de él. Era carnicero. Me dijo que me acercara a ayudarlo porque lo veía todos los días en la cocina tomando mate y mirando por horas lo que hacía su señora. Hablaba poco. Podían pasar horas y Sergio sólo miraba", recuerda. Unas extrañas actitudes que lo convierten en un hombre indescifrable hasta el día hoy.
Sulantay narra uno de esos momentos en los que no entendía la manera de actuar de su amigo "Era 1985, cerca de las 11 de la noche. Lo fui a visitar y me atendió su señora en la puerta. Me dijo que estaba preocupada por Sergio porque lo notaba extraño. Se quedaba todos los días mirando el techo en la pieza. Le respondí que mañana lo podía venir a visitar y me dijo: ´no, si está aquí detrás mío´. Estaba agachado detrás, escuchando todo. Lo vi y le dije: ´¿qué te pasó, Sergio?´ y me dice: ´no, nada´. Como ha sido siempre, de pocas palabras. Un personaje", relata, imitando la posición con que Ahumada posaba detrás de su mujer.
Pocas palabras, muchos gestos como respuesta a interrogantes planteadas por sus cercanos y todo tipo de actitudes extrañas, fueron parte de la vida de Ahumada durante casi ocho años. Mientras su familia y amigos trataban de buscar una salida. Hasta que el nombre de José Sulantay apareció en lo más alto. El mismo fútbol que lo había dejado con depresión, ahora acudía a su rescate.
De regreso a la cancha
A pocos kilómetros de La Cantera, en el antiguo estadio Sánchez Rumoroso, José Sulantay estaba sentado en la banca de Coquimbo Unido. Corría el año 1991 cuando el ex seleccionador Sub 20 decidió llevárselo al club pirata como su ayudante técnico o, más bien, como el encargado de anotar los pesos y estaturas de los jugadores. Por las calles aparecía un hombre nuevo. Ya sin barba, la versión que los hinchas glorificaron por muchos años estaba de regreso. "Yo con Pedro y otra persona que no recuerdo, le hicimos un sueldo. No era alto, pero le servía. Reintegrarse al fútbol para él fue extraordinario. Lo hacía conversar con los jugadores por su gran experiencia. Anotaba todo lo que estaba pasando. Nunca le hizo un daño a nadie. Es más, siempre ha sido puntual con la hora de trabajo", asegura Sulantay.
Claudio Contador, presidente de la comisión de fútbol de Coquimbo Unido, conoce a Ahumada desde hace 30 años. Su relación es estrecha y, todos los días, lo ve trabajar al borde del terreno de juego en cada entrenamiento del club. "No ha tenido ningún inconveniente para desempeñar la función que se le pide. Ahumada anota los pesajes diarios de los jugadores y esa ficha se la hace llegar al técnico de turno. Han pasado muchos entrenadores, presidentes, pero él sigue en el club. Es una forma de agradecimiento por todo lo que hizo en este club", explica.
Sin embargo, asegura también que, en ocasiones, sufre algunas secuelas de la enfermedad que padeció. Momentos en que se desconecta de la realidad que lo rodea. "Recuerdo un episodio. El cuerpo técnico, por contrato, tenía que llevar puesto el traje del equipo. Pasaron varios días y Ahumada no lo tenía puesto. Me acerqué para decirle que, si no se le ponía, nos iban a multar. Y él me hacía gestos como que no me preocupara. Cuando la situación llegó a su límite, fui y le dije que ya estaba bueno y que debía ponerse el traje. Y él me contestó: 'no me lo han pasado todavía'. Me acerqué al utilero y era mentira lo que decía el Negro porque hacía días que se lo habían entregado. Algunas veces tiene esos momentos que se le va la onda y después vuelve", relata.
A pesar de los lapsus que ha sufrido desde que logró superar la depresión, para la familia fue un alivio ver al Negro nuevamente feliz alrededor de una cancha de fútbol. El hijo menor cuenta que ve a su padre levantarse temprano para ir al entrenamiento. Se ducha con agua helada y goza de los partidos de fútbol cuando juega la Selección. Aunque a veces resulta agotador. "Es muy chacotero. A mi mamá le tira tallas siempre. Cuando vemos los partidos juntos, no se calla. Alega siempre contra los árbitros. Perdió dos finales de la Copa Libertadores, en una lo echaron y hasta el día de hoy dice que fue injusto".
Los hijos aseguran que hoy pocas veces se desconecta de la realidad para esbozar incoherencias al momento de contar algo. Dentro del hogar, se le ve con ánimo y en comidas familiares interactúa con sus cercanos. Aquel hombre barbón que caminaba por las calles sumido en una depresión ha quedado atrás. En cada partido de Coquimbo Unido, se le ve con una gorra anotando diferentes situaciones del juego. O dando instrucciones, otra de sus facetas. Porque según confidencia Mauricio, su verdadero sueño es volver a ver a su club en Primera División. Un sueño que debe estar escrito en alguna de sus libretas.