La oportuna iniciativa del CDF de transmitir los partidos de la selección chilena de los Mundiales de 1962 y 1966, este fin de semana se emiten los de 1974, ha servido para desmentir una serie de mitos que circulaban sobre el fútbol y los jugadores chilenos de antes. Ese cuento de que estaban mal entrenados, jugaban parados, no corrían y los partidos eran lentísimos. Quienes se dieron la tarea y el gusto de ver los partidos, muchos de ellos no se daban por televisión abierta desde el mismo día en que se jugaron, descubrieron la calidad descomunal de Jorge Toro, la aplicación y clase de Eladio Rojas, la dinámica de Luis Eyzaguirre, la guapeza del Pluto Contreras, la velocidad del Honorino Landa o la suprema tranquilidad y ubicación de Raúl Sánchez. Cómo, en 1962, Jaime Ramírez era un jugador que se movía por toda la cancha, bajaba a marcar a su banda y luego tenía fuelle para desbordar. Lo mismo Leonel, nada de puntero izquierdo parado allá lejos: un delantero que creaba y marcaba, más volante que punta neto. Es decir, jugadores que, por despliegue, ni hablar de la técnica y el talento, son de cualquier época.
Agreguemos a Elías Figueroa con 19 años en el Mundial de Inglaterra. Ya lo tenía casi todo (en Peñarol le enseñaron a usar los codos y ser un poco más malo): ubicación, cabezazo, aplomo, tiempo y distancia, cuando se barría siempre llegaba a la pelota. Salía jugando con criterio y no fallaba en las entregas. También muchos descubrieron a ese tremendo jugador que era Rubén Marcos, ida y vuelta, marca, explosión, remate, bravura. Chile no anduvo bien en ese Mundial, pero no fue el desastre que la historia registra. Contra Italia tuvo el empate Prieto justo antes del 2-0 en contra, frente a Corea del Norte debió meter dos goles más después de abrir la cuenta (y le empatan en el último minuto con una volea imposible) y con los suplentes de la URSS debió ser empate. ¿En qué falló el equipo de Luis Álamos? Finiquito, mal Leonel, Landa y Araya en el área.
Coincidió este redescubrimiento con la muerte de un mito sin vueltas: el inescrutable Tomás Carlovich, el mejor jugador de la historia que no jugó nunca un partido importante. Un zurdo, volante central, de la B Argentina, cuya leyenda nace en un amistoso de la albiceleste contra un combinado de Rosario en 1974. Desde entonces, sólo partidos de ascenso y alguna incursión en los nacionales defendiendo a Independiente de Rivadavia, donde no pudo con la marca ni la intensidad de esos campeonatos que se jugaban con equipos de Primera A. Su leyenda explotó muchos años después de retirarse, donde se le llegó a comparar con Maradona y Messi por la técnica y calidad. Riquelme no califica como parámetro. El Trinche, dicen, lo masacra.
Alguien escribió, en serio, que Pelé había impedido su llegada al Cosmos. No sé cómo Pelé pudo conocer a un jugador de Argentino de Rosario 15 años antes de que se inventara internet. Pamplinas, por supuesto. En fin, un mito creado en la era de la mitificación y la épica enfermiza.
A la hora de contar historias como estas, nuestros vecinos son unos genios. Por algo tuvieron a Soriano y Fontanarrosa, ambos, de seguro, los mejores cuentistas de fútbol de la lengua castellana. A propósito de Soriano, hay gente que cree que, efectivamente una selección de mapuches chilenos ganó un mundial jugado en la Patagonia en 1942. Es un cuento de Osvaldo Soriano llamado El hijo de Butch Cassidy. El relato es pura fantasía descontrolada, tan real como Remedios la Bella volando envuelta en una sábana, pero medios serios se han preguntado si tal evento sucedió, pese a que la única fuente es un cuento de Soriano y un falso documental hecho a partir de eso. Con ese nivel de rigor y seriedad, el Trinche fue el mejor jugador de la historia, cómo no.